Por cada persona que sufre depresión en nuestro país -más de dos millones según la última encuesta de salud del INE- hay al menos otro ser humano sufriendo a su lado: un marido, una mujer, un hijo, una hija, un padre, una madre, un hermano, una hermana…en definitiva, una familia que muchas veces no sabe cómo comportarse ni qué decir, que no entiende las necesidades de su familiar con depresión o que se frustra porque no comprende…¿Cómo es posible que estés así?, ¡con lo positivo que tú eres!, ¡tienes que animarte!...son frases que muchas veces salen espontáneamente pero que no ayudan en absoluto a la persona que está en lo más profundo del agujero negro de la depresión.
Ese fue precisamente el primer impulso de Cristina, una mujer de 47 años, cuando su madre fue diagnosticada de depresión: “Al principio, lo que te nace es tirar de ella, empujarla emocionalmente y, en cierto modo, reñirla para que se diera cuenta de que no podía estar así, de que no tenía ningún motivo para encontrarse de ese modo, que son muchas las razones por las que vivir”.
Recuerda Cristina que la depresión de su madre “Fue una tortura para toda la familia. La principal afectada, lógicamente, fue ella, pero ver a tu madre, una persona que siempre había sido súper positiva, que siempre tenía una palabra de ánimo o de consuelo, decir que no tenía ganas de vivir, que no tenía fuerzas ni para levantarse de la cama, es terriblemente duro”.
Para Cristina, hablar con profesionales de la salud mental fue fundamental para entender lo que le ocurría a su madre y aprender a relacionarse con ella. Eso, de alguna manera transformó ese sufrimiento en confianza: es fundamental tener un mapa del territorio hostil que estás atravesando y una guía sobre cómo actuar ante cada obstáculo.
“Gracias a los profesionales te das cuenta de que intentar animar no es la forma. Hay que estar y acompañar, no se puede perder de vista a una persona con depresión, pero sin empujar. Esto es un proceso largo y tedioso que empieza con la medicación y continúa con la terapia, pero al final da resultados. Hoy mi madre, afortunadamente, ya se encuentra fenomenal, sigue yendo al psicólogo y toma algo de medicación, pero vuelve a ser la persona enamorada de la vida que ha sido siempre”.
Según la psicóloga Mercedes Bermejo, vocal del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid, “desde el punto de vista social conviene tener en cuenta que cuando una persona sufre, todos sufrimos y, actualmente, nos encontramos ante una enfermedad mental o un trastorno que constituye un gran reto para nuestra salud mental, ya que estimamos que entorno al 15 % de la sociedad sufrirá depresión en algún momento de su vida y desde la OMS nos indican que es la principal causa de discapacidad en todo el mundo”.
La depresión, añade, “va más allá de un estado de ánimo, sino que viene a ser un trastorno que cada vez está más presente en nuestra sociedad y que las personas que acompañan, pues también están sufriendo y también tienen riesgo de desarrollar enfermedades y problemas de salud mental y física a corto, medio y largo plazo y, por tanto, también requieren de una atención especializada para todo esto. Es muy importante la atención temprana y la prevención”, insiste Bermejo.
No todos los familiares de personas que sufren depresión son conscientes de los daños colaterales que ese trastorno del estado de ánimo puede llegar a tener en su propia salud.
“En la casilla de ‘motivo de consulta’ del psicólogo con el que contacté, escribí: ‘Mi pareja tiene depresión, necesito ayuda’ y me sentí tan ridícula y culpable. No podía dejar de pensar que yo no tenía derecho a estar mal ni a pedir ayuda, que quien necesitaba apoyo realmente era él y no yo”.
Ese testimonio es de una mujer de 45 años que no quiere dar su nombre por respeto a su marido, recientemente diagnosticado de depresión. “Me costó mucho darme cuenta de que mi marido tenía depresión porque en mi cabeza tenía la idea de que la depresión se manifiesta siempre en un estado de ánimo de mucho bajón, falta de energía, apatía, tristeza…eso es en la mayoría de los casos, sí, pero en el caso de mi marido se manifestaba sobre todo con mucha irritabilidad, estaba distante, amargado y quisquilloso. Pero triste... digo la típica imagen que tienes de persona tirada en un sofá que no para de llorar…eso no lo vi en ningún momento, a pesar de que él me lo había dicho: creo que estoy deprimido…pero yo le dije: ¡anda ya!”.
