Ana sufre SIBO o sobrecrecimiento bacteriano en el intestino delgado desde 2017. A lo largo de estos años, ha acudido a casi diez especialistas, le han realizado numerosas pruebas y ha probado hasta doce tratamientos diferentes. Ha sido un viaje con paradas que, como ella misma reconoce, “fueron una tortura”.
“Tener un problema digestivo afecta muchísimo a tu salud mental”, comparte Ana con Yasss, “pero no lo sabes hasta que no lo vives”. Durante estos cinco años, la joven de 29 años ha experimentado el impacto de lo digestivo en lo psicológico: “cuando estaba bien físicamente, mentalmente era un subidón. Recuperaba la energía, me apetecía salir, estaba de buen humor… Todo genial. Cuando pasaba una mala racha, era como si la oscuridad me tragase. He tenido crisis de pánico, semanas de estar cada día con ansiedad o deprimida, problemas para dormir, una hipocondría brutal de pensar que esto era cáncer y que ningún médico me hacía caso. No se lo deseo ni a mi peor enemigo”, reflexiona.
Ana también ha vivido la influencia de lo psicológico en lo físico, pues “cuando estaba más nerviosa por algo, a los pocos días me encontraba peor del estómago”. Confiesa que sus peores épocas fueron “una ruptura, cuando me cambié de trabajo y cuando un familiar tuvo un problema de salud. Ahí, peté mentalmente, pero también empeoró el SIBO. Lo que pasa es que a veces no sé identificar qué va primero”.
Lo que si tiene claro es que hay frases que nadie debería escuchar. “Odio cuando me dicen que lo mío es por estrés y que tengo que relajarme. Para empezar, eso no me ayuda a mágicamente relajarme, y para seguir, yo tengo un problema físico real, pero algunas personas dicen que es cuento, sobre todo familiares más mayores o gente con poca empatía”, reflexiona. El lado positivo es que “al final el SIBO me ha servido como radar para saber qué personas me apoyan y qué personas me hunden y alejarme de las últimas”.
Según la Fundación Española del Aparato Digestivo (FEAD), casi la mitad de los españoles tienen alguna patología digestiva, siendo las principales causas desencadenantes los factores psicológicos y la alimentación.
Algunos problemas digestivos que han aumentado en los últimos daños son las enfermedades inflamatorias (entre ellas, la enfermedad de Crohn y la colitis ulcerosa), el síndrome del intestino irritable, el reflujo gastroesofágico crónico, la dispepsia y el sobrecrecimiento bacteriano en el intestino delgado (más conocido como SIBO).
Si bien cada problemática es única, muchas comparten síntomas como:
Desgraciadamente, muchos de estos síntomas se minimizan y no les prestamos atención hasta que el problema va a más. ¿La razón? Que pensamos que son reacciones normales de nuestro cuerpo.
Tal y como los expertos señalan, los factores psicológicos pueden ser el desencadenante de muchos problemas digestivos.
La explicación es multicausal. En otras palabras, el malestar psicológico puede influir en diferentes procesos digestivos:
Con el tiempo, estos efectos pueden a su vez derivar en úlceras, inflamación del intestino, mala absorción de nutrientes, intolerancias, alergias y un largo etcétera.
A mayores y como ya hemos visto, los problemas digestivos provocan estrés, ansiedad e incluso depresión. Muchas personas no encuentran el origen del problema ni tampoco el tratamiento indicado, y luchan a diario contra síntomas incapacitantes. Además, en nuestra cultura socializar suele ir ligado a comer o beber y si tus amigos solo quieren quedar para cenar o para tomar un café o unas cañas, puedes sentirte realmente aislado.
Teniendo en cuenta este círculo vicioso, la terapia psicológica puede ser muy útil junto al asesoramiento de un nutricionista y de un médico especialista en el aparato digestivo