¿Se puede ser más feliz si nuestro intestino está feliz? ¿Influye la microbiota intestinal en nuestro bienestar? La respuesta es sí. Y la da la ciencia, desde hace años. Ahora, se acaba de publicar un libro que recoge todo lo que se sabe al respecto: "Un intestino feliz", de la doctora María Dolores de la Puerta (Ed. HarperCollins).
Desde hace algún tiempo, son muchos los estudios que van confirmando el papel clave de la microbiota en distintas enfermedades, desde el párkinson a la depresión. Este libro va más allá. No sólo habla de eso - de lo que se sabe y lo que se va descubriendo -, también aporta la experiencia que De la Puerta ha ido acumulando en su consulta, desde hace años. Lleva más de 20 estudiando este tema y trasladándolo a la práctica clínica con sus pacientes.
En esta entrevista, nos explica el papel que juega la microbiota en nuestra salud física y mental. Y la importancia de cuidarla para cuidarnos. Al hablar con esta médico - formada en su día como cirujana - descubrimos, entre otras cosas, que la microbiota afecta incluso a nuestra forma de ser. Saber todo esto implica un enfoque distinto de las patologías, que se asienta en "plantearnos el cuerpo como un todo".
P: “El libro que mejorará tu salud mental y tus emociones”, ese es el subtítulo. No hay salud mental sin salud física, ¿eso es lo primero que hay que entender?
R: Sí, eso es. Y en esa conexión entre la salud mental y la salud física es donde está la microbiota. Esa es la conexión transversal. La microbiota es SALUD, con mayúsculas. Si empezamos por la salud física, la actividad de la microbiota influye en la salud digestiva porque está en la tripa, es obvio. Pero lo que genera la actividad de la microbiota, los metabolitos que produce, también tiene impactos sobre el metabolismo, sobre el sistema inmunitario, sobre un montón de escenarios funcionales del organismo, incluido el sistema nervioso.
El sistema nervioso tiene una conexión funcional con el intestino a través de la microbiota. La salud, como algo transversal, conecta todo: el cerebro, el intestino, el sistema inmunitario…
P: Se ha constatado, con amplia evidencia científica, que el eje intestino-cerebro es clave. Hoy en día es algo evidente, pero ¿hace años no se conocía esta conexión?
R: Sí se conocía. La conexión se establece de muchas formas. Nosotros tenemos neuronas en el intestino, las mismas neuronas que tenemos en el sistema nervioso central. Yo voy a cumplir 60 años y lo de esas neuronas en el intestino ya lo estudié en la carrera. Se sabía que existían, pero lo que no se sabía, o no se había constatado científicamente con la certeza que tenemos ahora, era que había una conexión en tiempo real, bidireccional y muy activa, entre las neuronas del cerebro y las neuronas del intestino. Sabíamos que existía ese eje. Lo que no sabíamos era lo potente, eficaz y rápida que era la conexión entre el cerebro y el intestino.
P: Cuando habla de eje bidireccional, ¿es mayor la influencia del intestino en el cerebro o del cerebro en el intestino?
R: Pues depende de para qué lo acciones. Piensa que esa conexión comunica actividad motora, de movimiento, y actividad sensitiva. La actividad motora es, por ejemplo, dar la orden al intestino de que se tiene que mover, que tiene que hacer la digestión o que tiene que facilitar el tránsito de lo que tenemos en la tripa. Eso es movimiento, y además es un movimiento involuntario, no lo podemos hacer voluntariamente.
Pero luego hay otro gran mundo que es actividad sensitiva, que va desde la sensación del dolor, el umbral del dolor, a los sentimientos, los pensamientos... Esa esfera sensitiva del sistema nervioso también está conectada en ese eje bidireccional intestino-cerebro. No te sabría decir si es 50%-50%, porque depende de para qué actividad. Hay veces que predomina una dirección y otras que predomina la otra.
P: Cuéntenos cómo llegó al mundo de la microbiota. Porque usted empezó como cirujana plástica. Pero en el año 2000, hace ya más de 20 años, se empieza a interesar por esto. ¿Por qué?
R: Por un problema de salud familiar. Por tratar de buscarle solución. Yo soy muy inquieta intelectual y profesionalmente. Entonces, de repente, dije: "Yo no me conformo, hay algo que no entiendo, quiero encontrar soluciones". Y me puse a estudiar.
Entendí que en la microbiota podía haber un camino. Me fui a Alemania, que es donde yo me formé originalmente, y el mundo que descubrí me pareció tan apasionante, que además de resolver el problema que yo tenía, empecé a volcar mi actividad profesional en la microbiota. En dos años, dejé la cirugía completamente y empecé a hacer esto. Al principio estudié mucho, porque no había casi nada. Fue difícil. Empecé a estudiar y hacer práctica clínica. Y hasta hoy.
P: Hoy, sin embargo, la microbiota está de moda.
R: Sí. Ahora hay cientos de cursos, y si entras en los motores de búsqueda de literatura científica te saltan miles de estudios...
