Desde que tenemos uso de razón, asumimos que la vida académica es un largo camino en el que la última parada es la universidad. Si bien la mayoría escoge este camino, son muchos los jóvenes que no sueñan con un grado superior. El drama llega cuando tienen que decírselo a sus padres.
Discusiones, insultos clasistas, malas caras, silencios incómodos y lo peor de todo: la sensación de que tus padres, que son quienes te deberían proteger, no te entienden ni te apoyan.
Esta temida conversación puede marcar nuestro futuro y no solo a nivel laboral, sino también psicológicamente hablando. Por ejemplo, cometiendo el gran error de estudiar una carrera por complacer a nuestros padres. Aunque a priori puede parecer una buena decisión, dedicar cuatro años de nuestra vida a algo que no nos motiva puede desembocar en ansiedad, culpabilidad y depresión. Es por ello que muchos jóvenes acaban dejando la carrera, a veces incluso engañando a sus padres. Este no tiene por qué ser tu caso si eres sincero desde el principio.
"Pero una carrera siempre te asegura estabilidad laboral”" pensarán algunos. Esta frase tenía sentido hace veinte años. Hoy en día puedes estudiar Derecho, Psicología, Periodismo o Magisterio, por poner algunos ejemplos, y no encontrar trabajo sin un máster o, en la otra cara de la moneda, prepararte unas oposiciones durante años de manera infructuosa.
Cuando estudias un máster o una oposición por vocación, el esfuerzo psicológico y el desembolso económico compensan. Sin embargo, cuando entras en la universidad con la única motivación de no enfadar a tus padres, todas las horas de estudio, las segundas matrículas y la sensación de "¿qué hago yo aquí?" acabarán pesando como una losa.
Leyendo este post cabría pensar que la universidad es el mismísimo infierno. Para nada. Simplemente se trata de otra opción de futuro, no la única.
Hay muchas más opciones más allá de la universidad. ¿Las conoces?
Una vez averigües qué es lo que quieres llega lo difícil: decírselo a tus padres.
Si bien hay padres muy enrollados que te entenderán desde el primer minuto, en otras familias es más difícil decir en voz alta “papá, mamá, no quiero ir al a universidad”. ¡Ojo! Que sea difícil no significa que sea imposible, y para demostrarlo hemos preguntado a varios veinteañeros que escogieron otro camino diferente al universitario.
"La primera reacción de mis padres fue decir que no", recuerda Martí, técnico en confección y moda. "Desde pequeño me ha gustado la moda y sabía que quería dedicarme a esto. Lo único que funcionó para que mis padres me apoyasen fue explicarles que era mi sueño y que estudiar una carrera universitaria solo me serviría para gastar dinero y después acabar metiéndome a estudiar confección y moda". En la actualidad, Martí trabaja para una marca local. "Mis padres ahora se alegran de que fuese tan cabezota", relata entre risas.
"Cuando le dije a mi padre que quería ser artista casi le da un infarto", confiesa Estela, ilustradora y coautora de varias novelas gráficas. "Dibujar me encanta y las novelas gráficas todavía más, pero no quería hacer Bellas Artes porque muchos amigos míos estaban súperquemados con la carrera. Prefería formarme por mi cuenta en cursos", añade.
"Mi madre me apoyó desde el principio, pero a mi padre tuve que ganármelo. En mi caso le informé bien de lo que quería hacer. Para mí era importante que supiese que no iba a estar tocándome las narices. Le enseñé información de cursos, el trabajo de personas que los habían hecho y tenían cierta fama, mis propios dibujos… Vamos, un tour rápido por el mundo del arte. Le costó, pero lo acabó entendiendo".
En el caso de Benito, la selectividad solo trajo incertidumbre a su vida. "Saqué buena nota, pero no tenía ni idea de lo que quería estudiar así que decidí no estudiar nada de momento”.
Durante dos años y medio hizo voluntariado y cursos. "Me gustaba mucho cuidar a personas mayores y acompañarlas en su día a día. Empecé a hacer cursos de primeros auxilios, de apoyo psicológico en pacientes con demencia… Un poco en esa línea. Al final me saqué el título de Auxiliar de Enfermería y ahora trabajo en una residencia", comparte.
"Llegar hasta donde estoy no fue fácil. Fueron dos años en los que mis padres constantemente me echaban en cara el no tener estudios. Me di cuenta de que para que me respetasen y entendiesen, tenía que dejar de depender económicamente de ellos. Trabajé de camarero, dando clases de inglés, cuidando a personas mayores, limpiando casas… De todo. Y creo que lo que me ayudó a que mis padre entendiesen mi situación fue plantarles cara y que viesen que yo sabía sobrevivir por mi cuenta", afirma.