Esther G. tenía 15 años cuando se autolesionó por primera vez. No se lo contó a nadie, y durante seis años y medio convivió con la depresión y con las ideas suicidas en soledad. Ahora, con 21 años, la joven de Barcelona comparte con Yasss su situación para visibilizar la seriedad de las autolesiones.
Estudiante de enfermería, con pareja y con un grupo de amigos, Esther explica que todo da igual cuando hablamos de salud mental. “Puedes tener todo, pero cuando te toca vivir una depresión da igual. Lo bueno se difumina. Nadie te entiende. Mi madre me decía que cómo podía estar así, que lo intentase por ellos. Para mí cada día era una lucha. Yo intentaba vivir, pero no era tan feliz como los demás esperaban”, reflexiona.
En su adolescencia, las autolesiones se convirtieron en una forma de canalizar el sufrimiento. “Cuando estás sufriendo mucho, es como si tuvieses una tormenta dentro de ti. La ansiedad, la tristeza, a veces la frustración por ser incapaz de sentir nada. Es una cosa muy rara. O sientes mil cosas al minuto, todas ellas malas, o de repente estás como si hubieran apagado tus emociones. Yo me autolesionaba para soltar toda esa tensión, y otras veces para poder sentir algo”, recuerda.
Con 21 años Esther decidió pedir ayuda profesional, lo cual dio pie a una gran mejoría. “Lo que más me ayudó fueron los grupos de ayuda mutua. Escuchar a gente decir lo que tú llevas seis años sintiendo es terapéutico, sobre todo si la gente de tu entorno no te entendía. Yo con 21 años tengo mucha gente que me apoya, pero que no entiende del todo lo que es la depresión y las autolesiones. En estos grupos conoces gente que sí, y eso ayuda mucho”, nos explica.
La situación de Esther no es algo aislado, y es que tras la pandemia han aumentado en un 246% las autolesiones en jóvenes tal y como ha señalado el informe anual de la Fundación ANAR, declarada esencial durante el estado de alarma, ya que fue la responsable de proporcionar ayuda a más de 160.000 personas en 2020, de las cuales 2.277 se consideraron casos de emergencia y 11.760 casos graves.
El informe de la Fundación ANAR no ha sido el único que ha proporcionado datos alarmantes, ya que son muchos los hospitales españoles que han alertado sobre el aumento de autolesiones y trastornos psicológicos en población joven. Entre ellos, el Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, que ha detectado un aumento de urgencias pediátricas relacionadas con autolesiones en los últimos años, y el Hospital Universitario Vall d’Hebron de Barcelona, que ha desarrollado un programa para la prevención de conductas autolesivas no suicidas en adolescentes y jóvenes.
Las autolesiones son aquellas conductas que buscan provocar dolor y heridas en el propio cuerpo. Por ejemplo, realizarse cortes, lesiones por rascado o quemaduras, golpearse a uno mismo o contra objetos duros, perforarse la piel con objetos punzantes, o grabarse palabras o símbolos en la piel.
Normalmente pensamos que las autolesiones van de la mano de las ideaciones suicidas, pero esto no es cierto. Por eso los expertos han propuesto la categoría de ‘autolesiones no suicidas’, que implican un acto de dañarse deliberadamente, pero sin que haya intención de quitarse la vida. En otras palabras, es una forma de afrontar el sufrimiento psicológico intenso y suelen estar provocadas por sentimientos como la frustración, la ira, la ansiedad, la tristeza o el vacío emocional.
Pese a no haber intención suicida, son conductas muy graves sobre todo por su prevalencia, ya que cada vez más jóvenes llevan a cabo este tipo de autolesiones. No es una moda ni algo sobre lo que banalizar, es una situación de sufrimiento extremo que afecta a los más jóvenes.
La gran pregunta cuando hablamos de autolesiones no suicidas es su causa. ¿Por qué alguien se hace daño deliberadamente?
Lo que se trata de conseguir a través de esta conducta autodestructiva es un alivio del malestar psicológico, como explicó Steisy contando su experiencia en su canal de mtmad. Al centrar la atención en la esa tortura física, la persona logra distraerse de pensamientos, emociones o recuerdos que resultan muy difíciles de afrontar. Es decir, el objetivo es que el dolor físico supere al mental.
Siguiendo esta lógica, la autolesión se convierte en una especie de droga. Cada vez que aparece ansiedad, cada vez que la tristeza se vuelve insoportable, cada vez que la persona se enfada, escoge la opción de infringirse dolor para no lidiar con el caos emocional.
Las autolesiones no son solo una forma de afrontar los problemas, sino también un autocastigo. Cuando tienes baja autoestima, la realidad se distorsiona y se vuelve negativa, y por supuesto el culpable de todo lo malo que ocurre a tu alrededor (o que tú crees que ocurre) es uno mismo. Si tu pareja está triste porque ha tenido un mal día, te autoconvences que ya no te quiere. Si sacas un 8 en un examen, te machacas porque querías un 10. Todos nos hemos castigado con nuestras palabras alguna vez, pero las personas con autolesiones no suicidas también se pueden dañar a través del dolor físico.
Cada vez están surgiendo más tratamientos para tratar las autolesiones no suicidas, entre ellos el programa TaySH, destinado a jóvenes que se encuentran en lo que los expertos denominan ‘Transitional Age Youth’ o TAY, una etapa que comprende desde los 15 hasta los 25 años. En otras palabras, ese momento vital en el que ya no somos niños, pero tampoco adultos, y que es de máxima vulnerabilidad para el desarrollo de problemas de salud mental, ya que el 75% de los trastornos psicológicos debutan antes de los 25 años.
El objetivo es gestionar la impulsividad, que se ha relacionado con las conductas autolesivas, y aprender estrategias de regulación emocional, especialmente relacionadas con la ira, la ansiedad o la tristeza. Consta de 12 sesiones individuales semanales, lo que se traduce en una duración de 3 meses, y de momento se desarrollará en el Hospital Universitario Vall d’Hebron de Barcelona, pero el objetivo es que pueda realizarse en otras ciudades y que se creen nuevos programas para cubrir las necesidades de los jóvenes que atraviesan una situación psicológica crítica.