Ni siquiera el diccionario de la RAE recoge el término ‘ecpatía’, así que no se preocupen, es normal que nunca hayan oído esta palabra.
Si bien es cierto que ‘ecpatía’ es un término que surgió en el ámbito de la psicoterapia y la medicina (aun así, sigue siendo muy desconocido entre médicos y psicoterapeutas) el concepto es realmente útil para la vida del común de los mortales.
El catedrático de psiquiatría José Luis González de Rivera propuso este término en 2005 para definir un proceso voluntario de exclusión de sentimientos y motivaciones inducidas por los demás. Es decir, según su ‘creador’ la ecpatía es la capacidad que nos permite no identificarnos demasiado con el sufrimiento del otro. Fíjense en que el adverbio ‘demasiado’ es la clave en la frase anterior.
En cierto sentido ecpatía sí es lo contrario de empatía, aunque algunos profesionales de la psicología prefieren describirlo como el límite de la empatía o incluso como una actitud complementaria de la empatía.
González de Rivera definió la ecpatía como “un proceso mental voluntario de percepción y exclusión de sentimientos, actitudes, pensamientos y motivaciones inducidas por otro”. El desarrollo de la capacidad ecpática, según este psiquiatra “es necesario en el manejo de la identificación proyectiva, tanto en situaciones clínicas como extraclínicas, y para prevenir la influencia de la manipulación emocional y del contagio emocional”.
Veamos un ejemplo que ilustra la importancia de desarrollar esta capacidad: Hace unos años presencié un accidente mientras estaba de vacaciones en Santa Catalina, una isla en la costa de California (EEUU) en la que está prohibido circular en coche y donde es habitual que los turistas alquilen carritos de golf y pequeños vehículos de ese tipo para explorar la isla. Durante un desplazamiento, el carrito de golf que circulaba delante del nuestro volcó en una curva. La chica que iba de copiloto quedó atrapada debajo del vehículo y su pierna se quemó debido al roce con el asfalto. Entra varias personas logramos levantar el carrito y atender a la chica que lloraba y gritaba de dolor. Mientras esperábamos que llegara la ambulancia tratábamos de acompañar lo mejor que podíamos a la chica herida. Un militar con conocimiento de primeras auxilios hizo una primera cura a la pierna, pero eso no calmó el dolor, al revés, la quemadura dolía más y los gritos de la joven eran cada vez más desesperantes…igual que los de su novio.
Él permanecía a su lado todo el tiempo, llorando y gritando frases tipo “¡Qué horror cariño, esto es terrible, es lo peor que nos ha pasado jamás, tu pierna está fatal, lo siento tanto, tiene que doler muchísimo, ay por favor qué horror ha sido por mi culpa, iba muy deprisa y ahora tu pierna destrozada, es insoportable, por favor que venga la ambulancia cuanto antes, no puedo ni mirarte la pierna, pobrecita!”
Sin saber aún demasiado de psicología, entendí que este chico estaba en shock y que esa actitud no estaba ayudando en absoluto a su novia, que cada vez que escuchaba una de sus desafortunadas frases, se desesperaba más y gritaba más fuerte aún. Así no podíamos seguir. La situación se estaba desbordando…
Con todo el ‘tacto’ que pude desplegar en ese momento de tensión, cogí a este joven por el brazo y le pedí que se apartara unos metros de la escena y me acompañara un momento. Fue bastante dócil, se dejó ‘sacar’ fácilmente del lugar mientras la chica, con la ayuda de otra mujer, trataba de calmar el dolor usando la respiración.
Cuando tuve al chico frente a mí, incluso antes de que yo dijera nada, me miró fíjame a los ojos, desesperado y me gritó: “¡No te das cuenta de que esta es la peor experiencia que he vivido!, ¡ella está sufriendo muchísimo!, ¿no lo ves?, a lo mejor pierde su pierna…”
“Claro que sí, le dije. No pretendo convencerte de lo contrario. Es terrible lo que ha ocurrido, he presenciado el accidente, iba detrás de vosotros y comprendo perfectamente cómo te sientes…ahora bien: ella tiene una quemadura muy grave en su pierna, está muy dolorida, preocupada, tiene miedo, como es normal…¡ella es la que tiene la herida, no tú! ¿Qué crees que ella necesita ahora mismo de ti?, ¿Crees que le ayuda verte así? si hay alguien que le puede transmitir un poco de calma en este momento, ese eres tú…después, cuando llegue la ambulancia y se la lleve, ya lloras y gritas todo lo que quieras. Pero ahora ella te necesita fuerte. Si no te ves capaz de hacerlo, no pasa nada, quédate aquí un poco apartado conmigo…pero no deberías volver a su lado si no es para ayudarla”.
