Hay partidos de fútbol que pueden cambiar una vida. Eso sucedió el 20 de mayo de 1998 en Ámsterdam, en la final de la Liga de Campeones que ganó el Real Madrid después de más de 30 años. Mi invitado de este sábado estuvo allí, era el capitán y levantó aquel grandioso trofeo.
Me he decidido a llamar a Manolo Sanchís (Madrid, 1965) porque esta noche el Real Madrid y el Liverpool disputan la final de la Champions en París y porque tengo para mí que aquella otra noche de Ámsterdam de hace 24 años se empezó a reescribir la gloria de la era moderna del club blanco. Aquella fue la Séptima, a la que seguirían seis más hasta el año 2018.
Manolo es un espléndido conversador y además le gusta el vino, de hecho hace años participó de un proyecto colectivo en ese sector.
La tarde de mayo es luminosa y mi invitado me atiende con inusitada generosidad, tanta que hasta ha retrasado la hora de salida de un viaje. En el comienzo de la charla me cuenta que supo enseguida que esto del fútbol iba a ser su vida: “Fueron antes las realidades que los sueños. Todos los chavales soñábamos alguna vez con poder dedicarnos al fútbol. En mi caso el paso del sueño a la realidad se produjo muy rápido, debuté en el Real Madrid con 18 años y casi no me dio tiempo a que esa sensación me durara mucho porque fue con los 18 recién cumplidos”.
Triunfar en el fútbol no es tarea fácil, hacerlo en un equipo grande es más complicado aún, llegar a él supone una dinámica compleja. A veces me pregunto cuánto hay de azar, de asunto inexplicable, de oportunidad. ¿Qué hace falta para triunfar en el Real Madrid? “Hay dos cuestiones que sirven de igual manera para el fútbol, el Madrid, o cualquier otro ámbito de la vida, residen en la pregunta: ¿qué cuesta más, llegar o mantenerse? En el Real Madrid llegar es casi una cuestión milagrosa, es un club que por filosofía, poderío e historia, cada vez que necesita incorporar a alguien, su búsqueda se abre al mundo entero, y por ello estar en la cantera o ser de la ciudad puede servirte para estar más cerca pero no te garantiza la llegada. A la hora en la que se decide, o tienes a todos los hados a tu favor o es muy complicado que se puedan fijar en ti. En nuestro caso ocurrió, pero lo que es verdaderamente complicado en el Madrid es mantenerse, porque esta situación de que cuando subes ocurre una vez, a lo largo de tu estancia en el club, y cuanto más tiempo estés, mantenerse es lo verdaderamente difícil, una locura. Hoy en día creo que es incluso más complicado que antes porque con los diferentes cambios de legislación los jugadores que antes ocupaban cupo de extranjería ahora ya no lo ocupan y la cantidad es ingente y la competencia es feroz. Es verdaderamente difícil llegar a un gran club como el Real Madrid”.
Ya lo decía la poeta Gabriela Mistral: “El mundo cambia en un instante y nacemos en un día”.
Seguramente cuando uno tiene un padre que ha encarnado una leyenda lleva recuerdos asociados a ese hecho que van siempre con él, que le acompañan, que no paran de repetirse en su cabeza. Los orígenes van por dentro y el apellido por fuera y eso, también pienso, obliga a ordenar para acertar y para evitar que ese peso sea una inmensidad. Manolo Sanchís padre formó parte de una generación de futbolistas que culminó su proeza ganando la sexta Copa de Europa para el Madrid en el estadio de Heysel (Bruselas). Le pregunto a mi invitado si le ha pesado mucho llevar esa carga durante sus años en el mismo club. “En la vida todo va evolucionando en función de cómo evolucionas tú. Mientras eres niño y juegas al fútbol en el equipo del colegio, pues no eres muy consciente de lo que significa el apellido, de lo que tu padre ha significado en este deporte; luego llega el momento en el que sí te enteras de lo que de verdad ha representado tu padre y que tú estás intentando hacer carrera en el mismo sitio, y ahí es cuando te topas con el momento complicado, por lo que, o te pilla con la cabeza bien amueblada, con muchas ganas y con tu personalidad ya bien armada, o te puede causar un desequilibrio importante, una sensación de fracaso. En mi caso siempre tuve mucha confianza en mí mismo, y saber que tenía que hacer mi propio camino respetando y admirando el trabajo de mi padre pero sin que me afectara la comparación. Más bien todo lo contrario, hubo un momento en que me encantaba que me compararan con él, porque yo siempre le admiré mucho y por tanto ese ánimo de establecer similitudes me pareció hasta un regalo”.
