Vicente Cebrián, conversar y soñar con el vino

  • Tras la prematura muerte de su padre por infarto, Vicente Dalmau toma las riendas de las bodegas Marqués de Murrieta con 25 años

  • “Para la buena marcha de un negocio familiar", apunta, "se necesitan cariño y entendimiento, pero sobre todo respeto"

  • Ahora toca "transformar" Pazo de Barrantes y "emprender la tercera fase" de Marqués de Murrieta con un proyecto hostelero

Anda la vida por allí vertiendo primaveras en los viñedos que en breve anunciarán su floración, en La Rioja y O Salnés, esos territorios singulares e históricos, atravesados por caminos que conducen a la espiritualidad de Santiago.

La Bodega Marqués de Murrieta, al lado de Logroño, se deja envolver por el abrazo del meandro pronunciado del Ebro. Cinco siglos de vida tiene el Pazo de Barrantes y toda su historia detrás, allí se firmó el primer Pacto de Autonomía Gallega en el año 1.930.

A Vicente Dalmau Cebrián-Sagarriga, conde de Creixell, la unión entre vino y familia le viene precisamente de Galicia, de esa bodega en las Rías Baixas en la que producían albariño desde un concepto de hobby, de pura afición. “Mi madre es gallega, de Vigo, de hecho se conoció allí con mi padre, que aunque era madrileño tenía origen gallego -empieza contándome Vicente- y pasaba grandes temporadas en Galicia con mis abuelos. Por ello desde hace años hacemos en esa bodega un albariño que lleva ese nombre, Pazo de Barrantes, un vino de corte tradicional, hecho con tranquilidad, de guarda, con estructura. Este es el primer roce que tiene mi familia con el vino. Todo se complica de manera positiva en el año 1983 cuando a mi padre se le presenta la oportunidad de pasar a formar parte de la propiedad de Marqués de Murrieta en La Rioja. Su pasión por el vino y por esta marca le llevó a aprovechar esta oportunidad y lo compró todo menos el título nobiliario, que pertenece a la familia de los Murrieta. Tres años después de materializar esta compra mi padre decidió que nos fuéramos a vivir de Madrid a La Rioja, que cambiáramos la ciudad por el campo, en medio de la bodega, del viñedo y desde ahí profundizamos en la relación con el mundo del vino. A partir de aquí tomó también la decisión de transformar el Pazo de Barrantes, y aquello que era un hobby pasó a ser una bodega seria en torno a un vino serio. Mi padre se dedicó en cuerpo y alma al vino aunque fuera combinándolo con otras actividades empresariales”.

Diez años después, en el 96, la muerte, a modo de emboscada, vino a llevarse a Vicente Cebrián-Sagarriga padre, a la edad de 47 años, de un infarto. Un mazazo. La vida salía al encuentro de Vicente hijo, que a los 25 años hubo de hacerse con las riendas del proyecto: “Yo ya estaba vinculado a la bodega desde los 16 años, era el que llevaba el área de visitas. Dos años después fui director de exportación, quehaceres que compaginaba con mis estudios de Económicas, Empresariales y Derecho en Navarra, y antes de terminarlos ya fui responsable del área comercial, y por último, y por las circunstancias que ya has comentado, me hice cargo de la responsabilidad plena”. “Al margen de perder a mi padre a una edad tan joven me quedé con todos sus proyectos, que fui minimizando hasta concentrarme solo en el vino, donde yo me había educado y era un mundo que me apasionaba”.

“La verdad no se encuentra en un sueño sino en muchos sueños”, sugería Pasolini en el comienzo de su película “Las mil y una noches”.

La familia y la empresa

Vicente lleva sobre sus hombros la responsabilidad empresarial y un cierto peso, el de su familia, el de ambas bodegas que han caminado por los días de la historia. El joven que fue y su proceso de madurez que abarcan otros 25 años son una mezcla maravillosa. Ha sorteado incertidumbres y apurado decisiones con destreza, siempre con el apoyo de su familia. Le pido que me hable sobre la problemática de guiar empresas de esta singularidad: “Para la buena marcha de un negocio familiar -subraya con afabilidad- se necesitan cariño y entendimiento, pero sobre todo respeto. En nuestro caso la unión entre familia y vino ha sido fundamental porque el vino es un ser vivo que requiere de constantes cuidados y de conversación, una familia que vive en torno a él sabe, pues, de cuidarse mutuamente y está ejercitada en el diálogo. Somos además una familia en la que no prima la cuenta de resultados, prevalece el proyecto y que esté bien hecho, intentar hacer las cosas bien. El nuestro es un proyecto de vida y la familia lo entiende así, esto nos evita muchas tensiones. Tengo el privilegio de que mis hermanas me han dejado liderarlo”.

“Este año se cumplen 25 años de la muerte de mi padre, las inversiones que hemos hecho en este tiempo desde el punto de vista financiero son difíciles de entender, solo son comprensibles a largo plazo, por el entendimiento de lo que es un patrimonio familiar, un bien raíz, el respeto por una historia, por una identidad y nuestra misión es ser un eslabón en esta trayectoria”.

