“Me inquieta mucho esto que hace mi hija de 14 años con los filtros de las aplicaciones del móvil que distorsionan su imagen corporal y le hacen parecer que tiene la piel superluminosa, tersa, sin manchas ni sombras; en definitiva, alguien que no es ella en realidad. Lo que noto mucho últimamente es que la niña no para de quejarse de su aspecto físico. Cada día es una cosa, que si la nariz muy grande, que si tengo ojeras. Mamá, tengo las pestañas fatal, me dijo el otro día mientras se miraba al espejo del coche de camino al colegio...¿debería preocuparme por esto?, ¿cómo puede decir una niña de 14 años que tiene las pestañas fatal?, ¿estamos locos o qué?”
El testimonio de esta madre no está en absoluto fuera de lugar y su preocupación no es para nada exagerada. De hecho, algunos psicólogos y expertos en salud mental han comenzado a ver una correlación importante entre el uso de este tipo de filtros de fotos que embellecen y distorsionan la propia imagen y el aumento casos de trastorno dismórfico corporal (TDC) en jóvenes y adolescentes.
En la cultura de la imagen, en una sociedad que marca unos patrones de belleza muy estrictos, la presión mediática y social puede estar favoreciendo la aparición de esta patología. Pero esa no es la única causa, como veremos más adelante.
Tal vez el de Michael Jackson sea uno de los casos más conocidos del trastorno dismórfico corporal. El rey del rock padecía este trastorno de su imagen corporal que le llevó durante años a vivir esclavizado por sus rutinas compulsivas encaminadas a, en su caso, aclarar su color de piel y modificar sus rasgos para parecer blanco.
Como explica Florencio García Escribano en el estudio Trastorno dismórfico corporal del adolescente publicado en la Revista de psiquiatría infanto-juvenil ( Volúmen 37, número 4, 2020) Este trastorno, TDC, “se caracteriza por la preocupación por defectos físicos corporales no existentes, o apenas perceptibles, que generan un gran malestar psicológico o un deterioro en el funcionamiento de la persona que lo padece. La prevalencia de este trastorno oscila entre el 1,7 y 2,5% en la población general, siendo las dos terceras partes de los casos de inicio en la adolescencia”. Otras fuentes hablan de que el TDC afecta 1 de cada 50 individuos. En lo que suelen coincidir los expertos es en la especial vulnerabilidad de los adolescentes a padecer este trastorno.
El artículo citado relata el caso clínico de P, una joven de 16 años que es derivada a consultas de psiquiatría infanto-juvenil por su Médico de Atención Primaria (MAP), con juicio clínico de ansiedad.
“P data el inicio de su malestar en las navidades de 2018, 6 meses antes de la consulta actual, cuando observó que la forma en la que se veía en el espejo era distinta a cómo se veía en las fotos, advirtiendo que la imagen especular no era simétrica. Explica que en el espejo se veía bien, pero en las fotos no, por lo que empezó a preocuparse por cómo le verían los demás, asemejando el punto de vista de estos al de las fotos. En la primera consulta, P dice tener varias partes defectuosas o deformadas, siendo las de la cara las que más ansiedad le generan, especialmente la mandíbula. Aunque por un lado se muestra convencida de ello, por otro lado, expresa la duda de estarlo. P explica que existen días en los que no tiene defectos y se siente bien, pero que hay otros en los que sí y se angustia. Asegura haber visto y sentido dichas deformaciones en ocasiones, pero no siempre están, por lo que le surge el deseo y a la vez el miedo, de comprobarlo. Generalmente cede a la comprobación y, si confirma su existencia, se angustia terriblemente. Por otro lado, si la descarta, sigue comprobando el resto del cuerpo hasta que encuentra otra deformidad, con el mismo resultado. Estas comprobaciones duran en torno a 5 horas al día. “Y podría estar muchas horas más, si no evito lo que evito”. Con esto, hace referencia a que evita todo aquello que pueda recordarle y desencadenar estas obsesiones (como, por ejemplo, mirarse al espejo). P es consciente de la gran cantidad de tiempo que invierte en estos rituales y que el resultado es, en la mayoría de los casos, angustioso, por lo que, como hemos dicho, trata de evitarlos. En palabras de la paciente, “prefiero quedarme con la duda a saber la realidad”. Además, la paciente refiere que estos pensamientos le generan sentimientos de rechazo y vergüenza hacia sí misma (…) Explica que en ocasiones no quiere ir al colegio para que sus compañeros no se den cuenta de sus defectos. También dice que le da mucha vergüenza hablar de este tema y que nunca ha sido capaz de contárselo a ningún familiar, amigo o profesional de la salud previamente. La única persona a la que se lo ha contado ha sido a la psicóloga de su colegio, la cual le habló acerca del “trastorno dismórfico corporal” y se ha sentido muy identificada”. (García Escribano, 2020)
Como vemos en el caso de P, el trastorno dismórfico corporal hace que la persona que lo padece crea que hay partes de su cuerpo que son muy feas. La persona con este trastorno se pasa horas focalizada en lo que cree que está mal de su aspecto físico; buscan la ocasión para fijarse en su aspecto físico con la intención de corregirlo, arreglarlo o hacer preguntas a los demás sobre él. Se obsesionan con defectos o imperfecciones que carecen de importancia o que pasan desapercibidos para los demás hasta el punto de que estas personas se vuelven esclavas de esta obsesión.
