Rafa, un niño de San Fernando (Cádiz) sopló solo las velas de su décimo cumpleaños porque ningún amigo suyo acudió a su fiesta de celebración. Su madre achacó la ausencia de los menores a que el cumpleaños se iba a festejar en casa en vez de en un local de celebraciones. “El presupuesto no nos da para más, pero lo hubieran pasado igual de bien”, se lamentaba. Días más tarde, varios equipos de fútbol gaditanos, a los que la historia de Rafa les había conmovido, le organizaron una fiesta sorpresa.
Los cumpleaños de ahora se han convertido en una un gran festejo que nada tiene que ver con los de hace unos años. Entonces, el cumpleañero invitaba a unos cuantos amiguitos a su casa y en torno a una mesa soplaba las velas rodeado de los más cercanos. Ahora todo es a lo grande. Da la sensación de que no es un verdadero cumpleaños si no se invita a un montón de niños o no se celebra en un parque de bolas o de colchonetas elásticas, circuito de coches Karts, parque temático, escape room, sesión de belleza, multiaventuras o patinaje… la oferta es infinita.
Pero, ¿de verdad es necesario estas hipercelebraciones? No parece que sea así. Las consecuencias pueden ser incluso negativas al situar en una posición demasiado egocéntrica al cumpleañero. “En el tema de la educación de los niños les estamos colocando en una posición tan narcisista, donde ellos son el centro, con una sobreexigencia de los padres desmedida, que lejos de ayudarles a desarrollarse sanamente y fomentar su autonomía, lo que está generando son personitas con poca tolerancia a la frustración y a la capacidad de demora para la vida”, explica Luisa del Campo, psicóloga y orientadora escolar.
“Si se celebra tanto lo corriente mientras educamos, podemos caer en el peligro de estar perdiendo la referencia del valor de lo extraordinario”, señalaba hace un tiempo el psicólogo Carlos Pajuelo en un artículo en el Norte de Castilla. Y añadía: “Con tanta celebración protagonizada por nuestros hijos, los colocamos en pedestales y, desde lo alto, se terminan creyendo merecedores de todo y de manera inmediata. Y cuando nuestros hijos se dan cuenta que los hemos colocado en un pedestal, pero que tienen los pies de barro, es posible que se puedan dar un buen tortazo porque el temor a hacerse responsables de su vida les lleve por caminos de descontrol”.
La cuestión es hasta dónde este tipo de cumpleaños a lo grande es de verdad una necesitad de los padres o del niño. “Parece que hay que demostrar ante los demás lo que estamos dispuestos a hacer por nuestros hijos al organizarles un cumpleaños a lo grande”, asegura Maite, madre de dos niñas. “Todo esto es un reflejo de la sociedad hiperconsumista y superficial en la que vivimos. Ponemos la felicidad en lo material y en función de eso creemos que dando a nuestros hijos cada vez más cosas materiales les estamos haciendo más felices o queriendo más. Parece que tanto te doy, tanto te quiero o te valoro. Hemos perdido el foco de dónde está lo importante: los niños no necesitan un cumpleaños tan excesivo para que se lo pasen bien o disfruten”.
El tema de las invitaciones, además, es peliagudo. Antes era frecuente que en las etapas de infantil y en los primeros años de primaria se repartiesen en clase. Ahora la mayoría de docentes se niega a que en su aula se den las invitaciones delante de otros niños que no están invitados. Tratan así de evitar que ningún alumno pueda sentirse desplazado o fuera del grupo. “Es muy embarazoso cuando se reparten invitaciones y los niños se quedan mirando para ver si les cae una. La cara de decepción que ponen cuando se dan cuenta de que no cuentan con ellos para un cumpleaños es muy triste”, asegura Ana, profesora de infantil en un colegio público de Madrid.
Es frecuente que los niños encadenen un cumpleaños con otro, a cada cual más sofisticado. Su agenda social supera con creces a la de los padres. “Se creen que cada fin de semana tiene que haber una fiesta y, si por alguna razón se quedan en casa, les parece que es todo un rollo. Están muy mal acostumbrados, tendrían que aprender a aburrirse y que no todo tiene que ser un espectáculo en sesión continua”, afirma Daniel, padre de dos hijos.
Lo cierto es que existen un montón de alternativas a estas hipercelebraciones. “Es cuestión de que los padres se ponga de acuerdo y de que se comuniquen mejor porque hay cosas muy sencillas que se pueden hacer, como acordar regalar un par de libros por cumpleaño entre todos o juntarse los nacidos el mismo trimestre de una misma clase en un parque al aire libre e invitar a todos para que nadie se quede fuera. Sale más barato, la agenda no se sobrecarga y es un plan que se puede hacer en cualquier época del año”, apunta del Campo. “Al final en este ocio enlatado, pago, van y no hay mayor esfuerzo que el económico. Nos tememos que parar a pensar como padres y educadores qué es lo que necesitan porque se pueden hacer muchísimas cosas”.
En su último cumpleaños, Javier, madrileño de 12 años, invitó a casa a sus amigos más íntimos. En otras ocasiones sus padres la habían organizado fiestas mucho más multitudinarias. Ya de noche, cuando se iba a la cama, le confesó a su madre que había sido su mejor cumpleaños: “Por primera vez he estado con los que realmente quería”.