Vigo enmarca perfectamente el tópico gallego: se sube y se baja por su orografía urbana. El sol se derrama sobre la ciudad reverberando su luz de atardecer. Huele a salitre y a viento húmedo que entra en la ría sorteando a sus guardianas, las Islas Cíes.
Una ciudad salpicada por el Atlántico, llena de historias de pescadores, donde la vida suena a mar, a respiración anfibia. Vigo es también la explosión de júbilo por un gol del Celta en Balaídos. La pasajera del último barco.
Domingo Villar vino al mundo en esta ciudad cuando despertaban los años 70. Nunca tuvo una vocación distinta a la escritura, si acaso la tentación de dedicarse a la viticultura, un mundo que le apasionaba ya que su padre fue bodeguero en una vocación tardía y que en su opinión “no se diferencia tanto de la literatura: Es constancia, cariño, paciencia y dejar que se vayan decantando los aromas y los sabores”.
Quería estudiar Filología o cualquier otra disciplina cercana a la literatura pero haber nacido en el seno de una familia de industriales le llevó a estudiar Empresariales en Madrid, regresó a Vigo y trabajó en la empresa familiar hasta que la vendieron y volvió de nuevo a la capital. Un tiempo más tarde su empeño vocacional le llevó a hacer un máster en creación de empresas audiovisuales del Instituto de Empresa que dirigía el abogado Hugo Écija. “Yo pensaba que el camino más corto para llegar a la escritura era el audiovisual - me explica Domingo-. Entonces comenzaban las plataformas de pago: Canal Satélite Digital y Vía Digital, aunque la verdad siempre encontré ahí muchas reticencias, en el área creativa, para contratar a alguien que procedía de empresariales, de una industria química”.
Decía García Lorca que esperando, el nudo se deshace y la fruta madura. Domingo se puso a trabajar con un amigo en una pequeña productora escribiendo cosas menores mientras aguardaba un futuro que se había fijado en su esperanza. Entonces leyó una entrevista con el pintor gaditano Pérez Villalta y el viento cambió: “Contaba una historia muy parecida a la mía, él quería pintar y le dijeron que estudiara Arquitectura y eso hizo, y en cuanto pudo se entregó a su verdadera vocación. Al leer aquello pensé que era raro lo del audiovisual porque a mí lo que me gustaba era contar lo que pasaba a la gente por dentro y hacerlo de otra manera”. “Me rondaba entonces una historia en torno a Leo Caldas (el protagonista de sus novelas), influido por Andrea Camilleri, al que admiraba mucho y empecé a escribirla. Se lo comenté a uno de mis mejores amigos, que lejos de decirme que podía ser una pérdida de tiempo me animó a seguir adelante, a saltar aunque no hubiera red”. Dicen los buenos jugadores de naipes que a veces encontrar la carta adecuada es hallar la llave que permite cambiar la partida.
Es un personaje templado y melancólico; se mueve entre brumas portuarias y humos de taberna. Le gusta comer bien sin llegar a la sofisticación del Carvalho de Montalbán, con el mismo sentido de pertenencia gastronómica que el Montalbano de Camilleri. “Es un inspector de policía que trabaja y vive en Vigo -me precisa el autor- y es el vehículo que me permite estar de vuelta en casa a pesar de vivir en Madrid desde hace más de 30 años”.
“Yo no creo en la esencia de los personajes -prosigue-, no creo que tengan una serie de dones, de características o defectos que un autor les otorga. Creo más en su existencia. Poco a poco lo voy entendiendo”. “Si lo tuviera que definir diría que es compasivo, piadoso, un tipo que tiene en su mano aminorar el dolor de la gente que sufre y se dedica a ello con ansiedad”.
Después de casi 15 años juntos le pregunto cuánto hay de él en su personaje y cuánto de su entorno, de quienes le rodean: “Hay mucho de mí, desde la ciudad que es mi paraíso perdido, a la que regreso cuando me siento a escribir”. “La radio es otro denominador común: hablé de literatura en Radio Nacional pero antes lo había hecho de gastronomía en la SER, en el “Hoy por Hoy Madrid”. Me hacía gracia que amigos próximos y familiares me preguntaban por sitios en los que no había estado, parecía que el hecho de salir en la radio me confería una autoridad de la que ellos carecían (sonríe)”.
