Aproximadamente, 300 millones de personas padecen depresión en el mundo y 395 millones de personas han sufrido en algún momento de su vida ansiedad generalizada. Ambos son, sin lugar a dudas, los problemas de salud mental más frecuentes, afectando no solo al paciente, sino también a sus seres queridos.
“Tenía 15 años cuando me enteré de que mi madre tenía depresión”, comparte con Yasss Alberto, de 28 años. “Me lo habían intentado ocultar para no preocuparme, pero era evidente y al final me enteré por mi abuela, y me preocupé mucho, pero preferí saberlo a vivir en la ignorancia. Recuerdo esos tres años bastante malos, pero sobre todo era porque nadie me decía las cosas claramente. Trataban la depresión como un secreto y es muy jodido ver que algo va mal, pero nadie te dice el qué. Así que me refugié mucho en los estudios y me esforcé para no preocupar a mi madre. Y ya de adulto me he dado cuenta de que tiendo a reprimir mucho lo que siento por no preocupar a nadie”.
Los problemas de salud mental también estuvieron presentes en la vida de Sandra, de 25 años. “Mi madre es una persona nerviosa y ha ido al psicólogo durante mucho tiempo. Tuvo agorafobia cuando yo era pequeña y ansiedad generalizada a épocas. Y claro, yo tengo mucho miedo de sufrir lo mismo, porque una cosa que mi madre hacía era meterme todos sus miedos. Siempre he sido súper asustadiza y me preocupaba todo, y creo que es por lo que viví en casa”, explica.
Para, la depresión de su padre Merce, de 31 años marcó un antes y un después. “Me volví muy tímida y empecé a pasar mucho tiempo en casa. Dejé amigos de lado y me volqué en mi padre. Luego, cuando él mejoró, tuve una etapa de descontrol bestial, pero no estaba del todo a gusto. Y con 26 años tuve que ir al psicólogo por una depresión. No culpo a mi padre porque bastante tuvo él, pero siempre está la duda de hasta qué punto influyó en mi manera de ser lo que viví”, se pregunta.
Los hijos de padres o madres con problemas de salud mental se suelen hacer una pregunta: ¿Es genético? Pero cuando hablamos de depresión o de ansiedad generalizada, los genes no tienen tanto peso como pensamos. Lo que sí es importante son las conductas depresivas y ansiosas.
Algunos ejemplos de conductas depresivas son el aislamiento social, el hacer comentarios catastrofistas o la culpabilidad. Por otro lado, algunos ejemplos de conductas ansiosas son evitar situaciones que asustan, rumiar una y otra vez una preocupación o ponerse en lo peor.
Cuando somos adultos, podemos darnos cuenta de que estas conductas no son ni normales ni saludables, pero cuando somos niños y vemos que nuestros padres las realizan, podemos llegar a interiorizarlas. A largo plazo, repetimos estas conductas y por eso corremos el riesgo de sufrir lo mismo que nuestros padres.