Cuando finalmente llegó el diagnóstico de depresión, ella se sintió completamente perdida; por eso no dudó en consultar con un profesional de la salud mental. “Hay un antes y un después de esa sesión con el psicólogo. Me explicó todo muy bien, por qué en mi marido la depresión se había manifestado de esa manera, por qué yo no lo había visto venir y cómo iba a ser todo el proceso a partir de entonces. Comprendí que hasta que los médicos dieran con la medicación adecuada para él, íbamos a vivir en una especie de montaña rusa: un día mal, otro día regular, otro día fatal…en fin, una locura. En esa situación estamos en estos momentos. Es muy duro. Unos días está todo tan tranquilo que incluso llegas a olvidarte de que él está mal…pero al día siguiente te hundes al verle de nuevo en el hoyo. Nadie te prepara para esto. Es fundamental que un profesional te ayude y te acompañe a sostenerte tú para poder sostenerlo a él. A veces se me hace muy difícil darle ese apoyo incondicional que dicen los psicólogos que hay que dar a una persona con depresión. En esos momentos en que me siento impotente, frustrada, culpable, es cuando tiro de mi red de apoyo. Tengo mucha suerte de tener personas a mi lado que me están cuidando a mí. Pero la verdad es que me costó mucho entender que yo también necesito que me cuiden y que me tengo que dejar cuidar por el bien de toda la familia”.
Desde el Colegio Oficial de la Psicología de Madrid se ha elaborado un guía informativa para conocer un poco mas este tipo de trastornos del estado de ánimo en la que también ponen la atención en los familiares que acompañan a las personas que padecen depresión. Dentro de la guía hay un apartado que habla de la importancia de las personas del entorno, y en el que dan indicaciones sobre cuál es la actitud que más va a ayudar al enfermo: “En esta guía hablamos de poder escuchar activamente sin juzgar, de ser empático también desde el cuidado, desde el apoyo, desde un apoyo incondicional, dando una visión mucho más realista y atendiendo a posibles indicios autolíticos, ya que incrementa mucho el riesgo de suicidio en este tipo de población”, explica la vocal Colegio Oficial de la Psicología de Madrid Mercedes Bermejo.
Estas recomendaciones que dan los psicólogos de aceptación, empatía y no juicio, salieron de una manera muy natural e intuitiva en Laura, una mujer de 45 años que hace unos años acompañó muy de cerca a su madre durante una depresión.
“No me dio por ese discurso de ¡venga, tienes que tirar para adelante! Ese discurso no salió ni por mi parte ni por parte de nadie que la rodeaba… y eso que mi padre es muy de ser así, pero él se dejó asesorar también por los médicos”, explica.
La confianza reinó en todo momento en la familia de Laura. Normalizar y aceptar lo que estaba ocurriendo en vez de frustrarse y pelear contra la situación, fue fundamental.
“Recuerdo que a mi padre, la primera vez que fui a casa a verles después del diagnóstico le dije: a ver esto es como si hay una pierna rota que hay que arreglarla. Esto es lo mismo, lo que pasa es que como es mental, pues nos cuesta más porque la vemos triste y la vemos decaída; pero esto es como una pierna que está rota y se va arreglando. Va a llevar a un tiempo, pero se va a arreglar. Yo me acuerdo que me iba a verla todos los días porque entonces no tenía niños y a mí me preocupaba mucho y necesitaba verla físicamente. Yo sabía que ella estaba muy ausente porque estaba mal, pero yo sabía que a ella le reconfortaba verme a mí empática pero bien, entera y que le dijera: es normal que te sientas así”.
Laura animó a su madre a ir a terapia con un psicólogo porque el psiquiatra se limitaba a controlar la medicación, no trabajaba con ella las causas profundas de su depresión. Poco a poco, empezó a ver la luz al final del túnel y a día de hoy reconoce que aquella depresión fue para algo bueno. "Con el tiempo te das cuenta de que fue positivo para ella porque salieron cosas que tenía muy reprimidas", apunta.
Lamentablemente no todas las personas tienen la capacidad espontánea de abrirse al sufrimiento de los demás y acompañar empáticamente a un ser querido con depresión. Vivimos en una sociedad que da la espalda al dolor y lo esconde debajo de la alfombra; un sistema que nos empuja a pasar página y a tirar para adelante. En este contexto no es nada fácil desarrollar esta capacidad de sostener el dolor de manera incondicional; ni el nuestro ni el de los demás. Sin embargo, son cualidades que por suerte podemos aprender a desarrollar con la ayuda adecuada. Como dice la psicóloga Mercedes Bermejo, “siempre recomendamos pedir ayuda profesional dentro del ámbito de la psicología, donde estos cuidadores o personas que acompañan a una persona con depresión también pueden ser atendidas, cuidadas y orientadas”.