Pontevedra, a boa vila
Luminosa y alegre o levitando detrás de la niebla, Pontevedra acumula placeres como pasearla y hacerse una ruta gastronómica
“Pontevedra é boa vila e da de beber a quen pasa”, reza la canción popular. Pontevedra luminosa y alegre como la definió Cunqueiro, envuelta en plazas como la encuadró la escritora Susana Fortes o levitando detrás de la niebla como la escribió Torrente Ballester en La saga / fuga de JB. Esta ciudad acumula placeres pero quizá los más sobresalientes sean pasearla y de camino hacerse una ruta gastronómica.
Me gusta empezar el recorrido desde la Iglesia de la Peregrina, guardiana del Camino Portugués a Santiago, diseñada por el arquitecto portugués Antonio Souto a finales del S.XVIII, con planta en forma de concha de vieira. Un símbolo de la ciudad que preside la plaza a la que da nombre; en ella se puede ver la escultura del Loro Ravachol.
MÁS
Su presencia revive la memoria de la botica de Perfecto Feijoó, en la que vivía este pájaro deslenguado y alborotador que, según cuentan las crónicas, se ganó el corazón de muchos ciudadanos hasta su muerte en enero de 1913, en el que se le tributó un entierro que simulaba un funeral de Estado y que desde mediados de los años 80 se reproduce como el momento álgido del carnaval pontevedrés.
Lo suyo es adentrarse en la ciudad monumental tomando un aperitivo antes de cenar en el restaurado Café Savoy o el sempiterno Carabela, que sorprendió a la ciudad con el primer televisor. Estamos en la Praza da Ferrería, el epicentro de la ciudad, el lugar de reunión por excelencia.
Adosado tiene el paseo de Antonio Odriozola, que otrora se llamó calle del Chocolate porque las baldosas de su suelo tenían esa forma de tableta; a ambos lados una hermosa hilera de camelios: “Camelia flor de las Rías Baixas y de Galicia entera”, escribió Cunqueiro.
Un símbolo del arraigo, que cuando se desprende de su árbol lo hace para morir. Los jardines de Casto Sampedro, que albergan la Fonte da Ferrería, esa que calmaba la sed del que pasaba, son los que unen a esa plaza principal con la iglesia conventual de San Francisco del S. XIV. Aquí yacen los restos de Paio Gómez Charino, noble, poeta y el almirante que participó en la conquista de Sevilla en el S. XIII.
Al ritmo pausado que impone esta ciudad continuamos por la Praza da Estrela, con su “Casa de las Caras”, que antaño fue casa de postas. Calle Pasantería abajo aparece el Museo Provincial con sus edificios nobles. Imprescindible su muestrario naval; hay una recreación de la sala de oficiales de la fragata Numancia, con la que Méndez Núñez participó en la contienda de Callao.
Enfrente, mi plaza preferida de la ciudad, la de la Leña. Una preciosa estampa gallega. Es de la Edad Media y en ella se celebraban mercados en los que se vendían productos para alimentar el fuego: leña, piñas o madera de roble, la más solicitada por los panaderos para sus hornos.
La plaza tiene forma irregular y en su centro se asienta un cruceiro del S. XVI que fue traído aquí a mediados del S. XIX debido a una remodelación del Puente de O Burgo. Cuenta la leyenda que las embarazadas se postraban a sus pies para celebrar bautismos non natos para que la criatura llegara con bien a este mundo. En uno de los laterales de la plaza rodó el recién desaparecido José Luis Cuerda la secuencia final de La lengua de las mariposas. Esta plaza es junto a la de la Peregrina la más fotografiada de la ciudad.
Cada calle pontevedresa es un pliegue afectivo, en apenas un giro estamos en la iglesia de San Bartolomé, sede de los jesuitas hasta su expulsión en el S. XVIII. Por un lateral se accede a la Praza da Pedreira, en el centro de esta simétrica plaza está el Pazo de Mugartegui, un edificio barroco desde cuyo balcón los pregoneros alzan cada agosto el telón festivo de A Peregrina.
Sus bajos sirvieron de escenario para el rodaje de la serie Los gozos y las sombras. También aquí reside la sede de la D. O. Rías Baixas.
