Hay vocaciones que existen en nuestro interior, viven con sus voces bajas, dormidas, que un día despiertan y nos enseñan el camino hacia un futuro en el que encontrar espacios más habitables, a invocar a la suerte del péndulo de la dicha, a buscar un itinerario que nos lleve al pie de historias que merezca la pena contar. Eso le pasó a mi invitada de hoy, que llega con su flamante Premio Max a la mejor actriz (De què parlem mentre no parlem) obtenido el pasado lunes. Es Mónica López, que, en la segunda mitad de los años 80, aterrizó en una Barcelona que encerraba un sueño a su medida, al azar de su existencia.
Nació en Las Palmas de Gran Canaria, ahí fue donde supo que quería ser actriz. Así comienza su historia: “La llama se encendió en mi ciudad natal viendo películas dobladas en TVE y enseguida me di cuenta de que era eso lo que quería hacer: disfrazarme y ser otras personas. No fue difícil para mí porque cuando se lo dije a mis padres lo entendieron y cuando les dije que me iba a presentar a las pruebas del Instituto de Teatro de Barcelona, me dijeron que sí, me fui y tuve la suerte de que me cogieran a la primera. Es verdad que en los años en el instituto hacían muchos castings y no me cogía nadie y yo me decía: qué estoy haciendo mal, qué me falta… pero fue acabar el instituto y empezar a trabajar y hasta hoy. Es una historia un poco tópica pero fue todo relativamente fácil”.
Decía Gustave Flaubert que “todo lo que se mira con intensidad, se hace interesante” y Mónica miraba a Barcelona como un sitio de llegada en el que instalar el andamiaje para construir sus sueños de futuro. Le pido que me cuente cómo fueron su partida y su llegada: “No pensaba mucho en el futuro, más bien en el presente, tenía muy claro que quería salir de las islas, ahora digo que se me hacían pequeñas porque quería ver mundo, salir, viajar… Estaba lo del idioma, pero como yo me había educado en un colegio alemán ya tenía tres idiomas y me pareció hasta divertido aprender uno nuevo, el catalán. Es verdad que era muy provinciana y recuerdo haber llegado aquí, a esta grandísima ciudad (que ahora no me parece tan grande), y fue como una gran aventura. Tuve la suerte de ingresar en el Instituto de Teatro, de hacer un buen número de amigos que siguen siéndolo treinta y tantos años después. Aquella Barcelona de finales de los años 80 estaba en un momento de ebullición, abierta a Europa, era alucinante. Estaba el Festival de Otoño (que ha dejado de existir), que era increíble, venían compañías de fuera, vimos cosas que no dábamos crédito. Fue una época fantástica”.
Dice el poeta cántabro Lorenzo Oliván que “cada uno traza su propio mapa para la vida”. El primer trabajo de Mónica López como actriz fue, inesperadamente, un musical que le llegó por azar; su estimulo fue ese, el desencadenante al que Luis Landero llama destino. Ella me lo cuenta así: “Esto todavía hoy me flipa. Después de aquel musical he hecho como diez más. Aquel no era para mí, habían cogido a otra actriz pero al hacerle las pruebas de canto, no cantaba y entonces decidieron dármelo. Ese fue mi primer espectáculo profesional, se llamaba Línea Roja y transcurría en el Metro de Barcelona y yo hacía un solo papel, pero los demás actores hacían como diez. Era la historia de una persona que llegaba desde el pueblo a la gran ciudad y se iba encontrando con todo este colorido de personajes que una se puede encontrar en el metro y fue genial porque ese teatro lo llevaba Mario Gas, que me vio, y ahí cambió mi vida, me ofreció el papel que verdaderamente me marcó la carrera: El tiempo y los Conway de Priestley y eso me dio la oportunidad de poder trabajar con Vicky Peña, Rosa Renom y Montserrat Carulla, que era la madre de todos los personajes de la función; el ayudante de dirección era Félix Rotaeta y hablando me di cuenta que la primera función de teatro que yo había visto era Luces de Bohemia en el Teatro Pérez Galdós de Las Palmas y que tanto la Carulla como Rotaeta estaban allí. Para mí fue una revelación, aparte de que El tiempo y los Conway fue la primera obra de teatro de texto serio, donde me convertí en actriz”.
