Marín y su danza secular
Correcaminos Gastronómico regresa a Marín, donde nació en el el barrio pesquero más curtido del mundo, O Cantodarea
“Vuelves a Marín siempre que puedes pero menos de lo que quieres. De Marín te vas pero no lo dejas"
Marín es una fiesta por San Miguel y el pueblo se convierte en la “prolongación del alma”, como escribió Manuel Vicent
No sé por qué digo que vuelvo a Marín si Marín va siempre conmigo. Nací aquí, en O Cantodarea, el barrio pesquero más curtido del mundo, donde forjé mi educación sentimental y mi sentido de pertenencia a este horizonte.
Llegamos en vísperas de la celebración de las fiestas en honor al patrón de esta villa marinera, San Miguel, y la tierra nos recibe con temperaturas cálidas para no contrariar al mito meteorológico del veranillo en torno al santo.
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El viernes noche la vecina Pontevedra se presenta con alegrías de apertura de fin de semana. Allí nos citamos a cenar en uno de sus restaurantes clásicos, el Alameda 10, con la alcaldesa de mi pueblo, María Ramallo, y su marido, Fran; nos acompaña también otra pareja de buenos amigos: Maribel y Pepe Crespo. Comida y conversación para alimentar la noche en un lugar confortable que lleva la amabilidad y el buen producto como banderas.
Croquetas y ensalada de bogavante, que superan el notable para abrir menú, y de plato principal pescados: mero y merluza con un punto perfecto de preparación. En el postre aparecen un par de especialidades de la casa que marcan un momento sublime: un turrón helado que Pepe aguardaba con añoranza y una tarta de pera inolvidable. En un restaurante gallego y con media docena de ellos alrededor de la mesa se imponían vinos de la tierra, de cercanía:, llegados de Meaño: un Attis lías finas 2021, con sabores a frutas blancas y maduras; sabroso, muy expresivo, de lo más agradable, y un Zárate Caiño Tinto 2020, de una de las 3 variedades autóctonas del Salnés, 8 meses en barrica, un vino fresco y con carácter, para disfrutar. En la sobremesa repasamos afectos, presentimos el domingo grande de San Miguel y escuchamos detalles de la siguiente Fiesta del Cocido de Lalín, ese descomunal encuentro gastronómico de interés turístico internacional.
Un paseo por las playas
Marín amanece soleada y tranquila, con las aguas remansadas en su ría abrigada. Conviene mantener costumbres y disfrutar de la luz y el paseo matinal por la ruta de las playas, sin perderle la cara al mar, ese mar imperturbable hoy con su piel muy tersa. Hay que bordear la Escuela Naval Militar, el “campus universitario” del pueblo en el que se forman los futuros oficiales de la Armada, para encarar el tramo que desemboca en la primera de ellas, la de Portocelo, que a esta hora y vacía parece un paisaje caribeño detenido en el tiempo. Cuántos recuerdos de infancia que, como decía Caballero Bonald, “siempre transcurre en verano”. Después de un pequeño repecho y una ligera bajada aparece Mogor, el segundo de los arenales, flanqueado por sus dos merenderos. A pocos metros está el “Laberinto de Mogor”, varias decenas de grabados rupestres que nos hablan de tiempos milenarios, según dicen desde el 2000 ó 3000 a. C. Para saberlo todo hay un centro de interpretación en su entrada.
Este laberinto ha ocupado páginas de la “Guía de la España mágica” de Juan G. Atienza (Grijalbo, 1983), del “Gárgoris y Habidis” (Planeta, 1978) de Sánchez Dragó y de unos cuantos reportajes radiofónicos y televisivos de Íker Jiménez.
El paseo continúa serpenteando el mar hasta llegar a la Playa de Aguete, el lugar de los recuerdos del periodista Rafa Latorrre, director y presentador de “La Brújula de Onda Cero” y gallo despertador del “Más de Uno“ de Alsina. Le llamo y estimulo su memoria: “En ningún sitio he sido yo tan feliz como en Aguete. Es verdad que contribuía a ello que si yo me encontraba allí, lo más probable es que fuera verano. La mayoría de mis amigos se iban de vacaciones a la costa de enfrente, a Sanxenxo, Montalvo o Areas. Pero a mí lo que había al otro lado de la ría solo me interesaba de noche. Me parecía un misterio muy bien custodiado lo de este lado, el de Aguete, más tranquilo, siempre autóctono y con gente a la que le gustaba más navegar que tener un barco.
