La relación entre salud y enfermedad se ha hecho más compleja en los últimos tiempos. Nadie cuestiona que estar bien es incompatible con padecer una patología. Sin embargo, desde hace años la buena salud no es la ausencia de enfermedad. Para la OMS, es un estado completo de bienestar físico, mental y social.
Desde ese punto de vista, gozar de buena salud tiene más que ver con promover buenos hábitos para prevenir enfermedades. Pese a ello, los sistemas de salud públicos están enfocados en la curación más que en la prevención. Con una esperanza de vida cada vez más larga, el avance de enfermedades crónicas es una realidad insoslayable a la que hay que hacer frente. Mientras tanto, otros trastornos silenciosos siguen su ruta impactando en distintas vertientes del bienestar al que aspiramos. La salud mental es una de las más afectadas. Progresa de manera constante entre la población, en parte porque no sabemos protegerla y, en parte, porque sobre estos trastornos aún pesa el estigma social.
Los problemas relacionados con la salud mental suponen la segunda causa de baja en España. Nuestro país es el número 1 en la Unión Europea en el consumo de ansiolíticos. Las cifras muestran que los trastornos emocionales están cobrando cada vez más importancia en nuestra sociedad, aunque esta misma sociedad no le dé la relevancia que merecen. "Los pacientes suelen acudir a consulta cinco años más tarde de lo que deberían, cuando los problemas se han agravado", asegura la psicóloga sanitaria y escritora Lara Ferreiro, propietaria de una clínica privada en Madrid.
Hay muchas razones que explican por qué tardamos tanto en aceptar y poner remedio al malestar emocional, pero para esta psicóloga la causa principal es algo estructural: "En España se ha negado el tema de la salud mental. Falta conciencia y ha sido una especie de 'cajón de sastre' dentro de la sanidad".
"La crisis de la salud mental se hizo evidente a raíz de la covid y aparece claramente en los datos de bajas laborales y consumo de fármacos", explica Guillermo Fouce, doctor en Psicología, presidente de la Fundación Psicología Sin Fronteras y profesor de la Universidad Complutense. El 30% de las consultas de atención primaria tienen que ver con la atención psicológica. Hay demanda, pero los recursos destinados no son suficientes. "La atención a los problemas de salud mental en los centros de salud es mala porque tenemos los ratios más bajos de toda Europa en el número de psicólogos y psiquiatras por habitante. Digamos que la salud mental es la gran olvidada", afirma este experto.
España tiene un 67% menos de psicólogos clínicos respecto a otros estados de su entorno. Con seis profesionales por cada 100.000 habitantes, nuestro país se distancia de Alemania (41), Reino Unido (18) o Francia (15). La pregunta es por qué los psicólogos clínicos son tan escasos en la sanidad pública. "No se contratan más psicólogos clínicos porque el modelo actual, que probablemente habría que cambiar y flexibilizar, lleva a que estos profesionales cuesten mucho en años de formación. Están muy bien formados, pero salen muy pocos y no cubren la demanda. Se calcula que con las jubilaciones, ni siquiera los que están entrando van a equilibrar la tasa", señala este psicólogo social.
Para ser psicólogo clínico y trabajar en la sanidad pública, después de hacer la carrera de Psicología hay que aprobar la oposición PIR (Psicólogo Interno Residente, similar al MIR) y hacer una rotación remunerada de cuatro años. En total, según los distintos planes de estudio, entre ocho y nueve años de formación para, después, en el ejercicio del puesto de trabajo, tener que ofrecer una atención de baja calidad. "Los 'pires' están quemados. Yo misma no me lo planteé porque no creo que pueda hacerse nada en un sistema en el que ves a los pacientes cada varios meses con un tiempo de consulta mínimo", afirma Lara Ferreiro.
