Arroja las palabras con puntería, con la electricidad de su escritura y la inmediatez de ver las cosas y contarlas. Tiene un talento instantáneo, según dice de vísperas, probablemente porque nació en un pueblo, Sanxenxo, por el que cada día en verano se va el sol, o también porque, como decía el poeta polaco recientemente desaparecido Adam Zagajweski, “el amanecer siempre dice algo”.
Manuel Jabois busca a diario una historia para llevarla a su destino en las páginas de El País o en ese andén cotidiano de la radio que es Hora 25. Le gusta mucho lo que hace, eso me dice en esta charla distendida de sábado mientras va de un sitio para otro promocionando su última novela, “Miss Marte” (Alfaguara): “Me gusta mucho esta profesión: tener una buena entrevista entre manos, dar con una buena historia, tener una idea y desarrollarla en una columna... pero lo que más de todo es el momento en el que ocurre algo o estás viendo algo y tienes que enviarlo cuanto antes, nunca escribo mejor que en esas ocasiones, nunca vuelvo a ser tan joven y nunca siento tanto la adrenalina y pocas cosas me motivan más que ese momento en el que te dicen que hay solo 25 minutos para contarlo, o envíalo ya, por favor. Eso no me lo va a dar la literatura, ni nada. Ese momento de escribir en el móvil no tiene comparación alguna”.
Fernando Ónega me dijo un día que no eres nadie hasta que no escribes en tu periódico local. Jabois empezó siendo alguien desde el principio, escribiendo en el Diario de Pontevedra, en el que además fue corresponsal desde su pueblo, corresponsalía que heredaría de su abuelo. Lo recuerda perfectamente. “Apareció un recuadro en el periódico: 'A partir de hoy nuevo corresponsal en Sanxenxo, Manuel Jabois, número de teléfono tal'. Y me dije: pues ese soy yo. Me surgió esa oportunidad de empezar a hacer notas y en contra de lo esperado empecé a hacer también páginas y páginas”. “Yo aprendo a escribir en un periódico en el periódico, aprendo a andar en bici en una carrera ciclista. Aprendí de esa escuela cosas que todavía practico hoy: no contar las cosas de forma convencional. Yo iba a una rueda de prensa y me recreaba mucho en los detalles, cualquier cosa que no estuviera a la vista yo hacía que estuviera. No me ceñía a la noticia, me fijaba mucho en los aspectos marginales y con eso creaba la crónica”.
Para abundar en el relato incorporo a la conversación a un viejo amigo que fue director del Diario de Pontevedra, Antón Galocha, le pido que me cuente cómo se produjo el hallazgo de Jabois: “Cuando llegué al Diario, en marzo del 2000, Manuel era el corresponsal en Sanxenxo. Había heredado la corresponsalía de su abuelo y allí siguió con el nuevo equipo. Las columnas de opinión estaban escritas por colaboradores externos, algunos periodistas ya jubilados en el periódico. Decidimos que todo aquel periodista que quisiera opinar tuviera su columna y Manuel entro así en la nómina de nuevos columnistas.
Jabois destacó enseguida por su estilo particular, destacó enseguida por su estilo particular,tanto en los temas a comentar como en la manera de comentarlos.
Manuel nunca fue en el Diario un periodista de grandes exclusivas, fue un periodista propietario de una mirada diferente, capaz de ver lo que a la mayoría no se nos ocurre mirar. Lo suyo eran, y creo que siguen siendo, eso que llamamos nunca fue en el Diario un periodista de grandes exclusivas, fue un periodista propietario de una mirada diferenteLo suyo eranlas contracrónicas, lo que hay detrás de los grandes titulares
No tardó mucho la competencia en detectarlo pero siempre decidió quedarse en el Diario, eso sí, a condición de integrarse en la redacción y huir del aislamiento de una corresponsalía.
Sorprendieron en Pontevedra su estilo y su descaro a periodistas pontevedreses destacados que me recomendaban meterle la tijera porque veían que había temas o lenguaje inconveniente en sus columnas. Justo aquello que lo hacía diferente. El haber recibido el premio Julio Camba nos ayudó a defender su periodismo dentro y fuera del periódico. La publicación de sus columnas en un libro, “Irse a Madrid”, fue justo lo que propició primero sus colaboraciones en El Mundo y finalmente su marcha al periódico de Pedro Jota. Elvira Lindo comentó su trabajo en una columna de El País y ahí empezó todo. Lo convencimos de que negociase con Pedro Jota el quedarse en Pontevedra, en el Diario, y empezar a colaborar en el periódico madrileño, pero después de un año ya le exigieron el traslado a Madrid. Sorprendieron en Pontevedra su estilo y su descaro a periodistas pontevedresesEl haber recibido el premio Julio Camba nos ayudó a defender su periodismo dentro y fuera del periódico.Se marchó de Pontevedra pero no se marchó del Diario”.
