A veces los linajes, como los acordes de guitarra, armonizan afectos, conectan generaciones, imprimen coherencias e inducen vocaciones. Irene Escolar nació para ser actriz, probablemente ya lo era antes de nacer por consecuencia de un insuperable talento familiar: sobrina, nieta, bisnieta, tataranieta de un oficio común, de una gran estirpe de actores y actrices, los Gutiérrez Caba. Un legado inabarcable.
A los 9 años se subió a un escenario por primera vez para interpretar a una de las niñas en “Mariana Pineda” y se dijo a sí misma que ya nadie la bajaría de ahí. Así me lo cuenta para iniciar la conversación: “Esa fue mi primera función. Era una niña pero era un trabajo profesional. Hacíamos dos funciones diarias, recuerdo que era fantástico: iba al colegio y cuando salía me iba a hacer los deberes al teatro y las dos funciones. Y así un tiempo bastante largo. Luego nos fuimos de gira y sí recuerdo la sensación de que, siendo todavía muy pequeña, como es normal no tenía conciencia de la decisión que estaba tomando".
"En la memoria guardo un recuerdo muy feliz, y la verdad, pensándolo bien, al haber nacido rodeada de tanta creatividad y además vivirla de una manera tan normal (como bien apuntas, con tanta tradición familiar) hubiera sido muy difícil que yo pudiera dedicarme a otra cosa. Era muy obvio que esto pudiera suceder en mi vida aunque sí me gustaría puntualizar que hasta que no me dediqué a ello profesionalmente no tuve la sensación de que era la decisión que había tomado. Nadie me presionó ni me insistió, al contrario, era una vida muy mágica, muy apasionante vista desde los ojos de una niña, luego creces y te das cuenta de todas las cosas que conlleva esta profesión pero de aquel recuerdo de niña me quedo con lo que tenía de juego y de alegría”.
Irene en la escena son los ojos que te miran, las suyas no son solo interpretaciones para comunicarse con los demás sino para aprender a ser, para dar alma y vida a lo encofrado en un texto, arma todos sus papeles con esa certeza, esa precisión de entenderlos como facultad de compañía. Ha transitado más por el teatro pero también por el cine y la televisión: “Intento salir de ese permanente deseo de categorizar. Es verdad que he hecho mucho teatro, pero también he rodado bastante, y aunque muchas veces he priorizado el teatro -pero no por una cuestión de deseo sino porque los textos y las propuestas que me llegaban eran mucho mejores-, en realidad yo crecí rodeada de cine y soy una apasionada, voy al menos un par de veces por semana y me gusta muchísimo rodar. En este último trabajo que he hecho para televisión, “Dime quién soy” (DLO para Movistar, 2020) estuvimos 8 meses rodando, yo iba todos los días, tenía todas las secuencias, fue para mí como la primera vez que me dejaba llevar en ese sentido y apostaba por hacer otra cosa y se convirtió en una experiencia maravillosa”.
“El teatro es muy especial, muy sagrado, único, pero un rodaje es algo que queda con el tiempo, que te sobrevive y eso no pasa en el teatro. Es profundamente particular también eso de estar delante de una cámara y hacer algo que está vivo ahí. Tengo mucho entrenamiento porque el teatro te lo da pero no podría decirte que es lo que más me gusta, pero sí el que me ha dado experiencias más plenas”.
“En una rosa caben todas las primaveras”, escribió Antonio Gala.
Abro la conversación a una periodista que ha escrito mucho sobre Irene Escolar, Rocío García: “Irene para mí es una de las actrices más dotadas artísticamente a pesar de su juventud. Es una persona que parece que lleva muchos más años sobre los escenarios de los que realmente lleva. Además es una mujer de una humildad absoluta y de una generosidad enorme con sus compañeros porque me consta que es una persona que estudia a fondo todos los trabajos que realiza pero dejándoles luego la más absoluta de las libertades, por ello crea unos personajes absolutamente arrebatadores. Es, insisto, muy estudiosa, trabajadora y creo que va a ser, o mejor dicho ya es, una de las grandísimas actrices del panorama teatral español y en el cinematográfico también”.
¿Y no te parece la Ingrid Bergman española?