“El mundo del vino está también muy presente porque nos acompañó durante una buena parte de la vida de mi familia. Fue un flechazo de mi padre a los 60 años. En mi casa no había estaciones del año, se hablaba de poda, purga, floración y vendimia. El mundo cambió: las tormentas de verano pasaron a ser una tragedia porque mi padre temía al mildiu. Y tiene gracia porque no es solamente que el padre de Caldas sea un trasunto del mío, aunque su padre es viudo y mi madre vive y es un amor, la adoro por todo lo que cuida de nosotros y lo bien que sabe mantener a la familia unida. Mi padre se murió en diciembre del 2013 y me hizo jurarle que nunca mataría al padre de Caldas, y por tanto, los juramentos en pie”.
“Y luego están los bares que frecuenta Caldas, que son los mismos a los que yo voy: al de El Puerto, que ha perdido cierto encanto en su traslado; a la Taberna de Eligio... Me gusta contaminar la ficción con la realidad”.
En este deambular por los universos del inspector vigués se me ocurre llamar al periodista Rodolfo Irago, sé de su devoción por Domingo Villar y además hay un cordón emocional irrompible entre nosotros tres: el Celta de Vigo. Le digo a Rodolfo que no le llamo para comentar la victoria celtista de la otra noche, sino para que me hable de su afición por los mundos de Domingo: “Leyéndole vuelvo a casa y soy feliz. Cuando publica novela, es una fiesta. Las devoro. Los 10 años que pasaron entre 'La playa de los ahogados' y 'El último barco' se me hicieron eternos. Para un vigués que lleva 37 años viviendo lejos de la ría, del puerto, de la ribera o del Castro es una gozada pasear con Leo Caldas por la ciudad sin prisa, visitando esquinas, bares y calles en los que ni siquiera te habías fijado.
Mi playa es la del Vao y por eso la Toralla de Ojos de agua me lleva a los domingos de mi infancia y El último barco me acerca a los veranos que mi hija mayor pasó con mis padres muy cerca de las playas y el cementerio de Tirán. Espero su nueva novela como se espera el ultimo barco que cruza cada noche la ríaMi playa es la del Vao y por eso la Toralla de Ojos de agua me lleva a los domingos de mi infancia”.
“La memoria, siempre la memoria con su constante oleaje”, escribió Luís Landero.
Me sorprende Domingo con su elección, un vino inesperado: “Detrás da Casa Larga”(qué nombre tan literario), un tinto del Condado de Tea, en la D.O. Rías Baixas. Le pregunto el porqué de esta elección y su respuesta es el relato de una vivencia: “Una cosa que mi padre decía en los últimos años, viendo las horas de sol de esta zona, era que se estaba poniendo la cosa para hacer buenos tintos; y de hecho cuando mi padre empezó en Alemania le echaban azúcar al riesling, ahora no lo necesitan, incluso ya hay alguna aventura con tintos por allí. Y Galicia, que siempre ha tenido fama por los vinos blancos, demuestra, en la actualidad, que somos capaces de hacer unos tintos estupendos, también aquí en el Condado de Tea, a la vera del Miño, como por ejemplo este que nos estamos bebiendo”.
Domingo y yo nos conocimos en una Festa do Albariño, el año en que ambos fuimos investidos Cabaleiros de esa Orden, en Cambados (Pontevedra), en el Palacio de Fefiñáns, en la fiesta más célebre en torno al vino de cuantas se celebran en Galicia. Allí descubrí que el vino ocupa un lugar muy importante en su vida: “Así es -me cuenta-, me pasé muchos fines de semana entre viñas, bodega, vendimias, embotellados... Nuestro padre nos animaba a catar diciendo que la uva no es alcohol y en mi casa todo se acompañaba de albariño; y por ello mantenido esa devoción por el vino, me encanta descubrir vinos nuevos, ha sido una maravilla vivir durante los últimos 25 ó 30 últimos años en un país en el que se han desarrollado diferentes denominaciones de origen y se hacen vinos extraordinarios en tantos sitios distintos... Se encuentran joyas en lugares insospechados: en la Sierra de Granada, Manchuela, Méntrida, Jumilla, las tierras de Zamora... La recuperación de variedades autóctonas que estaban en peligro de extinción... Cada vez que viajo intento buscar vinos locales y los voy probando. La maravilla de descubrir”.