18 kilómetros separan a Sanxenxo de Pontevedra, un recorrido costero por una carretera que debido a la proliferación constructora parece una calle de ciudad. Esa línea de horizonte es una constante en la vida de Manuel: Sanxenxo y Pontevedra, sin ninguna disyuntiva: “Nazco en Sanxenxo pero muy pronto me fui a vivir a Pontevedra por el trabajo de mis padres. Allí fui al colegio y al instituto, pero todos los fines de semana, navidades, semanas santas y veranos volvíamos a Sanxenxo. Si tengo que ser de un sitio soy de aquí. Pero es como si hubieran dos almas en un solo corazón”.
“Porque alguien de Madrid se fija en mí, David Gistau, me lee en mi blog y se propone que yo escriba en El Mundo", me responde para contarme su llegada a la ciudad, "y eso me da la oportunidad de tener más campo, más expansión y la oportunidad de vivir en un lugar nuevo. Y es que yo había viajado mucho pero no había vivido en ninguna otra parte. Me pareció estupendo. Además me asediaba un cierto vértigo: al empezar tan temprano y sin ninguna titulación universitaria tenía miedo de quedarme sin trabajo y no volver a poder trabajar como periodista. Era un momento de recortes laborales en la comunicación y pensé que no sería lo mismo que te despidieran en un periódico grande donde ya te habían leído muchos a que esto sucediera en un periódico local, en un mercado más pequeño, más limitado”.
“Pertenezco a esa generación del desarrollista de los 80, donde había una cultura inculcada del trabajo fijo y eso se te queda”. “Llevaba 14 años trabajando en el Diario de Pontevedra pero también tenía la ambición de crecer, de llegar a más gente. Tenía un blog que era bastante leído pero quería dedicarme a escribir y por tanto el paso era lógico. El cuerpo me pedía baile, un poco de rock and roll”.
Dice Andrés Trapiello en su libro sobre Madrid: “Me gusta como acompañamiento y no me molestan sus imperfecciones. Al contrario, me acompañan como las conversaciones de los parroquianos en un café”. A Jabois esta ciudad le ha dado mucha perspectiva, una felicidad desconocida, la felicidad de lo nuevo: “Me ha aportado un montón de gente -me cuenta-, de nuevos amigos y sobre todo de muchísimas experiencias. Para poder escribir me nutro de salir a la calle, de las cosas que suceden alrededor y en eso Madrid es una ciudad imbatible. Es un lugar en el que no existen los lunes, ni los martes; es muy difícil distinguir los días y eso dice mucho en favor de esta ciudad”.
Uno de los amigos del alma que Madrid llevó a la vida de Manuel fue el escritor y guionista Edu Galán, que atiende gustoso mi petición para participar en esta charla:
“Una de las cosas que más me gustan de mi hermano Manuel Jabois es que sigue manteniendo la inopia infantil
Recuerdo que hace años fuimos a comer con una querida amiga mía, política de profesión, que venía acompañada por sus dos escoltas. Nos encontramos en un café y salimos de allí los cinco andando hacia el restaurante. Los escoltas nos avisaron cuando se puso el semáforo en verde para cruzar porque estábamos distraídos charlando y revisaron la sala para que todo estuviese correcto.
Cuando se fueron, Manu le dijo a mi amiga: "Qué majos tus amigos que nos avisaron para cruzar y nos gestionaron este lugar tan bueno. Lo que no entiendo es por qué no comen en la misma mesa que nosotros".
Su notoriedad y su éxito primero en El Mundo y luego en El País le llevaron a encontrar otros caminos, otras maneras de contar, le llovieron las propuestas para iniciar lenguajes diferentes, cauces distintos para decir. Estuvo con Carlos Alsina y luego con Pepa Bueno en Hoy por Hoy, ahora le acompaña en Hora 25. Tuvo encuentros esporádicos con algunos canales de televisión. Nada serio. Sobre esto también hablamos: “El periódico es lo que mejor sé hacer, la radio me excita porque es un medio en el que estoy aprendiendo. Soy un tipo de digestiones lentas. Fíjate, yo aprendo a leerme sin vergüenza diez años después de haber empezado a escribir. A propósito de la tele, cuando salgo me escondo y cuando me escucho en la radio me muero. No soy capaz de aguantarme, por lo que sea... La televisión siempre me ha dado mucho respeto, cuando se enciende el piloto de una cámara soy muy, muy tímido. No estoy cómodo. Por eso cuando alguien critica a los que salen por la tele, les digo: ¿tú sabes lo que cuesta ser natural delante de una cámara? No soy capaz de hacerlo”.