P: ¿Y por qué cree que no hay apenas médicos que la integren en su práctica clínica todavía? Médicos que miren más allá del problema concreto con el que vamos, que miren qué pasa con nuestras bacterias intestinales, ahora que ya se sabe el papel tan importante que juegan.
R: En general, los médicos saben que la microbiota es importante. Se sabe desde hace años. Yo, de hecho, llevo años publicando un post de microbiota cada mañana en mis redes sociales, con un artículo científico. El problema de los médicos es, primero, que no se estudia en la carrera dándole la importancia que tiene. Y después, cuando terminas la carrera y haces el MIR, la especialidad, lo que haces es súper especializarte en algo. Y en la medicina más clásica, quien se queda ahí, ahí se quedó. Pero el que intelectualmente es inquieto, dice: "Vale, yo me estoy especializando en esto, pero tengo que ver cómo afecta la microbiota a mi especialidad". Entonces, ése ya busca, pero es difícil encontrar una formación en esto. A día de hoy, esa inquietud depende del propio médico.
P: Y, en general, los médicos nos siguen viendo como algo compartimentado. Cada uno ve su parte, su especialidad, pero no nuestro organismo como un todo, que es un enfoque que sí veo en su libro.
R: Es que ese es el punto de inflexión. La microbiota, al tener ese impacto tan transversal sobre la salud, te obliga a hacer un planteamiento del paciente como un todo. La microbiota es una conexión con el cuerpo, y del cuerpo entre sí. O sea, no se pueden separar ni la actividad de los órganos, ni el impacto que en ellos tiene la microbiota. Cuando yo hago una historia clínica, le pregunto a los pacientes cosas muy random, buscando esas conexiones que pueden parecer raras pero que a mí me pueden dar una idea del impacto en el organismo, más allá de la propia tripa, que está generando ese desorden de la microbiota.
P: Usted trata a pacientes con todas las patologías asociadas a la disbiosis intestinal. ¿Cuáles son las que ve con más frecuencia?
R: Pues siempre hago la misma broma, cuando me hacen esta pregunta: menos accidentes de tráfico y quemaduras, veo de todo (risas). Tengo pacientes de digestivo de todo tipo, forma y condición, desde el colon irritable a Crohn, colitis ulcerosa… Veo migrañas, veo piel, pacientes con dermatitis atópica, eccemas, soriasis… Veo problemas de sueño. Veo niños, problemas del neurodesarrollo, autismo, TDA…
P: ¿Y también pacientes con enfermedades neurodegenerativas? Se empieza a ver, por ejemplo, una conexión del párkinson con el intestino. El estreñimiento puede ser una de sus primeras manifestaciones clínicas.
R: Sí. Tengo patología neurodegenerativa, pacientes con alzhéimer, párkinson... ¿Pero sabes lo que ocurre con estas enfermedades? Que sí tienen conexión con la microbiota, pero tenemos que tener clara la expectativa. Tenemos que tener claro, en estas patologías, que no se van a curar porque yo trabaje la microbiota. Hay que tener claro cuál es el objetivo, que es controlar la inflamación.
En el momento que yo frene o module la inflamación de estos pacientes, freno a la evolución de su enfermedad. Yo no voy a curar un párkinson ni un alzhéimer, pero si controlamos la inflamación, ahí la microbiota tiene mucho que decir. Son patologías en las que puedes modular el curso de la enfermedad.
P: Es decir, mejorar los síntomas, que al final es mejorar la calidad de vida del paciente, su día a día… y lo que muchos irán buscando.
R: Claro. Y esto es algo que está muy estudiado.
P: ¿Y cómo son los tratamientos que da a sus pacientes? ¿Con probióticos sobre todo?
R: Normalmente, me manejo suficientemente bien con los suplementos nutricionales. Y utilizo probióticos, prebióticos, aminoácidos, ácidos grasos, algo de fitoterapia, oligoelementos… es decir, un montón de suplementos nutricionales. A mí me gusta hacer un planteamiento terapéutico en fases, porque me parece que trabajar solo microbiota, cuando quiero recuperar una disbiosis, no es suficiente la mayoría de las veces. Mi planteamiento terapéutico lo enfoco más a recuperar homeostasis intestinal.
P: ¿Qué es la homeostasis?
R: La homeostasis es el equilibrio. La microbiota está en el intestino. Pero tiene que funcionar todo junto, la microbiota y todo lo demás. Y para recuperar esa homeostasis, o ese equilibrio, yo no puedo trabajar solo con la microbiota. Es el eje central del tratamiento sobre el que yo pivoto, sí, pero hay muchas otras cosas. Tengo que trabajar también la pared del intestino, el epitelio intestinal, ver si hay o no permeabilidad, ver cómo tengo la capa de mucus, valorar la actividad de los señalizadores inflamatorios, ver los estabilizadores metabólicos... A lo mejor tengo que hacer algún tipo de apoyo hepático, pancreático, enzimático, y valorar la actividad del eje intestino-cerebro.
Esa es mi parte del trabajo. Pero luego hay otra parte importante, que es qué hace el paciente por su tratamiento. El paciente también tiene que colabora, porque yo les pongo en la mesa la alimentación, el ejercicio, el sueño, ver cómo modulamos el estrés… y eso es un trabajo que hace el paciente, claro, es parte de su tratamiento. No es sólo el “qué me tengo que tomar”, sino “qué tengo que cambiar en mi estilo de vida que me trajo la enfermedad y que me va a ayudar a salir de aquí”.