De los veranos en Aguete recuerdo cenar en A Casa do Ruso, a la que nosotros llamábamos solamente Pepa. Y salir al mar con mi abuelo. O escaparme a la playa de noche con mi hermana y los amigos. Es verdad que era un niño y eso siempre dulcifica los recuerdos. El hogar es el lugar donde te recuerdas de niño. Lo otro son sitios donde has vivido, sin más.
Aún sigo yendo y no ha cambiado demasiado. Utilizo, creo, la palabra precisa: demasiado. No existe Pepa, ni barco, ni abuelo y yo ya tengo edad para que sean los niños los que se me escapen a mí de noche a la playa. La gente sigue acudiendo como hipnotizada a la costa de enfrente. Mejor así, no vaya a ser que lo descubran.
Sigo mi trayecto hacia la Playa de Loira, de un alto valor sentimental para mí por tantos veranos aquí. Esta es una playa hecha a escala humana, muy accesible, con su pueblo pesquero rodeándola y su río desembocando en una de sus orillas. Loira tiene una colina en su lado oeste, Montecelo, el lugar de tantas tardes con Consuelo y Eugenio, y hoy sostenido por Chiruca y Genucho, los reyes de este sitio estrellado con espléndidas vistas sobre la ría y sobre la colina opuesta, Punta Sobareiro y su legendario almacén. Hay aquí una luz ondulada que proyecta vida sobre las cosas. Un reinado de la felicidad.
Mi paseo termina aquí con el permiso del las siguientes playas del municipio: A Coviña, del Santo y ese otro arenal fino e infinito de Lapamán que describe mejor nadie uno de sus asiduos, el periodista pontevedrés, Xabier Fortes (La Noche en 24h de TVE): “Sigue conservando la misma estampa de principios de los setenta, cuando la empezamos a colonizar. Una impresionante masa forestal la mantiene a resguardo de miradas ajenas. Las copas de los gigantescos tilos, castaños y abedules se volvían palmeras de una playa caribeña mecidas por el viento cuando las contemplábamos desde las colchonetas con las que desafiábamos las olas”.
El paseo marítimo y el parque de los sentidos
Cumplidos los compromisos y el almuerzo familiar se impone un paseo tradicional por la arbolada Alameda de Rosalía de Castro, centro neurálgico del pueblo, y por el remodelado Paseo Marítimo de Antonio Blanco que abre la vista a la ría. La vida resplandeciendo sobre el agua. El Paseo que abriga la dársena de la Escuela Naval desemboca en una vista privilegiada sobre la Illa de Tambo, donde siglos atrás hubo un convento en honor de San Martiño. Cuenta la leyenda que hasta aquí arribó el sepulcro de Santa Trahamunda, patrona de la morriña, que fue raptada por los musulmanes y llevada hasta Córdoba en donde permaneció diez años y que milagrosamente logró evadir su cautiverio y conducida por su saudade pudo regresar a estas tierras. Su tumba puede visitarse en el Monasterio de Poio (Pontevedra). La isla fue de propiedad militar desde los años 40 hasta el año 2002 en que fue desmilitarizada aunque de su vigilancia se sigue encargando la propia Escuela Naval.
El caminar lo anima una suave brisa con aires yodados y puros, en esta contemplación pausada de un mar quieto, encalmado, uno puede “aprender música o conciencia” como sugería Neruda.
Mientras me detengo en la vista panorámica del pueblo me decido a llamar a mi paisano, Javier Casal, editor y presentador del informativo Hora 14 (Cadena SER) y hablar con él de vivencias compartidas: “Vuelves a Marín siempre que puedes pero menos de lo que quieres. De Marín te vas pero no lo dejas. Pisas la arena de Aguete y eres otra vez Pichichi pequeno, el que está en Madrid. Te emocionas cuando pasas delante del edificio do Concello, donde trabajó mi abuelo y donde Rosa y yo nos casamos.
En casa somos los dos de Marín, nacidos, criados y orgullosos marinenses. Leemos a García Carragal y a Julio Santos. Nuestra familia nos informa de esas cosas que pasan entre motes ilustres, festas rachadas y la despedida de viejos conocidos que nos dejan.