“Pues no lo sé, podría ser la Meryl Streep española. Es una persona que hace de sus creaciones algo muy grande porque junto a esa seriedad y personalidad que le imprime ella no solo interpreta sus personajes sino que los crea y desarrolla y los vive, cuando tú la oyes recitar a Lorca verdaderamente estás ante el poeta y lo hace con un sentimiento fuera de lo normal”.
Irene mantiene el fuego incandescente de sus orígenes, de esa fragua de comediantes, en sus obras de teatro, sus películas, sus series. Una geometría de la escena, un don escénico para la interpretación. En su trayectoria profesional ha compuesto una buena colección de trabajos, de personajes, de papeles para apagar la sed como lluvias de verano. Le pregunto con cuál de ellos ha disfrutado más. “Disfruté muchísimo haciendo “Hermanas” con Bárbara Lennie, una experiencia más que curiosa, con ese trabajo me he ganado el sueldo. Era como si fuéramos músicos y estuviéramos tocando un instrumento que fuera nuestro propio cuerpo y nuestra propia voz, es lo que generalmente pasa cuando estamos trabajando en el teatro o en el cine, pero en este caso era tan salvaje y tan complicado lo que teníamos que hacer que la satisfacción fue muy grande, de mucha plenitud. No creo haber hecho algo tan complejo como aquellas funciones, con aquel nivel de exigencia emocional, mental, interpretativo. Fue una gran experiencia”.
“También recuerdo con mucho cariño una película que he rodado esta primavera y que se estrenará el año próximo, 'Tenéis que venir a verla', de Jonás Trueba, yo no había tenido hasta ahora la oportunidad de trabajar con un director o directora con una mirada tan pulida, tan poética, tan hermosa; y Jonás es alguien que entiende el cine de una manera diferente, que también le viene de familia, y ha sido muy interesante trabajar con él y ver lo bien que hace las cosas y probablemente ha sido para mí una de las experiencias cinematográficas más satisfactorias”.
Bárbara e Irene nunca habían coincidido trabajando juntas a pesar de su camaradería y amistad, y de que llevaban tiempo queriendo compartir escenario. Ambas son, diría yo, buscadoras de retos personales, “Hermanas” fue su primer proyecto común: “Irene es maravillosamente obsesiva -afirma Bárbara-. Yo no me hubiera metido en este proyecto si no confiara en ella como confío. Tiene una capacidad emocional increíble, con un arco de registros muy amplio. Su técnica es alucinante. Y puede ser la más payasa o la más seria”.
Platón decía que “lo bueno es aquello que enseña la belleza de lo simétrico”.
Retomo la conversación con Irene para satisfacer una curiosidad, cuánto fue de especial “Un otoño sin Berlín” (2015), con la que obtuvo su Goya: “Supuso mucho en aquel momento. Lo cierto es que han pasado ya unos cuantos años pero como te dije el cine no es efímero, queda, y como queda sigue siendo un trabajo que está ahí, por ello esa película la recuerdo, sí, como algo muy bonito, muy importante, por lo que supuso de reconocimiento de mis compañeros de profesión, y, la verdad, me da hasta un poco de pudor hablar de ello”.
¿Cómo lleva una actriz tan joven los reconocimientos profesionales?
“Creo que no hay que desearlos mucho, si vienen, pues bien, pero lo más importante y el mayor premio es estar trabajando, enlazar diferentes proyectos y sentir que hay gente que llama a tu puerta y además poder seguir viviendo de esta profesión, que somos muy pocos los que podemos hacerlo, eso es ya una suerte. Luego está todo lo que no se espera, yo jamás hubiera imaginado que por aquella película o por otros trabajos por los que he sido premiada me fueran a premiar. Siempre me ha parecido muy raro porque a veces veo a los cirujanos operando a corazón abierto y nadie los premia por ello, qué afortunados somos: pienso que nos reconocen constantemente por este trabajo y eso es muy bueno para la autoestima, pero lo más sano es no desearlos mucho y si llegan que sean una sorpresa, una alegría pasajera. A veces siento también que los premios son muy injustos, dependen de otras cosas tan frívolas y tan aleatorias como con quién compites, de cuándo has estrenado… Si repasamos la historia hay un buen número de actores, actrices y películas que no han sido premiados nunca y seguramente se lo merecían mucho, así que lo mejor es que si lo recibes que sea con gratitud y esperar que te vuelvan a llamar para trabajar”.