A propósito de vinos escribió Cunqueiro: “Así, el mejor vino será aquel que un corazón lo acepte como parte de sus latidos, una memoria como luz de sus estampas, un espíritu anhelante como el camino de sus ensueños”.
Supimos de Leo Caldas con su primera aparición: 'Ojos de agua' (Siruela, 2006), desde ahí hemos ido estableciendo complicidades que se han ido ensanchando con las posteriores publicaciones de 'La playa de los ahogados' (Siruela, 2009) y 'El último barco' (Siruela, 2019). La atmósfera, el clima y las órbitas de Caldas siempre me parecieron muy cinematográficas.
En el 2015, la segunda de las novelas de Domingo Villar fue adaptada para el cine en una película producida y dirigida por Gerardo Herrero, con guion del propio Domingo y Felipe Vega. El actor Carmelo Gómez encarnaba al inspector vigués.
Es inevitable que le pregunte a Domingo qué le parece la relación de su obra con el cine: “La aproximación es un poco extraña, parecen oficios hermanos y sin embargo yo estoy convencido de que escribir literatura es fundamentalmente contar lo que le pasa a la gente por dentro, mientras que escribir cine o tele es contar lo que le pasa a la gente por fuera, lo que hacen y lo que dicen y a partir de eso inferir lo que les está sucediendo por dentro, pero al escribir para el audiovisual no puedes escribir lo que recuerdan, lo que sienten, lo que temen; todo eso lo tienen que contar con una contraposición de imágenes, que es una manera distinta de narrar. Y por otra parte hay otra diferencia singular: yo me puedo pasar tiempo con un capítulo hasta darlo por bueno, escribiéndolo, reescribiéndolo... Mientras que en el cine y en la tele se tienen otros tiempos, otras urgencias. Tengo un enorme respeto por el audiovisual y entiendo que es un trabajo muy complejo y demasiado expuesto a la improvisación, al día feliz que tengan quienes lo hacen, no se puede revisar tanto como la literatura”.
La televisión también aguarda a Caldas en un proyecto que está empezando a construir David Martínez, director de ficción de Secuoya. Una adaptación en la que trabajan los hermanos Coira, Pepe (“Hierro”) y Jorge (“Hierro”, “Sé quién eres”...) y también el mismo autor, que participará en la escritura de los guiones. Llamo primero a Pepe Coira para que me hable de su relación con Domingo. Le encuentro paseando por su jardín en Rábade (Lugo) y me responde con una inesperada rapidez: “Conozco a Domingo Villar a través de la lectura de sus tres novelas y de una reunión, muy cordial, a la que fuimos para hablar de su posible adaptación. Me cayó muy bien. Me quedé, sobre todo, con el modo en que se mezclaban en él dudas y certezas. Se declaraba dubitativo, cuando no ignorante, acerca de muchas cosas. Y enseguida se mostraba firme y seguro sobre muchas otras. Me quedé, sobre todo, con el modo en que se mezclaban en él dudas y certezasLa mezcla no me pareció contradictoria, sino una magnífica señal de alguien que piensa”.
Tras Pepe recabo también el testimonio de su hermano Jorge: "Con Domingo Villar me une un historial más de anhelos que de realidades, porque ya van dos veces en las que estuve cerca de adaptar alguna de sus novelas
Con todo, espero de corazón que cambiemos esa historia dentro de no mucho. Y mientras, me quedo con la gozada que es disfrutar de su obra (porque realmente soy un enorme admirador de su trabajo) y haber tenido la oportunidad de conocerlo a él: un tipo tranquilo y sabio que, cuando escribe, te transporta a un mundo complejo y apasionante; un mundo que, además, es muy reconocible y en el que es fácil disfrutar de una forma sensorial de los pequeños placeres de la vida. Ojalá dentro de poco podamos estar tomándonos juntos unos vinos por ese Vigo misterioso y palpitante".