La curiosidad me arrastra hacia la música para poder saber qué relación tiene o ha podido tener Mónica López con ella y si fue por ello por lo que participó en musicales: “No, pero mi familia fue siempre muy musical. Yo fui, como te he dicho, a un colegio alemán donde cantábamos en el coro, porque en la educación alemana la música está muy presente, pero siempre pienso que no reúno el talento necesario para dedicarme a la música, porque te confieso que antes que actriz yo hubiera querido ser músico. Soy la hija de mis padres con menores capacidades musicales, tengo una hermana que tiene eso que llaman oído completo, puede distinguir un violín desafinado en medio de una orquesta. Mi hermano también es músico y he sido yo quien ha hecho unos cuantos musicales y estoy muy agradecida por ello. No soy muy espectadora de este género, pero hacerlos es un placer, eso de salir a escena, que el director de orquesta te haga una señal, tú cantes y los músicos te acompañen es verdaderamente un placer grande, y eso que no canto y no tengo una voz demasiado buena pero por lo menos no desafino, así es que siempre digo que soy una actriz que canta. Muy feliz de haber añadido esta faceta a mi carrera profesional”.
El teatro, el cine y la televisión son para Mónica las partituras escritas con los colores de la vida, los caminos subrayados de una trayectoria profesional, con textos escritos como salmos, grabados en los discos duros del alma de quienes los escriben, representan y reciben. Obras adaptadas u originales, contadas en los escenarios. Saber en cuál de las disciplinas se siente más cómoda es otra de mis curiosidades: “Sin ninguna duda en el teatro, primero porque no me veo y soy muy autocrítica y no verse hace que seas más ignorante, más inocente y también porque he hecho más teatro que cine y televisión. Disfruto mucho en las tres actividades, de hecho, soy más espectadora de cine y televisión que de teatro. Soy una actriz lenta, me gusta equivocarme muchas veces e ir encontrando el camino… Tengo la sensación de que el teatro me ha hecho más persona, he aprendido más de los seres humanos, de la sociedad y sus comportamientos y por ello me ha parecido siempre un trabajo más profundo. Dicho esto, ahora, a mis cincuenta y algo de años, estoy muy agradecida porque estoy trabajando mucho en el audiovisual, más que nunca, y como soy muy inquieta y curiosa voy a intentar ser libre en el cine y la tele como a veces lo puedo ser en el teatro”.
Le pregunto si recuerda algún momento de los vividos en el teatro de manera especial: “Difícil recordar alguno después de 30 años. Tengo mil historias pero no soy una gran contadora de anécdotas, pero ya que me lo pides, en este aquí te pillo recuerdo que fui hace poco a ver a Antonio Banderas en Company, la obra de Sondheim (también reciente ganadora del Premio Max), yo la había representado hace casi 25 años bajo la dirección de Calixto Bieito y había hecho el personaje de Abril y recuerdo que tuve un “blanco nuclear”: tenía un monólogo en una escena con Carles Sabater (que interpretaba a Bobby) y fue muy curioso porque ese día había venido el ayudante de dirección a ver la función, que hacía semanas que no venía, y realmente el monólogo no era muy importante, era de una chica que se ponía muy nerviosa contando una historia de un gato y se armaba un lío, y yo me lo armé de verdad y el público se rio más que nunca y me di cuenta que a veces puedes tener un accidente en el escenario y no pasa nada, que en ocasiones es mejor estar perdido que no saber lo que tienes que hacer y eso para mí fue revelador. Es que me vi vestida de azafata en medio del escenario, miré al público y solo dije: lo siento, y la carcajada fue monumental, para mí, que no soy una actriz cómica, que el público se ría por algo que hago me parece el regalo más grande, pero te confieso que al día siguiente fui temblando al teatro. Es una anécdota mínima pero me sirvió para aprender que un actor perdido es, ocasionalmente, más interesante que un actor consciente de lo que hace y provoca. Y cuando te sucede algo así tus compañeros se ponen todos a una y eso es también muy bonito”.
Escribió el poeta inglés del siglo XIX Robert Browning que “cuando nos sentimos más seguros, ocurre algo”.
Mónica López tiene una concatenación de interpretaciones inolvidables, casi todas tienen la forma cambiante de una hoguera. Supe de ella por primera vez cuando me la encontré interpretando a Sara en Intacto (2001) de Juan Carlos Fresnadillo y luego en su candidatura a los Goya por su papel en la película de Cesc Gay En la ciudad (2003). Más recientemente me ha gustado verla en dos películas de Rodrigo Sorogoyen: Que Dios nos perdone (2016) y El Reino (2018). Con este mismo director ha trabajado en la serie de Movistar Antidisturbios (2020). Le pregunto cómo ha sido su experiencia: “Fue mucho más que un regalo porque cómo son esos guiones que escribe Rodrigo a dos manos con Isabel Peña, cómo consigue que todo el mundo, desde el primer al último actor, todo el equipo técnico, se involucren emocionalmente en sus proyectos. Todos son, somos, conscientes de que estamos contando una historia potente. Memorizar sus textos es facilísimo porque están tan bien escritos que no tienes que hacer virguerías para memorizarlos. Nunca deja que te relajes.