El destino pareció no estar para milagros durante poco más de tres décadas y el Real Madrid se pasó todo ese tiempo dando patadas a la mala suerte (perdió una final con el Liverpool en el 81, a mitad de camino) hasta que llegó aquella gloriosa noche de mayo del 98. Aquel día les pareció a los madridistas un número bien hecho en el calendario. Habían pasado 32 años. Del blanco y negro al color. Nunca es tarde para la que llegue la buena estrella, la feliz coincidencia, para que el Sanchís hijo relevara al destino y levantara aquella copa, la primera después de la que había levantado su padre en los años sesenta.
Antes de proseguir con la conversación llamo a José Ángel de la Casa, el narrador de aquel partido que fue seguido en Televisión Española por cerca de once millones de telespectadores. Le pido que recordemos juntos aquel día: “Fue la apertura de un paréntesis que ya duraba demasiado. El Madrid llevaba 17 años sin jugar una final y 32 sin ganarla, era mucho tiempo y por tanto aquella noche fue muy especial, una comunión entre equipo y afición que trajo consigo otra Copa de Europa tan solo dos años más tarde, en el 2000, en París (en el mismo escenario de esta noche). Por tanto pienso que aquella final de Ámsterdam sigue muy viva en la memoria de los seguidores madridistas, en la mía también, desde el minuto 67 de partido en el que narré con entusiasmo el inolvidable gol de Mijatovic”.
Vuelvo al tema de la feliz coincidencia de los Sanchís en los hitos europeos del 66 y 98: “Manolo -me precisa-, es muy poco espacio el que tenemos para contar todo lo que había ido ocurriendo en el ámbito familiar -recuerda-, más que nada por lo que fue la Sexta y por lo que fueron aquellos años. Piensa que cuando sucedió yo tenía un año y hasta que conseguimos la Séptima se sucedieron períodos de grandísimas generaciones de jugadores, de aficionados, directivos… Y en mi casa también, durante todo ese tiempo, mi padre me había contado lo que era conseguir una Copa de Europa, la que ellos habían conseguido, con once españoles en el equipo titular. Me contó también cómo fue la llegada a Barajas, la celebración… todo ese relato fue conformando en mí el mito.
Poco a poco empecé a presentir que también nosotros estábamos cerca, después de aquella historia fallida contra el PSV (1988) en la que nos quedamos a las puertas de la final, y entonces llegó la oportunidad del 98, la final y la victoria contra la Juventus en el Ámsterdam Arena. Con ese cúmulo de circunstancias, de vivencias, de horas de conversación alrededor de esto, te puedes imaginar que en mi situación particular aquel título significó mucho más que la séptima copa para el Real Madrid”.
El periodista Alfredo Relaño aseguraba hace un mes aquí, en su Palabra de Vino, que “la Séptima fue increíble, fue el “cohetazo” de esta racha triunfal que empezó con aquella victoria en Ámsterdam que no la esperábamos al enfrentarnos a la Juve de Zidane. El Madrid no iba muy allá en la Liga, se hablaba de la “Quinta del Ferrari” porque todos tenían coches de esa marca, pero echaron el resto y convirtieron aquella en una fecha para recordar, y para mí, de todas las Copas de Europa que han ganado en esta época, esta es la más significativa. Fue la salida del túnel”.
Le pregunto a Manolo si él también comulga con esta opinión: “Con estas cuestiones de quién era mejor intento alinearme con lo que me parece coherente. Hoy en día el fútbol es más rápido, los jugadores necesitan cualidades técnicas increíbles para poder jugarlo bien. Intento acomodarme a las épocas intentando ser objetivo, juzgándolas con la perspectiva de cada momento, sin revisionismos. El Real Madrid fraguó una historia muy grande, muy legendaria, buscando siempre la excelencia y coronarla con títulos. La importancia de esta copa, de la Séptima, vino dada por el largo período de sequía, por la ansiedad y el deseo de conseguirla durante ese largo tiempo, de ahí su importancia y su trascendencia. Como bien dice Alfredo, nadie apostaba por que pudiéramos derrotar a la Juventus en aquella final, era un equipo triunfal, como dijo en su día otro periodista, Julio César Iglesias, allí nos esperaba “la Vecchia Signora vestida para matar”, y mira. Luego vinieron más, y cada título tuvo su importancia por el rival, el momento, el significado…”.