Aunque autonomías como Baleares, Cataluña, Madrid, Asturias y Andalucía han incorporado recientemente la figura del psicólogo clínico a los centros de atención primaria, para acceder a un psicólogo en la sanidad pública lo habitual es que el médico derive al especialista. El acceso a la consulta tarda una media de seis meses, dependiendo de la comunidad autónoma, con un tiempo estimado de entre 7 y 15 minutos por sesión. "Estos tiempos son imposibles para un tratamiento medianamente eficaz. Esto hace que los médicos de atención primaria tengan que medicar en una consulta breve", señala Fouce.
Cuando hay un riesgo de cronificación o de agravamiento del trastorno, es habitual que se prescriban antidepresivos o ansiolíticos, aunque se trata de una solución temporal. "Baja la ansiedad o los síntomas depresivos, pero no dan herramientas para tratar estas enfermedades ni mucho menos prevenirlas", señala Lara Ferreiro antes de compartir un problema de fondo: "No hay dinero para contratar psicólogos, pero sí para sobremedicación".
Los tiempos que se manejan en la sanidad pública, el estigma social y la creciente información sobre los temas de salud mental hace que algunos pacientes decidan acudir a las consultas privadas de aguno de los más de 30.000 psicólogos sanitarios que hay en España.
Normalmente, este tipo de pacientes son los menos graves, aunque deben recibir atención inmediata porque en los primeros estadios es más fácil atajar el trastorno. "Lo que veo en consulta son problemas de ansiedad, depresión y problemas de pareja", confirma Lara Ferreiro. El precio de una sesión privada suele oscilar entre los 50 y los 100 euros a la hora para un tratamiento que suele durar meses. ¿Quién puede pagar ese dinero? "Personas de clase media alta", asegura esta psicóloga.
De nuevo, el nivel de renta impacta en la salud. La ecuación 'a mayor renta, mayor esperanza de vida', también se aplica en la salud mental. Como señala el informe 'Salud mental en datos' del Ministerio de Sanidad, "es frecuente la existencia de gradiente social en los problemas de salud mental, de forma que su prevalencia se incrementa conforme disminuye el nivel de renta". Por tanto, los más vulnerables económicante son los más afectados por trastornos mentales y los que presentan un pronóstico más difícil: ni la sanidad pública puede atenderles como es necesario ni pueden pagarse una consulta privada.
Pasar de este círculo vicioso a un círculo virtuoso no es fácil. Los profesionales consultados están de acuerdo en que lograr una buena salud mental es un tema transversal que afecta a toda la sociedad y que debe empezar a cuidarse desde el entorno más íntimo. "Hay que trabajarlo en un sistema capilar, desde los hogares, con padres que fomenten la autoestima hasta los colegios, con un sistema educativo que aborde la Inteligencia Emocional. Luego está la parte pública, con más dotación económica y políticas claras que eviten la sobreingesta de medicación", asevera Lara Ferreiro.
Por su parte, Guillermo Fouce se muestra contundente: "Estamos haciendo lo contrario de lo que pide la OMS. Primero habría que activar las redes sociales, los contactos y los apoyos. Luego entraría la intervención grupal, con mecánicas sencillas de entender y hacer. En casos más graves, la intervención individual. Y solo al final, una muleta que debería ser temporal, que es el uso de fármacos".
Fouce no duda en calificar los problemas de salud mental como una "emergencia" a la que hay que plantear soluciones. Estas son algunas de sus propuestas:
Respecto al problema estructural de la falta de profesionales en la sanidad pública, flexibilizar el sistema de acceso podría ser una solución. "Hay alternativa porque hay psicólogos sanitarios en el mercado con la especialización necesaria. Pero el sistema tiene que cambiar para responder a esta situación. Hay que incorporar psicólogos a la atención primaria para que pueda hacerse una intervención temprana. Las consultas privadas también podrían ser una solución temporal bonificando que los pacientes puedan acudir. Pero para eso habría que garantizar un sistema de acreditación para que los tratamientos estuvieran suficientemente validados", explica Fouce, aludiendo a la creciente oferta de 'expertos' en bienestar. "Ocurre en esto que hay mucha pseudoterapia, mucho 'cuentista', con y sin comillas, que está recogiendo esa necesidad de la gente de sentirse bien y gestionar sus malestares", concluye.
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