Cuando hice Antidisturbios pensé que mi papel era el de una tía de Asuntos Internos que estaría en su despacho, detrás de una mesa… y no, te levanta, tienes que coger papeles, dejarlos, ponerte la chaqueta… No hay relajación ni comodidad en sus escenas, y eso es lo mejor para una actriz, se aprende el triple. Y luego está ese ritmo vertiginoso de sus rodajes. Para mí ha sido increíble trabajar con él. Soy una actriz correcta, demasiado obediente y eso a algunos directores les gusta mucho, pero agradezco que un director, como fue en este caso, te haga sentir incómoda, que no te diga nunca lo que va a pasar, si vas a estar subiendo una escalera, entrar en un despacho, haciendo mil cosas… eso es un aprendizaje constante. Solamente tengo palabras de agradecimiento para Sorogoyen, para mí uno de los mejores”.
Llamo a Rodrigo Sorogoyen para que en correspondencia me cuente cómo ha sido trabajar con Mónica: "La descubrí en la película de Cesc Gay En la ciudad y allí se me despertó un gran interés por ella, desde entonces estuvo en mi foco hasta que la llamé para Que Dios nos perdone, era un deseo, algo pendiente, y le dimos un papel secundario con bastante presencia. Fue genial conocerla y trabajar con ella, tanto que en El Reino le dimos un papel más importante y luego, en Antidisturbios, también tuvo un papel fundamental en la trama.
Destacaría de Mónica tres grandes virtudes: la discreción, el rigor y el respeto por la profesión. Se toma el trabajo de una manera muy, muy profesional desde un lugar muy discreto, no le gusta nada llamar la atención, y es una actriz preocupada por hacer bien su trabajo. Es una persona que respeta su profesión, se le nota que está muy curtida en el teatro. Personalmente me interesan mucho su mirada y su cara con esa expresión de que le han pasado muchas cosas en la vida y las pone al servicio de la escena, de enriquecer a su personaje. Tiene una vida que contar. Me ha hecho mucha ilusión verla en Rapa. Estoy deseando volver a trabajar con ella”.
Josep Pla le dijo a Joaquín Soler Serrano que “fumaba para poder encontrar adjetivos”. Hubo un tiempo en que las televisiones autonómicas emprendieron la producción de series en busca de un acercamiento a la realidad local, así nacieron entre muchas: Arrayán y Plaza Alta en Canal Sur, Goenkale en ETB, Mareas vivas y Pratos combinados en TVG, y en TV3, El cor de la ciutat, Plats bruts o Nissaga de poder, una serie producida en El Penedés, ambientada en el mundo del cava. En ella Mónica daba vida al personaje de Abril Montsolis, y por cierto durante su emisión aumentaron los registros de recién nacidas con ese nombre en Cataluña: “Yo era muy joven. Hacer un culebrón está muy bien por lo que te aporta en entrenamiento pero el trabajo es demasiado rápido, tanto que llegado un momento les pedí a los productores que me mataran, y me secuestraron durante meses, así mi imagen aparecía en fotos para poder mantener la presencia. Estoy muy agradecida por aquel trabajo pero he de confesarte que fue muy difícil, ojalá hubiera más tiempo, más dinero y mejores guiones. Tenemos que aprender mucho, conscientes de que es un producto muy apreciado por la gente, de un consumo muy alto, pero tener que hacer 17 secuencias en un día…”.
El destino quiso que en el año 2010 nos encontráramos profesionalmente, fue en la segunda temporada de la serie Acusados (Telecinco), a la que Mónica se incorporó para dar vida a una fiscal, Aurora Castillo, permanentemente enfrentada a la jueza que encarnaba Blanca Portillo. Hablamos de ello: ”Fue mi primer papel importante en Madrid. Sufrí mucho porque tenía que estudiar unos guiones larguísimos con palabras muy técnicas del argot judicial y con poco tiempo para hablar con fiscales y prepararme el personaje. Lo disfruté. Fue como un máster tener a Blanca delante y Jose Coronado de compañero y a los demás componentes de aquel maravilloso reparto. Fui muy feliz a pesar de que no tenía tiempo para casi nada: terminar de rodar, llegar a casa y preparar el día siguiente. Fue un glorioso aprendizaje”.