La vida se construye en lo cotidiano, en el caminar de muchas tardes. La vida profesional de Manolo Sanchís se forjó a la sombra de una generación de futbolistas a la que perteneció su padre, el “Madrid ye-yé” (en clara alusión a la canción pop de la época), y “La quinta del Buitre”. Julio César Iglesias definía así la génesis del grupo allá por el año 83: “Detrás del Buitre están el trabajo de un entrenador con imaginación, Amancio Amaro, míster AA, y el ingenio colectivo de Michel, Pardeza, Sanchís y Martín Vázquez. Una promoción a la que los hinchas empiezan a llamar “La quinta del Buitre”. Llamo a Emilio Butragueño para que me hable de su amigo, mi invitado de hoy: “Que la gente siga acordándose de esa etapa del madridismo, de nosotros, sigue siendo un gran motivo de orgullo. Todos los que conforman el grupo son muy importantes en mi vida, pero ya que me preguntas por Manolo te diré que yo lo tendría siempre en mi equipo. Despuntó muy pronto en la cantera del Madrid porque enseñaba muy bien sus grandes cualidades: mucho carácter, mucha calidad futbolística y un enorme sentido de equipo. Tuvo el privilegio de ser el capitán de la Séptima y la Octava, en el 2000, aunque aquí no fue titular. Ahora que lo pienso es como si hubiéramos delegado en él tan insigne tarea (sonríe con cierto tono pícaro) ya que fue el último de nosotros en marcharse, si mal no recuerdo en el año 2001.
Mantengo un permanente y estrecho contacto con él a través de la Escuela Universitaria del Madrid. Es un gran tipo, cuando está en confianza y distendido es capaz de proporcionar momentos muy felices y divertidos. Le aprecio tanto que tengo la sensación de verle a diario”.
A veces hay que mirar hacia atrás para poder mirar hacia adelante, sin más pretensión que reflejar diferencias entre tiempos, o paralelismos sustanciales en territorios compartidos: el terreno de juego y la grada, que es la ciudad capital del sentimiento.
A lo largo de su historia el Real Madrid tuvo diferentes generaciones de futbolistas que marcaron épocas: en los años 60 fueron los referidos “ye-yés”, en el que estaban Pirri, Zoco, Grosso, Velázquez, Amancio, Pachín o Sanchís y unos cuantos más. En los ochenta fue la mencionada “Quinta”, y el posible paralelismo entre ambas épocas entra en nuestra conversación: “Me gustaría pensar que alrededor de las dos generaciones surgió la ilusión que ha perdurado a lo largo del tiempo. Mucha gente sigue hablando de aquel Madrid de los “ye-yés” como algo muy especial y hoy en día, como ha comentado Emilio, también se habla de “La quinta del Buitre”. Si echamos un vistazo a los componentes de la historia de cada uno pues veremos que tuvimos nuestra propia personalidad como individuos y como grupo, pero sí que creo que fuimos dos generaciones capaces de quedarnos en la memoria de los aficionados y del club, porque creo que se lo hicimos pasar francamente bien a la parroquia”.
Atrapados en esta nostalgia, me aventuro a preguntarle por los mejores recuerdos de su etapa profesional: “Tengo muchos, pero si tuviera que destacar alguno, al margen de lo ya hablado que fue la cristalización de mi carrera deportiva, yo hablaría de mi debut, que fue un momento soñado, jugando en Murcia con 18 años, ganamos 0-1 y metí el gol de esa victoria. Ni diseñado me hubiera salido mejor. Luego curiosamente también fue mi despedida, ganando un título de liga y con victoria en ese partido final. Resumiendo, esos son mis tres mejores recuerdos: el debut, la retirada y como cúspide la Séptima, no se puede pedir más”.
