El Corral de la Morería, un abrigo contra el frío
Inaugurado en mayo del 56, El Corral de la Morería es un prodigio de memoria, sin duda un trozo de la historia de España
Los Del Rey alumbran en Madrid este faro, una cita ineludible para la conjunción de dos artes: gastronomía y flamenco
Silbaba un viento helador de enero en la conjunción de las calles Morería y Yeseros, a pie del finisterre madrileño de Las Vistillas, por donde el sol decide irse cada día. Y aquí justo en este punto cardinal hay un hogar de referencia desde hace más de sesenta años: El Corral de la Morería. Un templo.
Apresuramos el paso para entrar, para el cobijo del abrazo de una de las familias más hospitalarias que conozco: los Del Rey. Un triángulo equilátero del afecto: Blanca y sus dos hijos, Juanma y Armando. Su recibimiento tiene el alborozo de una juventud dichosa.
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Es Juanma del Rey, el primogénito, quien nos da la bienvenida. Nos unen varias cosas que ambos sabemos y no pronunciamos, como una especie de catequesis anónima, de comunión secreta: pasión por el vino, gusto por la buena mesa y un puñado de amigos que establecen la corriente continua del sentimiento. Las voces bajas.
Antes de ocupar nuestra mesa en el gastronómico echamos una primera ojeada a la sala. Parece una cumbre internacional. De mesa en mesa, grupos de asiáticos y anglosajones se disponen para una esperada ceremonia: música y baile que han escrito los diarios más celebrados de sus países, que han visto en incontables reportajes televisivos, que les han contado quienes les precedieron en esta inconmensurable liturgia del arte.
El comedor tiene muy pocas plazas, unas ocho o diez nada más. David García, el chef que llegó de Álbora, donde había conseguido una estrella Michelin, abre su menú de siete pases y dos postres con una sorprendente sopa de algas, erizo y encurtidos; los tallarines de calamares con textura de noodles, un toque picante y caldo de chipirón me parecen sublimes; la zurrukutuna es una declaración de intenciones, una reivindicación de los orígenes de David, pura esencia; el pichón, impecable.
Los postres adornan una espléndida cena de enormes sensibilidades. El maridaje de vinos haría enmudecer al cliente mas exigente. Juanma abrió su particular joyería de vinos del sur (más de 800 referencias). No hay adjetivos para describirlo. Una letanía exquisita del buen gusto.
La conversación fluye y vamos repasando la historia del lugar, un prodigio de memoria, sin duda un trozo de la historia de España. Se suma Armando a la conversación y la diosa y señora: Blanca del Rey. Se suceden las anécdotas y se reviven las presencias de Ava Gardner, Rock Hudson, Burt Lancaster, el Sha de Persia y Farah Diba, Ronald Reagan, Edward Kennedy y hasta John Lennon... Más de sesenta años nos contemplan.
Conjunción de dos artes: gastronomía y flamenco
El Corral se inauguró en mayo del 56. Los comienzos no fueron fáciles, pero la idea era muy clara, mezclar el flamenco con la alta cocina del momento: caviar, langosta Thermidor, solomillo a la brioche... ”Lo nunca visto en una juerga flamenca”, en palabras del crítico gastronómico Alberto Fernández Bombín. Y de paso dar cobijo a muchos artistas que no encontraban abrigo en aquellos tiempos de fríos e indigencias. Este templo se convertía así en una auténtica institución de la noche madrileña, un faro para propios y foráneos, una cita ineludible para la conjunción de dos artes: gastronomía y flamenco.
Los premios se suman bajo un silente manto de humildad: Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes 2016 para Blanca, la gran sacerdotisa del templo. Premio Nacional de Gastronomía 2018 para Juanma. Y en ese mismo año, la Guía Michelin les coronó con una estrella.
La capilla sixtina del flamenco
Al pasar a la sala para ver el espectáculo, aparecen las fotografías que encuadran la importancia de esta capilla sixtina del flamenco: Pastora Imperio, Antonio Gades, La Chunga, El Cigala, Manuela Vargas, Antonio Canales, Lucero Tena, Rafael Amargo...
Arranca la función al ritmo de la guitarras de Jesús Losada y José Luis Montón (participante en las bandas sonoras de Ocho apellidos catalanes y El Niño) y la percusión de Paco de Mode; enseguida el rizo está bien rizado e irrumpen los bailes de Macarena Ramírez, Miguel Fernández El Yiyo y las voces de María Mezcle, Pedro Jiménez Perrete
Retumba el tablao, se suceden las músicas, el cante, el baile; emprenden el camino de la comunión perfecta. Hay en el aire un pálpito, una suerte de calor que te envuelve, un lenguaje simétrico entre el corazón y el alma. Todo respira. La gente aplaude in crescendo. El Corral es un rosal.
Se sube la diosa con toda su grandeza: Blanca del Rey; su presentación es un compendio de sensibilidad y poesía y anuncia que va a dar “una puntada” y nos emociona su dedicatoria. Despliega el mantón y su danza, el escenario dispone un retablo de las maravillas, se establece el clímax de un epílogo volcánico. Impresionante, un manuscrito del arte.
La despedida en el hall es cálida. La familia del Rey se encarga de ello. Insisto en lo dicho: son un prodigio de hospitalidad y afecto. Los tres. Nos prometemos nuevos momentos después de tan espléndida velada.
En la calle sigue el frío helador de enero, nos subimos al coche y de manera fugaz su cartel luminoso cuelga el último adiós. El Corral de la Morería, la noche que enamora al viento.