Dice el poeta argentino Andrés Neuman que “hay lugares que son un tiempo”. Sus dos últimos trabajos, Hierro y Rapa, tienen un denominador común: el océano Atlántico, el que baña la isla de El Hierro y los agrestes acantilados de la Serra da Capelada en el vértice del noroeste peninsular, allí Mónica se encontró con ese fluir sigiloso de los cielos y sus horizontes infinitos que parecen esperar a que lleguen noticias de otros mundos, de allende los mares.
Volviendo a El Hierro, a suelos canarios, Mónica López volvía al nudo de sus sentimientos, a recuperar esas brisas oceánicas que te devuelven la compresión del todo. La Serra da Capelada y Cedeira (A Coruña), aparecieron ante ella como una isla misteriosa. En Hierro y en Rapa cada capítulo arroja una luz diferente pero hay muchas cosas que se superponen, se matizan. Nuestra conversación se desvía hacia ahí: “A mí me cambió la vida con Hierro, me mataron en el capítulo cuarto y no sabes lo que lloré. Así que tenía que estar en Rapa como fuera. Alfonso “Fosco” Blanco y Jorge Coira sé que se pelearon mucho para que yo fuera la sargento Maite (la protagonista de Rapa).
Hierro fue volver a mi tierra, recuperar mi acento después de 30 años en Barcelona. Me provocó una cierta tensión nerviosa la idea de volver para hacer esa serie. De nuevo el privilegio de trabajar con Candela, con Darío, con todos esos espléndidos actores y actrices canarias y luego conocer a ese equipo gallego que se acopló a la perfección. Entendí que el océano es un vínculo muy fuerte, capaz de unir tierras tan separadas.
Me encantó que pasado el tiempo me llamara Jorge para hacerme el casting de Rapa que me apetecía un montón volver a reencontrarme con ese equipo de producción. El casting no lo hice muy bien, pasaron los días y lo olvidé porque ya pensaba que no me lo iban a dar y de repente recibí la llamada de “Fosco”, que me dijo que después de un largo debate con Movistar querían que fuese Maite, la protagonista.
De Galicia solo conocía las grandes ciudades y nada más y para allá me fui, primero a vivir a Ferrol, no sé que os pasa a los gallegos con esa ciudad que decís que no os gusta y a mí me ha parecido fascinante, donde la vida es muy real. Me enamoré del entorno. Luego nos fuimos a Cedeira, Ortigueira, Valdoviño… yo me perdía caminando a la vez que iba descubriendo una Galicia mágica, una comunión con esa naturaleza tan salvaje, de una belleza increíble, abrumadora. En la serie se ve, el paisaje forma parte de la historia, comulga bien con la turbulencia de los personajes, hace que todo se explique, se entienda mejor. Ese es el gran secreto. Los Coira saben contar historias que suceden en universos pequeños pero que adquieren grandes dimensiones, con mucha atmósfera. De lo local a lo universal”.
Acudo en busca de Pepe Coira para abundar en este tramo de la conversación: “Había terminado su trabajo –el personaje de Reyes no tenía demasiadas escenas-, pero Mónica López permanecía en El Hierro mientras el rodaje de la serie continuaba. Te la encontrabas aquí y allá, en cualquier lugar de la isla. Se ve que le gusta caminar.
A los pocos días de decidirse que ella fuese Maite, la guardia civil protagonista de Rapa, esa impresión se confirmó. Me la encontré en Cans. No era una invitada del festival; sólo había ido a ver, caminaba por allí. Aún faltaban unas semanas para el rodaje, pero había preferido quedarse en Galicia, y así irse familiarizando con el acento, con la gente.
Mónica López, antes y después de rodar, pisa el territorio donde transcurre la ficción que ha de habitar. Camina, observa, conecta con lo que la rodea. Seguramente a esa actitud se debe mucha de la verdad que hay en los personajes que encarna.
Cuando hicimos Hierro necesitábamos una actriz para el personaje de Reyes capaz de generar empatía en el espectador rápidamente. Había –por razones que quien haya visto la serie entenderá- muy pocas escenas para conseguirlo. Y, si no, la historia no funcionaba. Mónica López fue Reyes. Y con muy pocas escenas se ganó al espectador. Tiene ese algo. Ves su trabajo y parece tan natural, tan sencillo, como ver a alguien que camina”.
Como en el hermoso poema de Ángel González: “Se diría que aquí no pasa nada, pero un silencio súbito ilumina el prodigio: ha pasado un ángel que se llamaba luz, o fuego, o vida”.
