Valeria tenía apenas unos meses cuando sus padres la adoptaron fuera de España. No recuerda nada de su infancia en Latinoamérica, ni tampoco tiene grandes recuerdos de su padre, que falleció cuando ella tenía unos 5 años. Él tenía 72 años en aquel momento.
Ahora, ha contado la historia de su adopción: “Mi madre tenía casi 65 años cuando me adoptó y mi padre era mayor que ella, tenía unos 67 años”, comparte con Yasss la joven que ahora se encuentra en la veintena (no quiere revelar su edad exacta ni tampoco su lugar de nacimiento ni nombre real, utilizando Valeria como pseudónimo). Pero pese a la edad, querían tener un hijo y compartir sus últimos años de vida con él, “ellos decían que fui un milagro porque conocían parejas más jóvenes a las que no habían dejado adoptar en España. Por eso fueron a otro país con leyes más flojas, era otra época, y tiraron de contactos, porque en mi país de nacimiento vivía un primo hermano de mi madre que movió hilos”, comparte sin querer entrar en más detalles al respecto.
Pese a todos los esfuerzos por ser padres, Valeria lo tiene claro: “no es bonito ni es un ejemplo a seguir. Mira, yo quiero muchísimo a mi madre, pero soy la primera que se lleva las manos a la cabeza cuando veo que alguien decide tener hijos a partir de cierta edad, porque he vivido en primera persona toda la mierda que hay detrás”.
Al preguntarle por los obstáculos de la edad, Valeria explica con seriedad lo que vivió durante su infancia. “Yo me he sentido muy sola. Al final mi madre estaba entre los 70 y 80 años años cuando yo cumplí 12, y habrá gente que a esa edad está como una rosa, pero mi madre tenía problemas físicos. Había planes a los que yo no iba porque mi madre no podía llevarme, no podía conducir, y porque era demasiado pequeña para ir en metro o en autobús”, explica la joven.
A esa soledad, se sumaron las responsabilidades que poco a poco aparecieron. “Lo volvería a hacer, no me malinterpretes. Yo adoro a mi madre más que a nada, pero fue muy duro tener que asumir durante mi niñez y mi adolescencia unas cargas tan duras. La muerte de mi padre, por ejemplo, que le puede pasar a cualquiera, pero cuando tu padre fallece a la misma edad que los abuelos de tus compañeros de clase, te sientes diferente. O todos los cuidados físicos como tener que bañar a mi madre con 15 años, tener que controlar su medicación, renunciar a ir a la universidad con mis amigas porque si no nadie la cuidaba. Esa es la parte que nadie ve porque como hija o hijo la normalizas, te parece que es lo que toca, pero creces y ves que no es normal”, reflexiona.
“He tenido muchos sentimientos encontrados”, confiesa, “porque yo agradezco infinitamente a mi madre haberme cuidado y sé que me ha querido muchísimo, que ha sido generosa conmigo y que ha tenido siempre paciencia, comprensión y apoyo. Pero también he sentido mucho rencor a veces porque su decisión de adoptarme a esa edad, ahora lo veo claro, fue egoísta. Ella lo ha reconocido y se siente muy culpable a veces, pero yo a estas alturas le quito importancia. ¿Qué le voy a decir? No quiero que sus últimos años de vida sean todo tristeza y culpabilidad. La cuido, estoy a su lado, y cuando ella ya no esté, pues empezaré a vivir mi vida”.
Al hablar con Valeria sobre la muerte, reconoce sentir mucha tristeza. “Como te decía, de mi padre tengo muy pocos recuerdos, así que no me afectó. Pero claro, para mí la muerte de mi madre es un tema muy presente. Todos sabemos que nuestros padres morirán algún día, pero no es algo en lo que piensas cuando eres joven. Yo llevo con ese miedo desde los nueve”, admite tajantemente, “y lo he ido procesando, pero he tenido etapas muy duras. De pequeña yo tenía pánico a la muerte y las enfermedades. Ahora soy un poco hipocondríaca, pero ya no sobreprotejo a mi madre. La protejo porque no me queda otra, que tiene casi 90 años… Ella sabe que le queda poco, yo también lo sé, y qué te voy a decir. Es una mierda. Es una mierda porque hay días que está fatal, días que quiere vivir, días que quiere irse ya, y yo me veo metida en una especie de prisión voluntaria mientras todas mis amigas viajan, estudian una carrera o empiezan a trabajar, tienen su casa, su pareja… No sé, mi situación me paraliza”.
Tampoco ayudan los comentarios de la gente, algo a lo que Valeria se ha acostumbrado. “Llevo escuchándolos toda la vida así que ya he hecho callo. Desde burlas de compañeros hasta padres de otros niños diciéndote “pobrecita”, he vivido de todo. Y lo que más, el dar por hecho que eran mis abuelos”, cuenta a Yasss. “También he escuchado comentarios despectivos de gente que no entendía la decisión de mis padres, te hablo de amigos o conocidos. Cuando tienes 10 años, lo último que te apetece escuchar es a alguien llamando mala persona y egoísta a tu madre en tu cara. Duele. Con veinte puedes entender la postura de esas personas, pero yo creo que hay que proteger a los niños siempre”.
En este sentido, le preguntamos a Valeria por su opinión respecto a la reciente noticia de la maternidad de Ana Obregón, que ha viajado hasta Miami para recoger a su hija, un bebé nacido por gestación subrogada o vientre de alquiler.
“Quizá soy muy dura, pero me parece una imprudencia. Si lo comparo con mi historia, al final, yo ya había nacido, pero esa niña ha venido a este mundo porque alguien ha tenido un capricho a los 68 años, pagando por ella como si fuese un bolso. No me parece ni ético ni responsable”, reflexiona, “pero tengo todavía más clara una cosa, y es que no le deseo a esa niña los comentarios que seguramente tendrá que aguantar cuando crezca, más aún siendo figura mediática”.
Para acabar, Valeria añade una reflexión: “estas noticias nos hacen ver una realidad que pasamos por alto, y es que hay muchas personas que tienen casi 70 años queriendo ser madres y padres, y hay muchos vacíos legales. No es justo que vayas a otro país o que utilices tus privilegios para tomar una decisión que se sabe que no es ética. Por algo en España no se puede adoptar si eres mayor de 45 años, lo mismo que en otros países a día de hoy, incluido en el que yo nací. Pero esto da igual si hay alternativas como los vientres de alquiler o clínicas de fecundación in vitro o tirar de contactos en países con más corrupción. Estas alternativas se pasan esa ética por dónde quieren. Eso es lo que hay que criticar”.