P: El enfoque es absolutamente distinto, y opuesto, al de la medicina tradicional, el “voy al médico a ver qué pastilla me da”.
R: Sí, y es algo que les explico a los pacientes en la primera consulta, porque ese compromiso va a ser el 50% de su tratamiento. Les digo: "El 50% es tuyo". Si no estás dispuesto a cambiar eso, pues encantada de conocerte.
P: Es un trabajo en equipo médico-paciente.
R: Absolutamente.
P: ¿Y qué consejos daría a las personas que nos estén leyendo? ¿Cómo podemos cuidar nuestra microbiota?
R: Pues serían las cuatro pautas que he comentado antes. A mis pacientes les hablo de alimentación, qué alimentos hay que fomentar su ingesta y cuáles tienen que quitar de su dieta. ¿Cuáles hay que fomentar? Alimentos fermentados. Los de toda la vida: el yogur, el queso, la cuajada… Y los más modernos: el kéfir, la kombucha, el chucrut... También la fibra, fibra de calidad. Quien no pueda cereales, porque no le sienten bien, pues tubérculos (patata, boniato, batata, yuca). Cocinarlos y dejarlos enfriar, que es una fuente de almidón, un carbohidrato muy interesante para la microbiota.
Y luego hay una cosa. Hay una molécula, los polifenoles, que son prebióticos. Es decir, los alimentos de los de los probióticos. Y estos polifenoles, que a la microbiota le encantan, están en alimentos tan fáciles como los frutos rojos, la granada, el aceite de oliva, las setas, la cúrcuma, el chocolate, el café, el té. Es tener un aporte de fibra, polifenoles y alimentos fermentados.
Luego está el ejercicio. Hay una gran diferencia en cómo evoluciona la microbiota de un paciente que hace ejercicio y la de un paciente sedentario. Pero no hace falta que te apuntes a un gimnasio, es hacerlo adaptado a tus circunstancias y a tu edad.
El sueño también es importantísimo, la calidad de sueño. Y el estrés, que es el gran horror de nuestra sociedad actual. El cortisol influye dramáticamente sobre la microbiota. Son esos cuatro pilares del estilo de vida (alimentación, sueño, ejercicio y control de estrés) con los que tenemos que ser un poco conscientes y proactivos. Con eso ayudamos mucho a nuestra microbiota.
P: Es decir, se trata de cuidar nuestra microbiota para que ella nos cuide a nosotros.
R: La microbiota es un ecosistema que vive en perfecto equilibrio, entre ellos y con nosotros, y en esa conexión con nosotros es donde se establece la salud. La SALUD con mayúsculas. Es cuidarla para cuidarnos, efectivamente.
P: En el libro, dice que afecta a nuestra salud mental, nuestros sentimientos, nuestros pensamientos, e incluso a nuestra personalidad… Explíquenos esto último.
R: Esa parte del libro la escribí porque encontré un artículo que se publicó en Estados Unidos que me pareció muy interesante. Lo incluyo en el libro. Se estudiaba población sana, un grupo poblacional enorme, y se les hacía un estudio de personalidad y un estudio de su microbiota. Se cruzaba la información que daba la personalidad y la microbiota y se vio que había gran conexión.
Se descubrieron muchas cosas, entre ellas que una microbiota numéricamente grande y cualitativamente diversa (cuantos más bichos tenemos y más diferentes sean) se correspondía con personalidades más empáticas, generosas, alegres… Y al revés, ecosistemas más cortos numéricamente y con menor diversidad se correspondían con personalidades más oscuras, con el egoísta, rencoroso, malpensado… Curiosísimo. También se descubrió que la inflamación tenía mucho que decir en la conexión con la personalidad, que al final es pensamiento, sentimiento, afectividad.
P: Hace poco, hablando con una pediatra argentina que también lleva mucho tiempo estudiando la microbiota, Ingrid Gerold, me comentaba que cuando conocemos a alguien, nos fijamos en muchas cosas pero lo que hay que mirar, sobre todo, es su microbiota. Porque es lo que más nos va a decir sobre esa persona.
R: Sí, sí, completamente de acuerdo.
P: ¿La microbiota nos define? ¿Es lo que somos?
R: Sí. Y lo bueno que tiene es que ese "lo que somos" es cambiable. La microbiota es algo vivo, sobre lo que podemos trabajar todo el rato, toda la vida. Hay una parte del libro en la que hablo de esos “no me gusta” con la comida, por ejemplo. Explico las rutas por las que un alimento percibimos que no nos gusta. Creemos que no nos gusta la sepia y que eso ya es para toda la vida, ¿no? Pues no. Nosotros podemos actuar sobre las rutas que lo determinan. Con la microbiota se puede intervenir todo el tiempo para modificar cualquier circunstancia que no sea la adecuada.
P: Me imagino que escuchar eso es esperanzador, para mucha gente.
R: Sin duda.