En el 2001, el año de su retirada, el director de Marca era un viejo conocido, Manuel Saucedo, ahora inmerso en otras lides empresariales, es el consejero delegado del Wizink Center en Madrid. Le llamo para preguntarle cómo recuerda a mi invitado de hoy: “Pues mira, tengo muy buena memoria para las portadas de Marca y he de decirte que Manolo Sanchís nunca nos dio un titular, ¿por qué? Porque fue un tipo de jugador discreto, callado, de los que hace equipo y vestuario. Que supo manejar algo tan complicado como el éxito en su trayectoria triunfal. Recientemente le he oído decir una cosa que me ha gustado mucho y con la que estoy plenamente de acuerdo: que la generación del Buitre generó un fenómeno fan en el madridismo, como una “beatlemanía”. Si tuviera que redactar una portada te diría. “Un tipo admirable que nunca dio un titular”.
Como escribió Cervantes en el prólogo del Quijote: “La verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo del pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir”.
Esta noche el Real Madrid disputa su 17ª final de Champions, ha perdido solo 3 con anterioridad y la última, la antes mencionada de 1981 frente al mismo rival de hoy. Siento curiosidad por saber qué espera Manolo de este enfrentamiento: “Es una final, un partido complicadísimo. Yo siempre he admirado mucho a los equipos de Klopp porque tienen sello de autor, son equipos muy competitivos, muy físicos, con calidad, por eso creo que la final va a ser muy complicada. Por otro lado, si echas un vistazo al Madrid verás que tiene al mejor portero del mundo y al mejor delantero centro; tiene jugadores jóvenes que han eclosionado de una forma espectacular: Vinicius, Militao, Rodrigo. Tiene el centro de campo más sólido y equilibrado de los últimos años. Tiene, pues, suficientes armas que le hacen ser un equipo temible. Los octavos, cuartos y semifinal de la competición le han puesto en la condición de ser un equipo mágico, porque es capaz de darle la vuelta a situaciones que desafían a toda lógica. Así que lo que espero es que sea una final como preveo, con dos estilos distintos, con dos grandes entrenadores, dos grandes plantillas y que la gane el Madrid”.
En el Santiago Bernabéu de las grandes citas hay siempre un rumor de la épica, una especie de manual para las noches mágicas. Desde hace tiempo el Real Madrid escribe su historia sobre remontadas de otro mundo, hay quien lo califica de suerte pero yo me atrevería a decir que en esas noches se produce una conjunción de alianzas que provoca un vendaval interno. Un gol, una falta peligrosa, un córner, un robo de balón, hacen que se encienda una chispa que origina la hoguera que abrasa al rival. Manolo sabe de estas lides: “Mi experiencia personal me dice que hay también una genética en el vestuario que responde a este tipo de situaciones. Mira, te voy a contar una cosa que nos ocurrió en un partido contra el Anderlecht: en la ida perdimos 3-0 y hubo dos señores, Juanito y Camacho, que desde el principio empezaron a reclamar que íbamos a remontar aquel resultado, que les íbamos a pasar por encima. Nos habían dado un baño en Bélgica pero ellos dos sostenían que ya verían lo que sería el Bernabéu, y eso sucedió nada más terminar el partido de allí, en el mismo vestuario, y lo repitieron sin cesar durante los siguientes 14 días, de tal manera que el día que salimos a jugar la vuelta toda la plantilla estaba mentalizada de que lo podíamos hacer, el resultado fue 6-1 y se empezó a crear la mítica de las grandes remontadas del Bernabéu y ese proceso mítico ha creado un componente genético en el vestuario. Estas tres últimas ocasiones, la verdad, han sido increíbles, contra tres firmes candidatos a ser campeones de Europa pero el espíritu de los grandes y su influencia astral sobre el vestuario nos da de vez en cuando alegrías enormes como estas”.
Como en el verso de Benedetti: “Donde se funde la hazaña”.
