Casi todos los niños -y los no tan niños- atraviesan fases o momentos en los que experimentan pesadillas y, en el peor de los casos, terrores nocturnos. Aunque ambos están relacionados con el sueño y el descanso, la realidad es que se trata de fenómenos distintos que se relacionan con los miedos que nos afectan a cada uno de nosotros, y que pueden volverse más tangibles durante la noche y mientras tenemos la mente menos distraída. ¿En qué se diferencian pesadillas y terrores nocturnos? ¿Qué podemos hacer para evitarlos y para ayudar a nuestros hijos a superarlos?
Si algo tienen en común pesadillas y terrores nocturnos es que ambos se relacionan con nuestros miedos, aunque ambas manifestaciones son distintas y, en cierto modo, los terrores nocturnos pueden ser más problemáticos.
Son frecuentes en los más pequeños, aunque también pueden afectar a los adultos, especialmente en el caso de las pesadillas, que funcionan como reflejo de aquello que nos preocupa en la vida real. Determinadas técnicas de relajación, remedios naturales para descansar mejor... pueden servirnos como ayuda para lograr el estado de calma y paz mental necesario para descansar más tranquilos, dejando atrás nuestras preocupaciones y recuperando así fuerzas durante la noche.
Estas son algunas diferencias entre terrores nocturnos y pesadillas:
Sea cual sea el caso, no existe una 'cura' específica para los terrores nocturnos o las pesadillas: lo mejor que podemos hacer es intentar desenredar los miedos que las provoquen, tanto en nosotros mismos como con nuestros hijos: hablar de ello, normalizar la sensación de miedo y enseñar al niño que no hay nada que temer, haciéndole sentir protegido, es la receta universal para superar estos episodios. Normalmente, en el caso de los terrores nocturnos, éstos suelen desaparecer hacia los 9-10 años. En los casos más extremos (gran intensidad y repetidos episodios que no mejoran con el paso del tiempo) puede ser buena idea consultar a un profesional
Igualmente es recomendable utilizar técnicas para reducir el estrés, así como crear un ambiente relajado antes de dormir. El orden en la habitación, una luz suave antes de meternos en la cama, música relajante... y un periodo de tránsito entre la actividad y el descanso, son factores clave para llegar relajados a la cama y conectar con el sueño de una forma paulatina y mucho más saludable.
Lógicamente, esto pasa por evitar todo tipo de pantallas en la cama y, de forma óptima, durante las dos o tres horas previas al momento de irnos a la cama. Está demostrado que la luz que emiten este tipo de dispositivos nos mantiene activos cuando, en realidad, lo que deberíamos intentar es que la oscuridad vaya induciendo poco a poco el estado de relajación necesario para conciliar el sueño de forma óptima.