En algunos casos las personas con este trastorno se sienten tan mal con su aspecto físico que no quieren que los demás las vean: usan maquillaje en exceso y ropa para taparse las partes del cuerpo que les disgustan. Esta obsesión puede derivar también en aislamiento social y en una disociación extrema ya que, en algunos casos, en vez de prestar atención a sus supuestos defectos físicos, hacen justo lo contrario: dejan de mirarse al espejo porque les resulta demasiado doloroso verse.
En resumen, los síntomas pueden alcanzar tal gravedad que pueden impactar y deteriorar las áreas personales, familiares, sociales, educativas y laborales de las personas que sufren este trastorno.
No existe una causa única ni clara que origine este trastorno, pero lo que sí es cierto es que, según los casos que se conocen, el hecho de haber sido acosado por el físico durante la infancia y adolescencia, la autoestima baja y la personalidad perfeccionistas son factores de riesgo para la aparición de este trastorno. Los expertos creen que existen otros factores neurobiológicos que pueden desempeñar un papel importante en su aparición.
La investigación llevada a cabo en 2007 por Jamie Feusner fue uno los primeros trabajos que demostraron la existencia de un correlato neurobiológico para la imagen corporal distorsionada de los pacientes con este trastorno. En concreto Feusner y sus colaboradores pudieron demostrar que las personas con TDC funcionan de manera anormal al procesar los detalles visuales debido a una anomalía en el funcionamiento del hemisferio izquierdo cerebral.
En cuanto a la anatomía cerebral, otros estudios como los de Grace (2017 Y 2019) también se encontraron que los pacientes con TDC presentaban una hipoactividad en la corteza occipital lateral dentro del hemisferio izquierdo.
Otros estudios posteriores también han encontrado anomalías en el funcionamiento neurocognitivo en personas con TDC, así como en la neuroquímica de los cerebros de personas con TDC, en concreto la escasez de serotonina.
El trastorno dismórfico corporal se puede tratar con terapia psicológica que algunas veces necesitará el apoyo de fármacos.
Como hemos visto, el TDC es un trastorno psiquiátrico complejo cuyo fundamento neurobiológico aún no es claro y definitivo, y en el que también se ha podido comprobar que, aparte de los factores biológicos, existen otros factores ambientales que correlacionan con este trastorno.
Es innegable que Internet y las redes están jugando un papel importante en la construcción de la imagen corporal, sobre todo de los adolescentes, ya que esa es la etapa evolutiva en la que estamos construyendo nuestra identidad y somos más vulnerables a los mensajes relacionados con nuestro aspecto físico.
Efectivamente, decir que el hecho de vivir en una cultura de la imagen que favorece comportamientos obsesivos con el aspecto físico es la causa del trastorno dismórfico corporal es de un gran reduccionismo. Sin embargo, tampoco podemos dar la espalda a las cifras que reflejan un aumento en los últimos años de este trastorno -y de otros relacionados con la imagen corporal como los trastornos de la conducta alimentaria- coincidiendo con el auge de las redes sociales que, por lo general, fomentan unos cánones de belleza ideales que nada tienen que ver con la realidad.