Tenemos metido en la cabeza que ser ‘emocionalmente fuertes’ es algo positivo, sinónimo de resiliencia, de responsabilidad o de madurez psicológica. Lo cierto es que llevar una armadura en todas las relaciones sociales tiene su lado negativo: es el caldo de cultivo ideal para que aparezca ansiedad, problemas de autoestima y sobrecarga emocional.
Como psicóloga, he visto esta dinámica infinidad de veces: una persona acostumbrada a llevar el rol de cuidador o cuidadora en una relación, es decir, es quien escucha, aconseja, cuida, apoya y distraen a sus amigos cuando estos están mal, pero, ¿y cuándo es ella la que necesita ayuda? Se calla por no preocupar.
Puede parecer que las personas ‘fuertes’ tienen todos sus problemas bien resueltos, que saben gestionar cualquier dificultad, que nunca se preocupan, que siempre son capaces de tirar del carro hacia delante, pero también necesitan ayuda. Desgraciadamente, no la piden y sus seres queridos piensan que es porque no la necesitan. Todos la necesitamos. Todos sufrimos, aunque algunos no lo digan en voz alta.
Ser siempre la persona ‘fuerte’ puede conducir a una relación asimétrica, es decir, una relación en la que uno da mucho más por el otro:
Aunque creas que llevar una armadura te protege del sufrimiento, lo cierto es que te hace más vulnerable a él.
Las personas acostumbradas a ser siempre ‘fuertes’ y a no pedir nunca ayuda (y cuando lo hacen, no la reciben) pueden experimentar ansiedad, culpabilidad, incomprensión, problemas de autoestima, síndrome del cuidador, autoexigencia, invalidación emocional o tendencia a quitar importancia a sus emociones, depresión, sobrecarga emocional y déficit de asertividad.
Para evitar estas secuelas debemos aprender a mostrarnos vulnerables y si no nos toman en serio, insistir. Te mereces ayuda y atención, y si una persona es incapaz de hacerte sentir arropado y cuidado, la solución no es callar tus emociones para siempre: busca relaciones en las que los cuidados sean simétricos.
También es importante pedir ayuda profesional si no sabes cómo pedir ayuda. La terapia psicológica no va a solucionar por arte de magia tus relaciones, pero sí te puede dar herramientas para poner límites, comunicar lo que sientes y aceptar tus vulnerabilidades sin sentirte peor persona por no ser siempre ‘fuerte’.
¿Qué es ser fuerte para ti? ¿Sentir un tsunami de emociones y dejar que destruya tu salud mental por no compartirlas? Quitémonos la idea de que las personas que siempre hablan de sus emociones son ‘débiles’ y las que las callan son ‘fuertes’. La debilidad y fortaleza no tienen absolutamente nada que ver con eso.
Nuestras vulnerabilidades no condicionan nuestro valor como persona, aunque desde pequeños nos hayan hecho pensar que “callados estamos más guapos” o que “un buen hijo es el que soluciona solo sus problemas”. Mentira. Ser sensible no es ni nunca será un defecto.
Es difícil construir nuestra autoestima y abrazar nuestras vulnerabilidades cuando algunas personas nos castigan por ello. Por ejemplo, las personas que utilizan el término ‘generación de cristal’ para menospreciar a quienes hablan de salud mental. Si esto influye, imagina lo mucho que afecta cuando una de esas personas es tu padre, tu madre, tu jefe, tu pareja o tu mejor amigo.
Como decía, merecemos sentirnos cuidados y parte de ese cuidado nace de hablar. Si en una relación no puedes mostrarte tal y como eres (con tus alegrías, pero también con tus problemas e inseguridades), es que algo falla.