No hizo falta mucho tiempo para que el chico comprendiera y empezara, de manera voluntaria a ser ecpático, es decir a excluir sus propios sentimientos para evitar contagiarse por los de la chica…su exceso de empatía le había llevado a perder sus propios recursos personales para sostener el dolor de su novia. La ecpatía le salvó de hundirse con ella y brindó a la chica la ayuda que más necesitaba en ese momento. Cuando él volvió a su lado, lo hizo ecpático. Ese cambio de actitud fue clave para que la situación no se desbordara.
La empatía es una cualidad humana maravillosa que nos permite conectar con el sufrimiento ajeno y entender la experiencia subjetiva del otro. Nos lo repiten por activa y por pasiva desde que somos pequeños: “hay que ser empático, ponerse en el lugar del otro”. Esto es así porque la empatía es la llave de la conexión y la clave para mantener relaciones saludables y nutritivas.
La empatía es la capacidad que nos permite tener en cuenta el otro y percibir, entender y compartir sus sentimientos. La empatía nos permite “sentir dentro”, mientras que la ecpatía nos facilita “sacar afuera”, permitiéndonos gestionar el sentimiento que nos causa el hecho de ver a alguien sufriendo.
Como dice el psiquiatra González de Rivera en su artículo Empatía y ecpatía (2005), “Para esta nueva habilidad compensadora he propuesto el término Ecpatía, tomado del griego ekpatheia, literalmente “sentir fuera”, que defino como proceso mental de percepción y exclusión activa de los sentimientos inducidos por otros. La ecpatía no es lo mismo que la frialdad, indiferencia o dureza afectiva característica de las personas carentes de empatía, sino que es una maniobra o acción mental positiva compensadora de la empatía, y no su mera carencia”.
De modo que la ecpatía no tiene nada que ver con mostrarse antipáticos, fríos o insensibles frente a los demás. Lo interesante de esta capacidad es que bien regulada y equilibrada junto a la empatía, es lo que realmente nos permite ofrecer la respuesta adecuada y el apoyo necesario a la persona que necesita consuelo.
Como hemos visto en el ejemplo del accidente, la ecpatía es lo que impidió a este chico seguir dando una respuesta emocional desmesurada ante el sufrimiento de la chica. La ecpatía finalmente le permitió mantener la serenidad y la calma interior sin dejar de conectar con el sufrimiento de su novia, pero sin poner su propio sufrimiento por encima del de la chica, que es lo que estaba haciendo al principio.
Además de protegernos de dar una respuesta inadecuada a la persona que necesita ser atendida, como acabamos de ver, la ecpatía es también una herramienta que impide que la identificación con el sufrimiento ajeno nos lleve a olvidarnos de nosotros mismos.
Existen personas que tienen mucha empatía y tienden a anteponer sus necesidades a las de los demás. La ecpatía en este caso sería la encargada de decirnos: “recuerda que para poder cuidar a los demás tienes que estar bien tú” sin sentirnos culpables por ello. De modo que la ecpatía, en cuanto mecanismo regulador de la empatía, puede protegernos de sufrir ciertos trastornos emocionales más graves.
Además de estas dos funciones de la ecpatía -nos permite dar una respuesta realmente adecuada a las emociones del otro sin que estas nos arrastren y nos permite no olvidarnos de nosotros- existe otra función complementaria de la ecpatía: protegernos de los demás y de posibles manipulaciones a las que nos someten.
Se trata de una cualidad muy útil en una sociedad como la nuestra, plagada de narcisistas y psicópatas, como señalaba el doctor en psicología Iñaki Piñuel en esta entrevista en NIUS: “La personalidad narcisista es una verdadera epidemia, la verdadera pandemia de nuestro tiempo, el mundo de los narcisistas”. Una idea similar apuntaba la psicóloga Júlia Pascual en esta otra entrevista: “La sociedad se está desequilibrando de forma alarmante debido a la proliferación de individuos, conductas, negocios o hábitos de índole narcisista”.
El narcisista manipula tanto directa como indirectamente a los demás a través de la culpa o generando otro tipo de emociones negativas. Las personas narcisistas buscan someter a los demás en su propio beneficio y para ello despliegan una serie de comportamientos muchas veces encaminadas a presentarse ante los demás como las víctimas de la situación cuando se les recrimina algún comportamiento o se les acusa de algo. Son expertos en despertar y aprovecharse de la empatía de los demás.
Tener recursos como la ecpatía para poder separarnos del supuesto sufrimiento del otro, discernir para ver la realidad de las cosas y entender que se trata de una manipulación, es una herramienta sumamente útil en una sociedad en la que entre un 10 y un 13% de la población, según los expertos, son narcisistas que campan a sus anchas.