En la distancia, Marín es el tiempo que va entre dos veranos. Lo vives en un permanente “¿te acuerdas de…? “ y la nostalgia de la hora de la merienda. Cada tarde, junto a mi padre, cuando nos asomábamos al gran ventanal que daba a la Alameda para hablar de fútbol, del tiempo y también… de Marín”.
Uno de los lugares más celebrados de la localidad es “El Parque de los sentidos”, la antigua granja de los monjes de Oseira. El ayuntamiento la compró en el año 1999 y se ha convertido en el sitio de solaz de muchos marinenses. Espacios de recreo, una poblada arboleda, plantas, fuentes y regatos son lo elementos de este parque. Hay también una conversación sensorial: vista, oído, olfato y tacto que recorren sus diferentes zonas. Y hoy una bandada de mirlos cantando, se distrae de árbol en árbol queriendo llamar nuestra atención. Suenan, hablan las aguas en las fuentes, esas que como en las que como dice el profesor Joaquín Araújo: “consigues ser lo que miras”.
La hora de cenar nos lleva al Wünderbar, en la Plaza del Reloj, donde su torre anuncia las horas que suenan como puntuales saludos de bienvenida. Amaya y Olaf han hecho de este local un sitio muy ordenado, acogedor y amable; cervezas alemanas y Cabriz, un tinto portugués del Dâo acompañan nuestra cena: salchichas con choucroute, ensaladas y una riquísima lasaña de carne. Este local se ha hecho un sitio en la vida marínense y su popularidad no ha parado de crecer, como la singularidad de Olaf, “el alemán”, convertido ya en un personaje muy apreciado en el pueblo.
Danzar entre espadas
Cada día tiene su luz nueva, esta del segundo día de octubre es muy generosa. El sol resplandeciente trae el recado de un verano que parece no querer marcharse. Bulle la vida alrededor del ayuntamiento en el acto institucional de entrega de las medallas y distinciones del Padroado de Mareantes de San Miguel, que se encarga de velar por el mantenimiento ancestral de una tradición que viene desde el siglo XVII. Entre los distinguidos de este año está el gaiteiro internacional Carlos Núñez, que desde hace algún tiempo vive cautivado por la música que acompaña a esta danza, hasta el punto de estar dispuesto a versionarla e incorporarla a su nuevo trabajo discográfico. A este respecto Carlos ha estado trabajando con los componentes del cuerpo de baile y la productora local Trece Amarillo en la producción de un videoclip.
La Danza de Espadas es una de las 30 danzas blancas que existen en Galicia, su origen viene de la primera mitad del S. XVII en la que el gremio de mareantes la bailaba en honor a su patrón. Cuando llega San Miguel en Marín toca pues danzar, seguirla en sus recorridos y traer la memoria marinera mantenida durante siglos. Las calles se visten de color al ritmo de esa música tradicional, cadenciosa, pegadiza. Bailan los bailarines, miran los espectadores y todos participan de la comunión del sentir mágico de las cosas. Marín es una fiesta y el pueblo se convierte en la “prolongación del alma”, como escribió Manuel Vicent.
Mientras transcurre el discurrir de danzantes y gaiteiros por las calles, Carlos, Manuel Santos, mi familia y yo desplegamos recuerdos y afectos y nos emplazamos para el próximo 14 de enero, en el que Carlos Núñez estará en el Price de Madrid dando su primer concierto del año. Mientras, este veranillo de San Miguel está dando la vuelta al aire.
Antes de almorzar toca un aperitivo en otro de los sitios emblemáticos, O Caixón. Cris y Chicho son un prodigio de simpatía y amabilidad y nos aderezan la charla con un sabio mestizaje gastronómico: queso de tetilla con anchoas, acompañado de un albariño de colleiteiro de Cela, de mi buen amigo Fernando García.
Fuera, explota la pirotecnia de ”las madamitas”, humea la pólvora, se expurgan los malos espíritus, hierven las calles plagadas de gente apiñada en torno a su santo llevado en andas en la procesión con los bailarines a sus pies. Un testimonio lírico y emocionante. El esplendor geométrico de la fiesta.
A media tarde embarcamos en el Alvia procedente de Vigo con destino a Madrid. En las estaciones siempre pienso que cada despedida es un nudo en la garganta. En el andén se quedan nuestros adioses y los compromisos de volver pronto. Marín se va con nosotros. Prendida del alma.