Sus dos hermanas, Cristina y Alexia, están vinculadas accionarialmente a la empresa: Cristina directamente implicada en el día a día en el área administrativa en Madrid. Alexia es diseñadora de moda.

Actualizar lo ancestral

El pasado se recuerda, el presente se vive y el futuro se sueña. Vicente lo primero que hizo tras la muerte de su padre fue aplicar al proyecto mucho sosiego y el máximo respeto. Quizá escuchando el poema de Rosalía de Castro buscaba y anhelaba ese sosiego con lo que “soñaba despierto y dormido volvía soñar”. Tomar decisiones precipitadas con 25 años no era lo más prudente: “Los 3 primeros años fueron de plena continuidad, al cuarto fui preparando lo que entendía que se debía hacer en ambas bodegas, todo bajo el prisma de mantener las raíces, la identidad, porque no hubiera tenido sentido modificar algo que se había hecho bien durante tantos años. Nunca utilizo la palabra cambiar sino renovar, actualizar. Había que inyectar dosis de gran calma, de largo plazo, modificar precipitadamente un proyecto tan consolidado como Marqués de Murrieta hubiera sido un grave error. Siempre he pensado que en el mundo del vino hay que hacerlo todo en otro tempo”. Le interrumpo para decirle que comparto esa reflexión, que la velocidad es enemiga de la precisión.

Hubo un período, el de la burbuja inmobiliaria, que llevó a muchos constructores a meterse en este sector con un elevado índice de fracasos, porque aquí o se entiende el largo plazo o es muy complicado convivir. Lo explica muy bien Vicente: “Ahora mismo estamos haciendo vinos con viñas cuya media de edad es de unos 60 años. A esto hay que sumarle el proceso de bodega, Castillo de Ygay pasa en ella unos 10 u 11 años, y luego ponte a fabricar una marca... Lo primero que yo hice fue rodearme de un equipo que sintiera lo que yo sentía, que me entendiera y supiera compartir esos principios que antes te he mencionado. Pusimos en marcha la actualización primero en Marqués de Murrieta y luego en Castillo de Ygay, que era el más complejo porque tenía el sello de mayor clasicismo y tradición de nuestra casa. ¿En qué consistía ese proceso? Creíamos que era muy importante que nuestros vinos tuvieran mucha presencia de fruta. Para ello fuimos reduciendo los plazos de crianza, retiramos barricas viejas y actualizamos esas maderas en la bodega trayendo nuestros vinos solo a maderas jóvenes, y en su trasiego irlos pasando a barricas más usadas para que así se consiguiera ir tranquilizándolos e ir afianzando los cimientos que había conseguido la barrica nueva. Fuimos dando períodos largos de tiempo en hormigón para hacerlos más profundos, más elegantes, les dimos los tiempos de equilibrio necesarios en cuanto a botella para ir transformando poco a poco el proyecto y lo que en su día era clasificada como una bodega clásica fuese convirtiéndose en una clásica-actual. Nunca quise perder ese concepto de lo clásico. Por mi juventud, por mi ímpetu, me puse en marcha para crear un nuevo vino: Dalmau, que al no tener historia, ni ataduras, me permitía hacer las cosas de otra manera y lo hice con la idea de poner en el mercado este vino que lleva mi segundo nombre y que me ayudó a rellenar un vacío que me había producido la muerte de mi padre, la desaparición del gran capitán de mi proyecto madre. Este vino fue la reivindicación del capitán joven y atrevido que quería representar la nueva era de Murrieta: vinos más concentrados, más potentes, con más alcohol, con una fruta importantísima y, como ya te he contado, otro trazado en barrica. Dalmau fue un vino muy aclamado por la crítica. Yo asumía muchísimo riesgo y me pusieron como cabeza visible de una renovación de La Rioja y por ende de Murrieta. Tuvo un éxito tremendo. Hoy los premios se los lleva Castillo de Ygay, lo cual supone una gran presión. La renovación de Ygay iba a durar unos 12 años y durante este tiempo llevamos a Murrieta a una atracción mediática nueva con la aparición de Dalmau y dejarle tiempo a Castillo de Ygay para forjar su ruta y así hoy el que tenemos en el mercado fue el que ideamos con tiempo”.

Todo en Murrieta ha sido un sueño, a pesar de que pilló a Vicente comenzando con 25 años y una situación empresarial compleja, con mucha gente interesada en hacerse con su proyecto, formulándole todo tipo de ofertas mientras a él solo le obsesionaba demostrarse a sí mismo sus capacidades para materializar los sueños y honrar la memoria de su padre.

“Ahora toca transformar Pazo de Barrantes, continúa, y también emprender la tercera fase de Marqués de Murrieta, con un proyecto de hostelería con habitaciones. Lo iniciaremos dentro de un año y medio aproximadamente. O sea, que el sueño sigue”.

