El número de casos de accidentes cerebrovasculares aumenta de forma preocupante y la razón podría encontrarse en tres factores. Hablamos de la combinación de la contaminación del aire, la altas temperaturas registradas y los factores de riesgo metabólicos de cada persona.
Es la conclusión a la que llegan los autores de un informe publicado en 'The Lancet Neurology'. Hasta 12 millones de personas sufren un nuevo accidente cerebrovascular cada año, según las últimas estimaciones, y más de siete millones de decesos se relacionan directamente con los ictus. El documento difundido también destaca un aumento del 70% en el número de casos diagnosticados desde 1990, un incremento en las muertes del 44% y un 32% más de pérdida de salud debido a secuelas de la enfermedad.
Los resultados del estudio, que forma parte del Estudio de la Carga Global de Enfermedades, Lesiones y Factores de Riesgo (GBD), que ha evaluado datos entre 1990 y 2021, muestran que el 84% de los accidentes cerebrovasculares pueden atribuirse a 23 factores de riesgo modificables. Y entre estos, subrayan, destaca la contaminación del aire, la obesidad, la hipertensión, el tabaquismo y la inactividad física. Todos prevenibles.
Los autores aseguran que la exposición creciente a estos factores representa un desafío de salud pública y una oportunidad para la prevención. Uno de los puntos más llamativos del estudio es el aumento del 72% en la incidencia de accidentes cerebrovasculares atribuidos a las temperaturas extremas desde 1990. Y la tendecia puede continuar en el futuro, según lo previsible. Un dato que plasma el impacto de los factores ambientales en la salud cardiovascular, como puede ser el cambio climático. La investigación revela que la contaminación del aire por partículas en suspensión tiene una alta relación con la hemorragia subaracnoidea (un tipo de accidente cerebrovascular extremadamente mortal).
La contaminación atmosférica, de hecho, es responsable del 14% de las muertes y discapacidades por la hemorragia subaracnoidea, cifra comparable a la que registra el tabaquismo. Valery L. Feigin, experto de la Universidad Tecnológica de Auckland, en Australia, y autor principal del estudio, advierte de la rapidez con la que crece la cantidad de personas afectadas por accidentes cerebrovasculares en el mundo: "Este aumento sugiere que las estrategias de prevención actuales no son suficientemente eficaces"
El análisis expone también una preocupante desigualdad en la carga de accidentes cerebrovasculares entre países de diferentes niveles de ingresos. En Asia Oriental, Asia Central y África subsahariana, regiones de ingresos bajos y medios, las tasas de incidencia, mortalidad y discapacidad por ictus son 10 veces mayores que en los países de ingresos altos.
La mayor parte de los accidentes cerebrovasculares hemorrágicos, los más mortales, ocurren en las regiones de menos ingresos, problemas relacionados a la presión arterial mal controlada. Mientras,, países de altos ingresos como Nueva Zelanda, Canadá y Australia presentan las tasas más bajas de accidentes cerebrovasculares y muertes relacionadas. También han logrado avances en la reducción de factores de riesgo gracias a políticas de salud pública más estrictas, como zonas de aire limpio y prohibiciones de fumar en espacios públicos. Con un 84% de la carga total de accidentes cerebrovasculares atribuida a factores de riesgo modificables, existen diferentes oportunidades para cambiar la trayectoria de la citada enfermedad.
Catherine O. Johnson, coautora del estudio y científica investigadora del Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud (IHME), afirma que se necesita una intervención global de inmediato: "Es crucial implementar estrategias centradas en la obesidad, los síndromes metabólicos y el control de la hipertensión arterial, así como reducir la contaminación del aire". El estudio mostró además una reducción en la carga de accidentes cerebrovasculares asociados con factores de riesgo como las dietas ricas en carne procesada y bajas en verduras, la contaminación del aire y el consumo de tabaco, hecho que refleja el éxito de las políticas preventivas que implementaron algunos países en las últimas décadas. Los autores instan a intensificar las medidas, especialmente en países de bajos ingresos, donde los ciudadanos ven más limitado su acceso a servicios sanitarios y de prevención.
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