Cuando nos citamos para esta conversación, Mónica López me refirió una bonita anécdota con el actor gallego Carlos Blanco, a quien quiero desde hace mucho tiempo por tantos amaneceres radiofónicos en Compostela. Hablamos mucho y muy bien de Carlos, del infinito despliegue de su talento y entonces le pedí, como hago ahora, que sea ella quien cuente lo sucedido con el artista gallego: “Le conocí durante el rodaje de una película para televisión que hicimos en el Delta del Ebro y que se titulaba precisamente Delta. Estuvimos allí durante un mes, en la Isla de Buda, un espacio protegido en el que no dejaban entrar más que a los del rodaje. Estar solos en ese espacio tan singular fue un disfrute. Nos hicimos muy amigos y no nos habíamos vuelto a ver, nos podíamos haber buscado pero no lo hicimos y hace poco nos hemos reencontrado en Cans, ese maravilloso acontecimiento “agrocinematográfico” en la provincia de Pontevedra, y fue increíble, me dijo que a él también le había marcado mucho aquel rodaje y que recordaba perfectamente nuestras conversaciones en aquel hotel feísimo en el que estábamos en San Carles de la Rápita. Para mí Carlos supuso el primer encuentro con Galicia, él me acercó a vuestro carácter, a vuestra manera de ser. Es difícil no quererle. Su mirada es para mí la mirada de Galicia”.
Al teléfono tengo a Carlos Blanco, juntos celebramos el triunfo de Mónica en los Premios Max del pasado lunes y es él quien se arranca a hablarme de ella: “Procura tenerla siempre en tu equipo. Como a Busquets.
Está para todo, no solo es impecable (siempre) en su trabajo sino que crea equipo, ayuda, escucha como nadie, construye personajes llenos de fuerza y delicadeza… Es un amor.
Tuve la suerte de su protección hace años en el Delta del Ebro, rodando entre campos de arroz, garzas y mosquitos, y ahora, hace nada, en el Festival de Cans, pudimos comprobar que el cariño y la química entre nosotros seguian ahi.
Siempre me pareció la Sigourney Weaver española, me la imagino salvando a su gato y con él al mundo, sudando, aterrorizada pero firme, nuestra heroína imprescindible, con su acento canario y su catalán perfecto.
Nuestra querida López, la teniente Ripley que siempre estará ahí cuando la necesites.
La antidiva.
La extraordinaria actriz.
Querida Mónica”.
Hubo algo que llamó mucho mi atención en Rapa, la enorme presencia del vino en diferentes conversaciones y escenas, por eso y para no salir de Galicia he descorchado para animar esta charla un godello de Valdeorras (Ourense), Valdesil, un vino que hace honor a su origen, el valle del Río Sil. Procedente de una bodega familiar propiedad de los Prada-Gayoso con una gran tradición dedicada al cultivo de la vid y la elaboración de vinos. Borja y Raúl representan a la séptima generación, llamo a este último para que sea él quien nos hable de la bodega y el vino: “Nuestro abuelo José Ramón Gayoso, plantó en 1885 el viñedo de godello más antiguo del mundo, “Pedrouzos”, reconocido como uno de los más icónicos de Galicia.
Nuestra elaboración es completamente artesanal, con la intención de producir vinos que expresen con honestidad, elegancia y profundidad la riqueza y diversidad de sus suelos, la frescura de sus montañas y por sus puesto su, nuestra, historia.
La elaboración de Valdesil está basada en el concepto de ”Cru”, es decir, elaborando cada parcela de manera individual, enfatizando la energía del vino. Nuestros viñedos tienen un alto valor paisajístico asemejan verdaderos jardines.
Este vino quiere ser un homenaje al Río Sil, vertebrador de Galicia, que a su paso por Valdeorras forma un estrecho valle. Es un vino con cierto aire revolucionario por haber sido el primer blanco criado sobre lías en depósito. Lo elaboramos con uvas de viñedos de nuestra propiedad localizados en las parroquias de Portela y Córgomo, en el municipio de de San Martín de Valdeorras (Ourense).
Estos viñedos los manejamos siguiendo los ritmos circadianos de las plantas y mantenemos una cubierta vegetal durante todo el año, asegurando así un suelo vivo y sin erosión.
El vino muestra los rasgos de los suelos de esquisto con sus delicadas notas cítricas y minerales, muy elegante, con aromas delicados de fruta de hueso. En boca es equilibrado, untuoso y con una excelente estructura basada en su acidez y poderosa mineralidad”.
Mónica López se vacía en lo que da, en lo que dice con sus palabras y sus gestos. Se pone delante de la cámara y busca esa luz que ya conoce. Es la alegría de interpretar.
Nos despedimos. Brindamos por su reciente premio teatral, por saber que la vida puede manejarse con pequeñas palabras que lo dicen todo y dejamos que el Valdesil continúe, como decía Baudelaire, “con su alma cantando en las botellas”.
Palabra de vino.