Las relaciones sanas no vienen dadas, se construyen día a día. Sí que es cierto que para algunas personas este proceso es más fácil, generalmente porque por separado han trabajado en su salud mental, su autoestima y su asertividad y, en consecuencia, al unirse como pareja es más sencillo desarrollar un vínculo saludable. Pero ojo, hasta para aquellos con más inteligencia emocional, crear una relación fuerte y estable puede ser difícil.
Como acabamos de mencionar, para construir una relación sólida y saludable, debemos esforzarnos, pero de nada sirve “darlo todo” si vamos en la dirección incorrecta. Por ejemplo, si tienes una relación completamente tóxica, pero tú piensas que el control, los celos y la incertidumbre significan que estás muy enamorado, dará igual cuánto te esfuerces, porque todo ese trabajo será agotador e infructuoso.
Para que el tiempo y el esfuerzo mental que dedicas a tu relación sirva para algo, es recomendable introducir ciertos hábitos nuevos en vuestro día a día:
Lo primero que necesitamos hacer para construir una relación sana es definir qué es para nosotros una relación sana, y aunque parezca evidente, muy pocas parejas lo hacen.
Escribe en un papel todas tus necesidades básicas, es decir, todas aquellas características imprescindibles que la relación debe tener para que sea plena y te sientas a gusto, ya que sin ellas tendrías carencias. Después, escribe todas las expectativas de perfección, es decir, aquellas características que no tienen por qué estar presentes, pero que convierten una relación en “perfecta”. Pídele a tu pareja que haga lo mismo y poned en común vuestras necesidades.
Es importante entender que las expectativas de perfección suelen dar lugar a frustración ya que por mucho que des (o que tu pareja dé), nunca llegaréis a satisfacer esas expectativas inalcanzables.
Y por vulnerabilidades me refiero a todas las inseguridades y miedos que tienes a día de hoy, pero también a aquellos que has tenido a lo largo de tu vida y que has logrado superar. El objetivo es que tu pareja te conozca no solo por lo “bueno” o lo “bonito”, sino también por las facetas oscuras de tu presente y pasado.
No es cuestión de quedar por quedar como si fueseis trabajadores que tienen que fichar al entrar en la oficina.
Lo importante es que el tiempo que paséis juntos sea de calidad, es decir, que disfrutéis de él. Eso no significa que tengáis que hacer planes inusuales o divertidos. A veces tiempo de calidad es no hacer “nada”, simplemente estar tumbados juntos, mirando el móvil o simplemente disfrutando del silencio, pero sabiendo que eso es lo que os apetece hacer.
¿Qué le gusta hacer a tu pareja en su tiempo libre? ¿Y qué te gusta hacer a ti? ¿Alguno de esos intereses es compartido? Si no tenéis nada en común, una recomendación para que vuestra relación mejore es cultivar nuevas aficiones que os resulten entretenidas y enriquecedoras a ambos. Por ejemplo, hacer senderismo o cualquier deporte, jugar a juegos de mesa, leer un libro a la vez e irlo comentando, pegaros un maratón de una serie que os guste a ambos, etc.
Cada persona tiene una forma de expresar el afecto o un lenguaje del amor. Puede ser el afecto físico (caricias, besos, abrazos…), las palabras bonitas, los detalles materiales, el tiempo de calidad o los actos altruistas.
Si tu y tu pareja tenéis un lenguaje del amor diferentes, forzad al otro a que cambie es como darse contra un muro. Podéis buscar un punto intermedio, pero también es importante valorar el lenguaje del amor del otro.
Como antes hemos mencionado, las expectativas de perfección son muy tóxicas en una relación y pueden conducir a frustración y discusiones recurrentes. No es sano esperar que tu pareja sea perfecta, pero tampoco es sano asumir que tú lo eres.
Analiza la última discusión que tuvisteis. Incluso si fue causada por un error de tu pareja, ¿tú actuaste del todo bien? Seguramente no. Puede que levantases el tono, que dijeses alguna frase hiriente, que reprochases un error del pasado que ya estaba perdonado, etc.
Hacer autocrítica y reconocer nuestras “cagadas” es la base para avanzar.
Tendemos a reprochar más de lo que reforzamos o, en otras palabras, a castigar mucho y premiar poco.
Imagínate que te molesta que tu pareja deje siempre la tapa del váter levantada. Os acabáis de mudar juntos y ese detallito te saca de tus casillas. Ayer la dejó levantada todas las veces que fue al baño. A la noche estabas hasta las narices y discutisteis. Tu pareja te dijo que iba a esforzarse para no dejarla levantada. Hoy por la mañana, hizo pis y bajó la tapa, y a medio día también. A la noche, se le olvidó bajar la tapa. Lo viste y discutisteis otra vez: «Es que no aprendes», «es que siempre haces lo mismo», «me dijiste que ibas a cambiar», y poco a poco la conversación se sube de tono.
¿Premiaste a tu pareja cuando por la mañana y por la tarde cambió su conducta? Seguramente no, porque como es un cambio tan pequeño y básico, pensamos que es “lo que debe hacer”. Sin embargo, para que una persona modifique su comportamiento a largo plazo, necesita sentir que ese esfuerzo es valorado y recompensado.
No tienes que hacerle una fiesta, pero sí reconocer el esfuerzo con frases como «cariño, agradezco mucho que estés haciendo esto» o «me siento muy orgulloso/a de ti».