Para cenar elegimos una de las mejores vinotecas de Galicia, Bagos, una referencia en Pontevedra. Cara al público están Adrián y Santi (que ha sustituido a otro socio histórico, Fernando). La carta de vinos enseña un gusto envidiable, siempre en permanente actualización y si te dejas aconsejar por Adrián recibirás agradables sorpresas la de esta noche es un ribeira sacra de Envínate: Lousas 2016, un mencía complementado en pequeñas cantidades por otras variedades autóctonas. Un vino mineral, jugoso, afilado y que en su paso deja el rastro de un bosque.
La cocina corre a cargo del tercer mosquetero, Pablo Romero. Algunos de sus platos clásicos permanecen en el tiempo: langostinos en tempura con mayonesa de mostaza y curry, sus incomparables croquetas de choco de la ría, su pulpo en espuma de patatas o su taco de porco celta.
En Bagos el ambiente es muy agradable, sobre todo a esta hora cuando se llena de paisanos que se entregan al vino, la conversación y la pitanza. El local tampoco se distrae de la historia y en sus paredes aparecen restos de la antigua muralla que protegía la ciudad. Cada vez que vengo a Pontevedra, en lo primero que pienso es en venir aquí. No imagino esta ciudad sin venir a Bagos.
Santa María la Mayor, "el más hermoso altar"
El segundo recorrido lo comenzamos delante de una de las portadas más bellas de Galicia, la de Santa María la Mayor, que alguien definió como “el más bello sermón de piedra del renacimiento gallego”. “El más hermoso altar de nuestro país, el altar para las bodas de Galicia con el mar”, otra vez Cunqueiro. Esta basílica fue construida por el Gremio de Mareantes en pleno esplendor comercial del S.XVI, cuando la flota daba cuenta de mil mundos y cuando aquí estaba el puerto más importante de la zona.
Hay quien dice que esta es “la catedral de Pontevedra”, que tuvo en su ministerio a un curioso párroco que se convirtió en leyenda: don Peregrino Reboiras, rico en anecdotario por sus provocadoras homilías en las que se podían oír cosas como: “Decía Jesucristo, y en parte tenía razón...”, o “Dios, Dios, queridos hermanos, no es tan tonto como os creéis”. Con su entrañable talante se ganó el cariño y el recuerdo de esta ciudad.
Por el lateral de la basílica se abre una plaza asimétrica, amplia, circundada por hermosas casas y al final el palacete de los Mendoza, que fue la casa de doña Mariana (Amparo Rivelles) en Los gozos y las sombras y ahora es la sede de la Oficina de Turismo.
La Pontevedra modernista se abre desde el ayuntamiento a la Alameda, que fue espacio de recreo de su burguesía. Pontevedra, a finales del S.XIX y comienzos del XX tuvo un esplendor político, social y artístico muy relevante con la presencia de personalidades y figuras como Montero Ríos, el marqués de Riestra, González Besada, Cobián Roffignac, Fernández Villaverde, Echegaray, Valle Inclán, Emília Pardo Bazán, Castelao, Manuel Quiroga, Valentín Paz Andrade, Sánchez Cantón... Y entre tanto modernismo, en un lateral de este espacio, sobresalen las ruinas de Santo Domingo (un convento gótico del S.XIV), adscritas desde 1927 al museo de Pontevedra.
Volvemos al cauce monumental para ver un par de plazas antes de comer: la de Méndez Núñez, que debe su nombre a que aquí vivió y murió el almirante que pronunció aquella sentencia de “vale más honra sin buques, que buques sin honra”. En el palacete que preside la plaza se conservaba la biblioteca de los Muruais y celebraron afamadas tertulias literarias en las que participaba Valle Inclán, representado por una estatua en el centro de la plaza, que vive abrigada por la sombra de un hermoso magnolio centenario.
Un paso fugaz por la Plaza de la Verdura, donde se celebraban tradicionales mercados de hortalizas. Sus soportales laterales acogen tabernas típicas, ideales para un aperitivo antes de ir a comer en el Eirado da Leña, un restaurante coqueto y acogedor con el aspecto y la calidez de una casa noble de aldea. En los fogones está Iñaki Bretal, uno de los cocineros pertenecientes al Grupo Nove, que me cuenta que su afición le viene ya desde la niñez, viendo cocinar a su madre.