Descubrí a Irene como actriz cuando tenía 18 o 19 años en 'Los girasoles ciegos', de José Luis Cuerda, un trabajo de juventud y uno de sus primeros trabajos cinematográficos, en los que se movía con los ojos muy abiertos, como el obturador de una cámara fotográfica, absorbiendo todo aquello que sucedía ante su vista. “En ese trabajo para mí todo era absolutamente nuevo y muchas cosas se escapaban a mi control, tenía que dejarme llevar y estar muy alerta, con la escucha abierta porque otros marcaban el camino, no solo el director, Cuerda, sino también Javier Cámara y Maribel Verdú, que eran los más experimentados, que llevaban el peso de la película, y solo verles y escucharles era muy aleccionador. El personaje de Elenita era muy pequeñito, con un recorrido muy hermoso pero corto, y eso sí lo disfruté muchísimo por todo lo que aprendí. Fue una experiencia estupenda”.
De la juventud a la madurez, uno de los últimos trabajos de Irene ha sido 'Dime quién soy', la adaptación televisiva de la novela de Julia Navarro, en ella vemos a esa Irene que son muchas Irenes, creadora de interpretaciones espontáneas, poliédricas, de una gran madurez, como una luna creciente: “Dime quién soy fue muy diferente para mí porque en este caso mi personaje llevaba el peso de la historia. Durante 8 meses fui a rodar todas las secuencias, todos los días. El director y yo estuvimos durante 3 meses trabajando el personaje sobre los guiones, cambiando cosas, reestructuramos mucho la serie, los diálogos, fue un trabajo de una inmersión profunda y muy diferente porque ahí era yo quien recibía al resto de los actores, eran ellos los que tenían que ir enganchándose al tono que yo iba marcando y luego nos íbamos retroalimentando”.
“Haber hablado de dos trabajos tan distantes en el tiempo me gusta por la percepción que una tiene de su madurez y su crecimiento profesional, de cómo la experiencia te va cambiando y eso tiene su punto de magia. Son dos proyectos a los que tengo mucho cariño por razones muy diferentes y obvias”.
Llamo al cineasta Eduard Cortés, director de 'Dime quién soy', y le pido que me cuente su experiencia de esa travesía profesional: “Pocos actores dignifican tanto la profesión como Irene Escolar. A un talento extraordinario, se le suma una enorme capacidad de trabajo y un rigor absoluto. Tuve la suerte y el honor de compartir con ella la serie 'Dime quién soy', de la que tengo un recuerdo absolutamente irrepetible. Fueron un montón de días ensayando, desmenuzando cada capa de los personajes, intentando extraer de ellos todo su potencial, midiendo cada frase del diálogo, cada gesto, cada mirada. Después llegó el placer de verla actuar en el set, de llevar a cabo todo lo hablado y observar cómo lo hacía crecer de forma prodigiosa. Fue un rodaje duro, pero muy estimulante. A Irene, que aparecía en casi la totalidad de las escenas de la serie, le tocó estar prácticamente cada día en el set. La vi aguantar estoicamente bajo el sol de la canícula toledana, a cuarenta y tantos grados, o soportar la gélida humedad de unas minas subterráneas en Budapest, a muchos grados bajo cero. Soy un sincero admirador de su entrega, de su sabiduría y por supuesto de su talento, pero, por encima de todo, lo que más valoro es que, a su lado, me sentí mucho mejor director”.
“…Y en sus manos brilla limpio su oficio, y nos lo entrega de corazón”, dicen los versos de Claudio Rodríguez.
