La muerte de un hijo es, sin duda, una de las pérdidas más duras a las que se puede enfrentar una persona. Por eso, en terapia a menudo se dice que nunca se logra superar del todo, sino que se aprende a vivir con el dolor.
Hablamos pues del duelo, un proceso psicológico que nos permite aceptar lo que ha pasado y seguir con nuestra vida sin olvidar, sin torturarnos y sin anclarnos al pasado. Pero no hay un manual de instrucciones para vivir el duelo. Lo que sí que hay son muchas dudas, mucha tristeza y, a veces, muchas estrategias autodestructivas para superar el dolor.
Aceptar la muerte de un hijo implica reconstruir todas tus áreas vitales. En otras palabras, tu vida ya no es como lo era antes y es necesario adaptarla poco a poco. Sin embargo, algunas personas movidas por la inmensa depresión que sienten, se aferran al hijo que han perdido y cometen un error muy grande: intentar reemplazarlo.
Tener un hijo tras la muerte de otro no es en sí misma una mala decisión. El problema es cuando esta decisión se toma de manera precipitada porque no has logrado procesar el trauma, es decir, cuando lo que te mueve es el dolor.
Esto es lo que en psicología se conoce como un duelo no resuelto, buscando sustituir emociones muy dolorosas como el vacío, el miedo, la desesperanza o la rabia, por otras agradables como el amor por un nuevo hijo. ¿A corto plazo? El sufrimiento se camufla. ¿A largo plazo? Todas esas emociones que has enterrado bajo tierra, vuelven a salir a la luz.
Durante el duelo por la muerte de un ser querido, especialmente un hijo, surgen emociones muy dolorosas, emociones que además pueden verse intensificadas por la decisión de intentar reemplazar al hijo.
Estas reacciones emocionales no se pueden evitar, sino afrontar. De nada sirve camuflar la ira o la tristeza, porque tarde o temprano reaparecen. Lo recomendable en terapia enfocada al duelo es pasar por estas etapas poco a poco, con apoyo de un psicólogo y de tus seres queridos.
Intentar reemplazar un hijo no solo repercute al padre o madre, que como hemos visto corre el riesgo de sufrir un duelo no resuelto. También repercute en la crianza.
Aunque el nuevo hijo reciba todo el amor del mundo, también puede convertirse en un parche para el dolor y, además, ser víctima de expectativas desproporcionadas. Esto sucede especialmente cuando el hijo que ha fallecido era mayor y tenía una personalidad ya desarrollada, una manera de mostrar el afecto, unos intereses vitales concretos o unos valores únicos.
Los padres inconscientemente pueden esperar lo mismo del nuevo hijo y el hijo puede darse cuenta de que nunca va a alcanzar esas expectativas, sintiéndose desplazado o inferior en una competición contra alguien que ni siquiera ha conocido.
Teniendo esto en cuenta, noticias como las que están surgiendo a raíz Ana Obregón y su decisión de ser abuela por gestación subrogada o vientre de alquiler, deberían hacernos reflexionar sobre diferentes aspectos, entre ellos, la importancia de pasar el duelo de un hijo para no destrozar tu salud mental por el camino y, sobre todo, para no afectar negativamente a un nuevo bebé en la familia.
Superar el duelo por la muerte de un hijo es durísimo y no hay ni consejos ni pastillas mágicas ni reemplazos que hagan desaparecer el dolor. Sin embargo, sí hay cosas que pueden apaciguarlo.
La primera es la terapia psicológica individual o los grupos de apoyo. Un psicólogo puede ayudar a los padres a entender su situación y, sobre todo, a aceptarla para no morir ellos en vida. Por otro lado, desahogarte en un entorno libre de juicios junto a padres que han perdido a sus hijos, también puede ayudar a reducir la sensación de soledad y de sentirse incomprendidos.
La segunda es el fortalecimiento de otros roles. Si toda tu vida gira alrededor de “padre” o “madre”, tu salud mental poco a poco se va a deteriorar. Es necesario dedicar tiempo a aficiones, al trabajo y al autocuidado. Esto es muy duro para los padres porque sienten que están fallando a su hijo, un pensamiento totalmente autodestructivo.
En tercer lugar, conviene crear una red de apoyo formada por la familia y amigos de los padres. La soledad es muy dañina en general, pero durante el duelo lo es todavía más. Por eso, cualquier apoyo, pasa a ser indispensable.