El restaurante ha pasado de ser un sitio prometedor y en alza a una referencia gastronómica ya muy consolidada en Pontevedra. Iñaki proclama y defiende una cocina sin estridencias, basada en un excelente producto de cercanía, en una complicidad máxima con sus productores/proveedores. Nunca he pedido un menú, siempre, también esta vez, me he puesto en sus manos y he disfrutado de sus elaboraciones ingeniosas y sorprendentes; de una sencillez calculada y precisa.
Pescados traídos de la Lonja de Riveira, siempre de temporada y seleccionados con un impecable criterio. Un disfrute pleno. En los postres también se encuentra siempre un toque autóctono. Al frente de la sala está Raquel Fernández, también sumiller, que defiende una carta en la que predominan los vinos gallegos. Están todos los que son. Aunque para comer acepto su acertada propuesta, un Dâo de Alvaro Castro de su finca Quinta da Pellada 2016: fresco, aromático, gran personalidad. Un sitio de los de repetir.
El edificio del Casino y el Teatro Principal de Pontevedra viven anexionados y se inauguraron a finales del S.XIX. El edificio del teatro fue calcinado por un incendio en los años 80 y reconstruido posteriormente a finales de esa década. Vecino de esta construcción es el edificio con más leyenda de Pontevedra: la Casa das Campás (sede del vicerrectorado de la universidad), la construcción civil más antigua y mejor conservada de la ciudad, con una fachada del S.XV. La leyenda cuenta que en sus paredes permanece escondido el tesoro de Benito Soto, el pirata da Moureira, que fue ajusticiado por los ingleses en 1.830.
La Plaza del Teucro es pura simetría, un rincón tibio y agradable de la ciudad que soporta con levedad los diferentes palacios que la abrigan. Da gusto escuchar jazz en las apacibles noches de verano en este amable cuadrilátero.
Las cinco calles son una encrucijada urbana, un cruce de caminos en el corazón peatonal, donde se concentran unos cuantos bares y una pulpería reseñable, Fidel O Pulpeiro. Preside la plaza un cruceiro del S.XVIII que fue traído de mi querido barrio de Estribela. En una esquina de la plaza, la casa en la que vivió Valle Inclán antes de irse a Madrid cuando ya rondaba el siglo XX.
Bajamos hacia el río pasando por delante de la Casa del Barón, un palacio renacentista que aloja al Parador de Turismo. “El río, enamorado de la verdura”, así describía Unamuno al Lérez a su paso por Pontevedra.
Nos paramos en el Puente de O Burgo, para mirar lo mirado: el río y su andar parsimonioso antes de entregarse al mar. Resuenan pasos peregrinos que traen andares de Portugal camino de Compostela. Y enfrente el Mercado de Abastos, un edificio histórico que fue reformado por el arquitecto pontevedrés César Portela.
En su planta superior acaban de inaugurar el verano pasado un espacio gastronómico. Aquí me cito con mi amigo el ingenioso e inquieto Alfonso Díaz, ingeniero, gourmand
El ingenio de este mi paisano lo ha llevado a idear este primer local de toda España que solo sirve platos hechos con merluza: una curiosa caña al estilo del Cerviño de O Carballiño con relleno de empanada de merluza, un arroz con merluza de rosada, una fritura andaluza de merluza negra, un sándwich de ensaladilla de merluza o la última e innovadora creación, pizza con masa de merluza y topping Apabullante originalidad.
Para beber me llevo de casa un vino de Rodri Méndez, uno de los bodegueros más sólidos de Rías Baixas. Rodri conoce y explora sus viñedos como nadie y su sabiduría le permite elaborar unos vinos que han alcanzado el reconocimiento y el aplauso de los sumilleres y catadores más exigentes del país. Rodri inscribe su nombre entre los grandes. Acompañamos las distintas merluzas con O Santo do Mar 2016 tinto, una joya elaborada con variedad tinta femia adscrita a la IGP Ribeiras do Morrazo, salino, fresco y muy elegante.
Ay Pontevedra, quien pudiera escribirla con la pasión poética de Sabino Torres, inventarla antes de conocerla, a la manera de mi querido Manuel Jabois, contarla como Hipólito de Saa, recordarla como uno de mis maestros, Rafa López Torre, quererla como Fernández Sieira.
Hoy, como con otros lugares, no puedo terminar prometiendo que he de volver por aquí, porque Pontevedra ha ido y va siempre conmigo.