Llegamos al fútbol de ahora y me interesa conocer su visión, su opinión sobre cómo lo ve: “Todo está en constante evolución: la sociedad, los chavales, la forma de entender las cosas, y, por supuesto, el fútbol. Hay situaciones que lo han ido modificando a veces para bien y otras para no tanto: ha habido discursos para todo, el fútbol total, la revolución del Milan de Sacchi y otras muchas transformaciones en el terreno deportivo y físico, también en el negocio, en la estructura de las competiciones… Cuando veo un partido de nuestra época y lo comparo con uno de hoy en día parece que nosotros íbamos andando, pero es que si tú comparas cómo era nuestro con el de los años sesenta, eran ellos lo que parecían andar, por tanto hay una evolución que te obliga a unas condiciones de supervivencia. Creo que Alfredo Di Stéfano hoy en día seguiría siendo un jugador de su categoría porque desde la cuna lo hubieran educado en las necesidades actuales pero en mi opinión el fútbol de hoy es más complicado, a veces más bonito, pero más complicado de entender”.
En su “Oda a la vida retirada”, Fray Luis de León decía: “¡Qué descansada la vida, la del que huye del mundanal ruido… senda, por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido”. Saco a colación estos versos para preguntarle a Manolo cómo se vive en el retiro, fuera del fútbol. “En este caso te puedo contar la experiencia de mi padre y la mía. Mi padre era una persona muy dedicada al fútbol, que era su pasión, y además tenía claro que iba a ser su dedicación después de su etapa de jugador, como así fue, que fue entrenador y solo lo dejó para jubilarse. En mi caso yo vi lo que significaba ese paso para ser entrenador y no me acabó de convencer, me pareció una etapa del fútbol que no me interesaba, sigo siendo un loco del fútbol y he descubierto que sí mi interesan aspectos de la gestión, la promoción de chavales… El fútbol es una cosa que cada uno entiende a su manera y yo tuve la suerte de tener la experiencia precedente de mi padre, lo que me permitió tomar decisiones que a lo mejor de otra manera hubieran sido distintas.
Al retirarme lo hice con el depósito del fútbol lleno, tenía 37 años y ganas de hacer otras cosas. Desde el 2001 en que sucedió nunca he tenido la más mínima intención de volver y eso que cada día el fútbol me gusta más”.
El vino puede ser una buena compañía para una tarde de gloria o de desdichas, como decía Napoleón, “en la victoria lo mereces y en la derrota lo necesitas”. Sé que a Manolo le interesa el vino porque me dice: “He tenido un proyecto personal pero con la pandemia ha sufrido mucho y no abandono la idea de volver al mundo del vino en el futuro, como gestor con un proyecto pequeño. A los españoles en general nos gustan la mesa, la conversación y el vino es buen compañero. Hay veces que la única manera de mantener una conversación de un nivel alto es con una buena copa de vino, si son más la conversación puede cambiar de rumbo, pero una copita es uno de los disfrutes de la vida”.
Manolo Sanchís puso sobre nuestra mesa una botella de Aro 2019 de Bodegas Muga, porque además es la que tiene también preparada para descorchar esta noche si el Madrid se proclama Campeón de Europa.
Desde la bodega nos hablan de su vino: “El 2019 se corresponde con una añada excelente, pertenece a una cosecha cuyas condiciones climáticas permitieron que las uvas maduraran perfectamente. Rendimientos bajos con taninos muy maduros y alta acidez que le van a permitir envejecer muy bien en el tiempo. Una gran añada, semejante a las de 2001, 04 y 05.
Esta hecho con un 70% de tempranillo y 30% de graciano de uvas procedentes de viñedos muy seleccionados que se encuentran en las laderas de los montes Obarenes de la Sierra Cantabria (en Labastida, Briñas y Villalba). La altitud es de 550 a 600 metros con gran diversidad de suelos y la edad de los viñedos supera los 60 años.
Envejece durante 15-18 meses con las correspondientes trasiegas cada 6 meses y envejece un año en botella para redondear taninos”.
El vino nos enseña sensaciones frutales y sabores de frutas rojas. Es elegante, amplio, largo, sabroso y da sensación de frescura. Sólido sin fisuras. Un gran vino.
Nos despedimos. Este sábado Madrid rebulle bajo un cielo primaveral que abriga un puñado de esperanzas. En este pasar de las horas, la vida viene, sufre, sueña, a la espera de que las cosas se ordenen en la noche luminosa de París. A este propósito rememoro una vieja canción de Celentano: “Azzurro, il pomeriggio è troppo azzurro e lungo per me” (Azul, la tarde es demasiado azul y larga para mí).
Palabra de Vino