Conocí a Vicente Cebrián en la Taberna Laredo de Madrid, nos presentó un amigo común, un genio del vino, Raúl Pérez. Acudo a su testimonio. Atiende mi llamada desde su tierra, el Bierzo: “De Vicente destacaría dos cosas: su espíritu de lucha, es un luchador nato, eso se ve en su trayectoria, en su historia. Como bodeguero es muy fiel a su estilo. En La Rioja hubo muchos bodegueros que han fluctuado y variado rumbos mientras que es un luchador nato él se mantuvo en su línea,

Abordo también a Miguel Laredo, el propietario de una de las mejores tabernas de Madrid: “Vicente es fundamentalmente una persona que sabe escuchar. Escucha al mercado: a sus clientes, a los sumilleres, a los camareros, a la gente que mueve el vino.”.

El secreto de un buen vino

Hay vinos capaces de conmovernos, de producir en nosotros un goce, un deleite, una sensación singular, única. A quiénes hacen vinos, buenos vinos, siempre me ha gustado preguntarles cuál es el secreto de ese caminar por tantos procesos, por muchas añadas: “Hay una evidencia, todo esto procede de un viñedo, es la base de todo; habitualmente de un viñedo muy especial con características únicas, un diamante en bruto, sin esa materia prima no se puede hacer nada, pero todo esto es también un compendio de cosas: un equipo de personas que tiene que respetar al máximo lo que la naturaleza le ofrece y que su misión es acompañar a esa naturaleza, humildad para no creerte por encima de nada y dar al vino tu sello personal, buscar el equilibrio y sobre todo sumarle otros aspectos: calma, largo plazo y honradez. Yo percibo cuando cato un vino si es o no honrado, su seriedad... Si logras que eso lo perciba también tu cliente pues es ya lo máximo”.

A medida que nos entregamos al Dalmau 2017 (que saldrá en unos días al mercado), aparecen Galicia y La Rioja en nuestra conversación. Nos emplazamos en el futuro en ambas tierras. Esto despierta mi curiosidad por preguntarle a mi invitado cuánto hay en su corazón de ambos territorios, cómo los vive, los compagina: “Pues estando continuamente subido a un coche o a un avión para calmar las hambres que tengo de ambas tierras. La Rioja es el 80% de mi negocio, pero te diría que el 20% que representa Galicia es un 80% en valor sentimental. Adoro Galicia, no puedo vivir sin ella y por eso aunque La Rioja en términos cuantitativos pese más y ame profundamente a esta tierra en la que me he criado, Galicia es mi corazón y mi sangre, para mí es especial”.

Le recito un fragmento del hermoso poema del escritor ourensano Ángel Lázaro: “Galicia, méceme el alma; es tuya; cántale una canción, una de esas canciones suaves que tiene un lamento y un temblor, una de esas canciones que yo llevo dormidas en el corazón”.

Dalmau 2017

Este es el vino que ha elegido Vicente para acompañarnos en el día de hoy. Hemos hablado de él a lo largo de nuestra conversación, así y todo le pido a su creador que lo defina, empezando por esta añada: “Al 2017 le hemos dado un pequeño giro, le aplicamos una serie de innovaciones que ya empezaban a percibirse en el 2016. En este 17 se puede apreciar un corte distinto, con más sutileza, elegancia, frescura, un cuerpo apabullante, mayor equilibrio, potencia. A mí me cuestan mucho los vinos que no son elegantes, también los que no son frescos, les requiero frescura, acidez. Este es un vino estandarte de lo contemporáneo de Murrieta, el menos riojano de nuestro elenco de vinos. Este 17 lleva un 80% de tempranillo, un 10% de cabernet sauvignon y un 10% de graciano, hay por tanto menos cabernet que en otras añadas y más graciano, al ser esta una uva riojana le da un pelín más de carácter de esta tierra; el Graciano le aporta frescura, el cabernet especiado y el tempranillo la estructura. Este proyecto nació hace 20 años en un pago que elegimos a 500 metros de altitud, dentro de nuestra Finca Ygay, en el que conviven estas tres uvas. Las cepas de tempranillo tienen unos 80 años, las de cabernet unos 60 y las de graciano 50. El resultado final es una explosión de fruta, de mineralidad, de intensidad, de potencia; sus 14,5 grados son difíciles de percibir. Tiene una boca corpulenta, de máxima densidad, con un tanino sedoso, aterciopelado. Vino largo, de guarda, para poder beberlo dentro de 30 ó 40 años. 19.000 botellas numeradas”.

Galicia, La Rioja, la memoria del padre, la capacidad de soñar, el trabajo bien hecho... todo se ha ido deslizando en esta conversación pausada alrededor de un vino nuevo pero curtido, con un bodeguero elegante, de modales exquisitos, que se siente aprendiz desde la humildad, un empresario romántico capaz de reformular conceptos teniendo eso que los politólogos llaman un dominio de los tiempos. Nos despedimos deseando lo mejor para este Dalmau 2017 que llegará en breve, mientras la vida pasa dócil prometiendo primaveras en esas tierras emocionantes, de colores distintos, de bellezas delicadas y sutiles donde Vicente Cebrián aloja cada día sus sueños.

Palabra de vino.