Cada relación es única. Se construye según sus propias reglas, reglas que se basan en expectativas –¿Qué espero de esta relación?–, límites –¿Qué no quiero que ocurra en la relación?– y experiencias –¿Qué he aprendido de otras relaciones?–. En este complejo telar, también hay un espacio destinado a las infidelidades.
Es muy difícil hablar del concepto de infidelidad por qué depende mucho de cada pareja. Quizá para ti solo es infidelidad cuando hay sexo, pero para tu mejor amigo el simple hecho de tontear por WhatsApp con otra persona ya implica una traición a la lealtad.
Además de ser algo único, también hay mucha desinformación respecto al concepto de infidelidad. Aunque la educación en igualdad y en sexualidad esté ayudándonos a evolucionar, lo cierto es que desde pequeños hemos absorbido muchas creencias tóxicas sobre el amor y, en consecuencia, sobre lo que es y lo que no es una infidelidad. Por eso es importante deconstruirnos y reflexionar sobre los mitos o mentiras de la infidelidad que deberíamos dejar de creer.
Tendemos a pensar que para que ocurra una infidelidad, la parte infiel ya no puede estar enamorada de su pareja. Los sentimientos y la atracción no son tan simples y la mayoría de las veces cuando alguien es infiel, sigue queriendo a su pareja y no solo eso, también sigue sintiéndose atraída sexualmente. El problema es que las creencias tóxicas sobre el amor nos han hecho pensar que sólo podemos tener ojos para nuestra pareja. Eso es falso.
Te pueden atraer muchas personas, pero como humano (al menos si estás en una relación monógama), controla tus impulsos o toma la decisión de hablar con tu pareja y o bien abrir la relación, o bien cortar para acostarte con otras personas.
Aunque en nuestra cabeza la imagen de una infidelidad es alguien acostándose con una persona diferente a su pareja porque “le pone mucho”, lo cierto es que muchas infidelidades no implican atracción sexual. Es más poderosa la atracción emocional e intelectual.
Siguiendo con el mito anterior, hay muchas infidelidades que no implican ningún contacto físico.
Imagínate dos situaciones. Tu pareja sale de fiesta, besa a alguien y no vuelve a pasar nada más. Duele, lo sé, pero ahora imagina que tu pareja se enamora de alguien, hablan todos los días, se mandan fotos (no eróticas, simplemente selfies o cosas que le recuerdan el uno al otro) y se dan los buenos días y las buenas noches.
Ambas situaciones son igual de dolorosas y pueden suponer una infidelidad, aunque en la segunda no se cruce el límite de lo físico o lo sexual.
Es muy fácil poner la etiqueta de infiel a una persona que ha cometido un error, pero lo cierto es que muchas infidelidades se quedan en eso: un desliz esporádico, un error, un problema de comunicación o de límites en la pareja, una gran cagada que no define a la persona.
Y, por supuesto, debemos quitarnos de la cabeza la idea de que si una relación surge de una infidelidad, es muy probable que acabe igual. Si desde el principio la relación se ve influenciada por esta premisa, puede acabar así por culpa de la profecía autocumplida.
Los estudios más antiguos afirmaban que los hombres eran más infieles, pero es que hace 50 años vivíamos en una sociedad tremendamente machista en la que la libertad sexual de las mujeres era prácticamente nula. A día de hoy, los porcentajes de infidelidad por género son muy similares. Hombres y mujeres pueden poner los cuernos, no es una cuestión de género.
Esta idea se escucha mucho como una defensa de las relaciones abiertas o poliamorosas, y aunque es cierto que hay muchos conceptos de la monogamia que son tremendamente tóxicos, no es realista pensar que todo el mundo es potencialmente infiel.
Sí que es cierto que la atracción afectivosexual es libre o, en otras palabras, que te puede excitar alguien distinto a tu pareja y que puedes sentir una conexión con muchas personas a lo largo de tu vida. Eso no significa que haya una necesidad innata de poner los cuernos. Volvemos a lo que hablábamos antes: somos seres humanos con capacidad de razonar, de controlar nuestros impulsos y de comunicarnos de una forma empática y sana con nuestra pareja.
Que una infidelidad se pueda perdonar o no depende de muchos factores: de si ha sido una situación aislada, de si ha quebrantado muchos límites de la relación, de si ha sido con alguien conocido o no, pero, sobre todo, de si tú quieres y/o eres capaz de pasar página.