Manuel ha encontrado el buen camino de la escritura. Su anterior novela, 'Malaherba' (Alfaguara, 2019), tuvo una espléndida acogida, y su nueva novela, 'Miss Marte', lleva el mismo camino. Yo diría que si se hizo periodista escribiendo en un periódico, probablemente alimentó sus ilusiones de escritor en el tiempo pasado en la Biblioteca de Pontevedra, bajo el fuego literario de Stevenson, Salgari, Verne... “Aquellas tardes en la biblioteca para mí fue una actividad tremendamente provechosa. Me siento muy raro siendo escritor y sobre todo cuando sale el libro al mercado, cuando está muy presente. El otro día me pasó una cosa muy curiosa en un tren: me daba reparo levantarme porque alguien, muy cerca, iba leyendo mi último libro y pudiera pensar que me levantaba para pavonearme delante de él”. “Escribir es una experiencia muy agradable, para mi no hay mejor cosa que estar escribiendo solo en tu casa y que luego haya gente que espera tu escritura para comprarla y leerla; que vaya a la firma de ejemplares, que comparta contigo los momentos en los que te descubrió, cómo empezó a leerte”.
'Malaherba' es un relato de infancia, de duelos y de hallazgos, del círculo emocional de la niñez y del duro aprendizaje de la vida, contado con una enorme sutileza emocional. La pérdida es una herida que deja un rastro de soledad, del golpe inevitable del naufragio, de eso nos habla 'Miss Marte'. En ambas hay un cierto poso de brumas que envuelven tanto al pasado como al futuro. Una huella de hermosa amargura. “Hay una especie de frontera en los personajes -afirma Manuel-. Creo que del dolor de la pérdida y del naufragio también sale con el tiempo con un cierto aprendizaje, una cierta belleza. No sé explicarlo, pero estos personajes están en la frontera, en la víspera de algo, de que algo ocurra. Creer o no creer, descubrir algo o no descubrirlo, y esa sensación de lo inminente a mí me perturba mucho. Desde muy crío siempre he dicho que lo mejor eran las vísperas, nunca sé de qué, pero ese momento en el que nos sabes si es de día o es de noche, ese momento de incertidumbre en que está a punto de ocurrir algo pero no ocurre. Ese último segundo que es el más bello de todos, eso es lo que hay que explotar siempre. Un diamante”.
A Manuel, en la taberna de su abuelo le dejaban la botella de vino a su altura para que pudiera ayudar en la tarea de servirlo a los clientes. Tengo para mí pues que ya desde muy temprano el vino ha tenido una importancia trascendental en su vida. “Cierto, el vino significa mucho para mí. Mi abuelo tenía una bodega, hacíamos un vino casero. Pasé por muchas vendimias en la familia, pisaba uvas. El vino es algo fundamental en mi tierra, vecina de O Salnés, la cuna del albariño. Y para mí el vino es un perfecto animal de compañía”.
En Madrid, hemos bebido otros vinos juntos en esa especie de embajada gallega que es el Lúa. Llamo a Manolo Domínguez, su propietario y chef, hablamos de Jabois: “Le conocí a través de Nacho Carretero y desde entonces hemos ido progresando en la confianza hasta llegar a la amistad y hemos ido anudando afectos comunes. Manuel es un tipo humilde, amigo de sus amigos y siempre dispuesto a dar su apoyo incondicional. Quienes le conocen bien dicen que tiene don y ángel, que su estilo es diferente. Aunque parece despistado está atento y escucha muchísimo. Le encantan las sobremesas, quizá porque de esas sobremesas han salido muy buenas historias”.
Para esta conversación, Estéreo me parecía el vino más apropiado, una alianza entre un bodeguero de Dena, al lado de Sanxenxo, Robustiano Fariña, y otro de Méntrida residente en Madrid, Belarmino Fernández Bombín. Un tinto mitad garnacha, mitad sousón con un año de crianza en barrica. Un vino único que une mar y montaña de manera magistral. Un viaje a lo Jabois, Sanxenxo-Madrid, acompañado por uvas de corte borgoñón como la garnacha y la suave y aromática sousón. Producción muy limitada, solo 400 botellas y 200 magnum.
Mientras hablamos y bebemos aparecen frutas rojas, arándanos y frambuesas. El vino va cambiando y enseñándose de diferentes formas: fresco, largo, agradable y de marcado carácter atlántico. Su acidez le augura larga vida.
Nos despedimos. Manuel continúa sus viajes para seguir hablando de 'Miss Marte' en diversos lugares de Galicia y a encontrarse también con sus historias reales, espontáneas, con su manera distinta de ver las cosas y de contarlas en sus cuadernos de a pie, desde el teclado de su móvil, con su descreimiento de siempre en la radio. Vuelve a sus vísperas, a ese momento en que, como decía Sabina, el sol se mete en la cama del mar a roncar para que Manuel siga levantándole la falda a la vida.
Palabra de vino.