De Caldas sabemos que es piadoso, compasivo, melancólico y resolutivo. Sabemos que a Estévez le faltan centímetros y le sobran unos kilos. Sabemos que el padre de Caldas piensa que “la mejor forma de no volverse loco es perder de vez en cuando la cabeza”. Sé también que Domingo lee en voz alta para que su literatura se haga música pero ignoro, y por tanto pregunto, si le pone cara a sus personajes, si cuando escribía 'El último barco' ya se imaginaba a Leo Caldas como Carmelo Gómez: “Yo nunca describo a mis personajes y por tanto verles encarnados en actores que les dan rostro y apariencia física es un poco perturbador. Tuve miedo de que me contaminara, de tener presentes a los actores a la hora de sentarme a escribir una vez vistos en la pantalla, pero hasta ahora me he librado de eso y sigo pensando en el Caldas que vive en mi cabeza, que es distinto de Carmelo Gómez, que, como bien dices, fue quien le dio vida en la película. Un actor maravilloso pero probablemente con un aspecto singular al que todo el mundo mira cuando entra en un bar, mientras que Caldas puede pasar desapercibido”.
La conversación impone silencios de cortesía para ir apurando el vino. Compartimos vivencias comunes en una ciudad que hemos vivido en diferentes tiempos, hablamos de amigos y espacios comunes: del casco antiguo de Vigo, del restaurante El Mosquito, de afectos privados, de su afanoso seguimiento del Celta (tiene un dominio y un conocimiento asombroso de todos los jugadores de todas las categorías). Y en esta mansedumbre del tiempo le pedí que me contara qué se trae ahora entre manos: “Estoy escribiendo un libro de cuentos. Escribo cuentos para desengrasarme entre novela y novela y siempre me he negado a publicarlos, pero ahora ha surgido un proyecto conjunto con un amigo pintor, Carlos Baonza, y hemos decidido mezclar sus dibujos con mis narraciones, como una especie de cine mudo. Será un libro muy bonito, de gallegos en la diáspora o gente que dio con sus huesos en Galicia”. “Estoy también inmerso en una nueva aventura del inspector Leo Caldas, que esta vez tendrá como escenario esa franja oceánica de mares violentos que hay entre Baiona y A Guarda”.
Volvamos al vino, a ese extraño poder de las coincidencias. Le digo que dice Bernardo Atxaga que en la vida estamos todos a cinco apretones de manos, y que al elegir este vino del proyecto Destinos Cruzados, he reparado que esos destinos eran los de Marcial Dorado, un reputado viticultor al que conocí en casa de Raúl Pérez, y el del sumiller Óscar Cidanes, al que conocí en su restaurante 'De tapa en cepa', cenando con mis amigos Elena Espinosa y su marido Andrés, que hicieron en nosotros la propiedad transitiva del afecto. A ambos les doy cabida en esta conversación:
“Con la experiencia voy aprendiendo que las prisas con los vinos, como seres vivos que considero, no son nada favorables. En mi opinión deberíamos descubrir los vinos con su infancia ingenua, apreciarlos con paciencia durante su adolescencia rebelde, y empezar a admirarlos por todo los que nos pueden contar en su madurez”, dice Marcial.
A Óscar le pido que nos hable del vino y su añada, 2017: “Aquí hay un clima de influencia atlántica pero con lluvias más escasas que en las zonas más al norte. Las temperaturas son más altas y la humedad menor. En el verano de 2017 hubo una gran influencia del anticiclón de las Azores, provocando una de las añadas más secas y cálidas de la década. Estas condiciones generaron una buena acumulación de azúcar que compensaron perfectamente la acidez”.
Detrás da Casa Larga es un coupage de mencía al 55%, brancellao en un 35% y un 10% de espadeiro. Una producción de 4.133 botellas. El vino se ha ido abriendo a lo largo de charla y dejando su rastro mineral, chispas de fruta fresca y una equilibrada acidez. Es fácil de beber, sabroso y de recuerdo largo. Una gozada.
Al despedirnos somos conscientes de cuánto nos reflejamos en el vino, en nuestros orígenes, en tantos territorios compartidos.
La literatura y el vino son como las ciudades que uno ama: se viven, se saborean y se sueñan.
Palabra de vino.