Irene Escolar vive su profesión de forma palpitante, se la toma como una elegida obligación, cuando la ejerce su vida florece como una primavera. Ahora, después de haber tenido mucha intensidad laboral en los últimos años, con la exigencia de ir encadenando un trabajo con otro, ha decidido darse unos meses de pausa: “Necesitaba parar para reajustar la maquinaria, tenía la sensación de que había muchas piezas que se habían desencajado, estaba muy cansada y no siendo consciente de que en los proyectos no estaba a fondo, como a mí me gusta hacerlo, como que me había vaciado y necesitaba llenar todo eso. Sé que es difícil ahora, en este momento en el que estamos que parece que una no puede parar porque si paras es como si desaparecieras en un sentido literal. Parece también que exista la obligación de que una sea productiva constantemente y yo pienso que para una artista es contraproducente porque te genera mucha ansiedad, con un estado que no tiene que ver con la conexión de lo que está pasando, de lo que aprendes, que luego puedes añadir a tus personajes, a los trabajos que haces. Así que al darme cuenta de esto decidí darme un poco de margen y tengo la inmensa fortuna de que tengo proyectos que me estimulan para el año próximo y ahora me dedico a estudiar, descansar, hacer deporte, leer…”.
Escribió García Lorca en “La leyenda del tiempo” que “el tiempo va sobre el sueño”, mientras se forma, estudia y reposa. Irene llena los días de todo y reflexiona sobre sus aprendizajes, sobre su futuro: “En todos estos años he aprendido que hay que escucharse más, porque todo va tan acelerado y tan rápido que apenas queda tiempo para saber escuchar lo que está pasando y entonces el cuerpo un día te dice que no puede más y lo más aconsejable es parar aunque te cueste. En mi caso ha sucedido así y me ha servido para entender que lo deseable será hacer lo que me apetezca para poner en ello toda mi energía sin esa necesidad de vivir con la ansiedad constante de trabajar, de hacer una cosa tras otra, hay que tratar de evitar el bucle porque se pone en riesgo tu creatividad, y te arriesgas a la reiteración. Por eso pienso que cada uno dentro de las posibilidades que tenga (que cada vida es un mundo) debe preguntarse alguna vez: ¿Qué estoy haciendo? ¿Por dónde voy? ¿Por dónde quiero ir? Es importante hacerse preguntas para crecer”.
Casualidades de la vida, el vino de este sábado proviene de la misma zona que el de la semana pasada, de ese lugar mágico que acompaña al río Miño camino de su desembocadura, en pleno Condado de Tea (Pontevedra). El vino es Sanamaro 2019, de la bodega Pazo San Mauro, del grupo Marqués de Vargas. Procede de viñedos de entre 30 y 40 años de antigüedad, embotellado hace justo un año, y acaba de salir al mercado. Llamo a Omar Bravo, director nacional de vinos del grupo: “Sanamaro es el resultado de un coupage de uvas albariño y loureiro de nuestra mejor parcela, La Fraga. Es un vino de gran personalidad y muy elegante. Se caracteriza por la franqueza de sus variedades, por el trabajo sobre lías y su mineralidad. Lo llamamos cariñosamente 'La leyenda del Miño”.
Para completar el discurso apunta Susana Pérez, la enóloga. “El 2019 se caracterizó por un invierno cálido y seco y una primavera y verano más bien frescos. Vendimiamos a mano, vinificamos el 90% en tinas de roble francés y el 10% en ánforas de cocciopesto. Posteriormente le damos una crianza sobre lías de 6 meses, con batonnage manual y un año de envejecimiento en botella”.
Irene y yo lo disfrutamos como es: afrutado, sedoso, con mucha presencia de frutas y flores; muy mineral. Su frescor anima la charla y le digo a mi interlocutora que me traslada a aquellas tierras del sur del norte en los que el río dibuja su espacio vital. Aquí están el tiempo gozoso del vino y la charla removiéndose en la copa.
Irene remata la conversación: “No suelo beber mucho, por eso cuando como hoy me acompaña el vino es porque he tenido un buen día y me apetece celebrarlo o cuando llego a casa y me digo que me merezco un vino para relajarme. El vino son momentos escogidos, como éste de una agradable conversación”.
Mientras hablábamos por la ventana iba cayendo esa línea azul y roja incandescente del cielo a la que juega la tarde para esconderse, para marcharse. Se escapa noviembre camino de diciembre y sus inviernos; y sus aceras de fríos y nostalgias.
Palabra de Vino.