Ha sido uno de los mayores escándalos políticos de la historia del Reino Unido. Conocido como el ‘Caso Profumo’, estalló en 1963, en plena Guerra Fría y mezclaba sexo y espionaje, prostitución y alta sociedad, disparos y suicidios, jazz y mentiras. En el centro del escándalo estuvo Christine Keeler, una modelo y cabaretera adolescente que mantuvo un triángulo amoroso con el ministro de guerra británico de aquella época y un espía soviético que provocó la caída del gobierno conservador de Harold Macmillan. Decían que era prostituta, aunque ella siempre negó que lo fuera. El hijo de Keeler, Seymour Platt, quiere conseguir ahora que se limpie el nombre de su madre, que pasó nueve meses en prisión condenada por perjurio tras ser asaltada por un exnovio.
Christine Keeler falleció en 2017 a la edad de 75 años y dejó a su hijo 85.000 euros y la misión de contar la verdad sobre el caso. Platt, de 49 años, que vive en Dublín y es un analista de negocios, ha iniciado una campaña para lograr una petición de perdón para su madre y creó un portal donde ha volcado toda la información sobre el asunto. Para ello ha contratado a Felicity Gerry, una reputada abogada especializada en cuestiones legales de género, para que reabra el caso. Considera que su madre fue una cabeza de turco por haber expuesto los vicios de los poderosos y que fue discriminada por ser mujer con una acusación por la que hoy en día no habría sido condenada. Espera conseguir el perdón de la reina.
John Profumo conoció a Katherine Keeler en julio de 1961 en una fiesta veraniega con políticos, ricos y aristócratas en la lujosa mansión victoriana del vizconde de Astor en Cliveden, en la campiña inglesa. Era una fiesta en la piscina organizada por Stephen Ward, un misterioso osteópata británico que también era artista y que, al parecer, era el encargado de traer a jovencitas que ellos llamaban modelos (aunque algunos decían que eran prostitutas) para sus fiestas. Ward había conocido a Keeler cuando trabajaba en un cabaret y vivía con ella en su casa. En su biografía, Keeler aseguró que nunca mantuvo relaciones sexuales con Ward.
John Profumo era entonces, en 1961, el ministro de guerra (el equivalente al ministro de interior actual) en el gobierno conservador de Harold Macmillan. Era uno de los políticos más brillantes de aquella época y su nombre sonaba como futuro primer ministro. Era un brigadier del ejército que luchó en la Segunda Guerra Mundial contra los nazis en África y participó en el desembarco de Normandía. De familia aristocrática, fue educado en la elitista escuela de Harrow y en Oxford. Estaba casado con la actriz británica Valerie Hobson y tenían un hijo.
Christine Keeler, por su parte, tuvo una infancia durísima después de que su padre biológico abandonara a su madre cuando ella tenía tres años. Creció con un padrastro que abusó sexualmente de ella. Vivían en dos vagones de tren abandonados en el campo en Wraysbury, a unas dos horas de Londres. A los nueve años se la llevaron los servicios sociales durante unos meses por malnutrición. A los quince se marchó de casa y se fue a Londres, al barrio del Soho donde trabajó como camarera y acabó haciendo striptease en un cabaret hasta que la conoció Stephen Ward. En aquella fiesta en la mansión de Cliveden de 1961, Profumo tenía 48 años y Keeler era una adolescente de 19. La primera vez que Profumo la vio fue cuando salía desnuda de la piscina. Y empezó allí una relación sexual que duró apenas unas semanas.
La infidelidad de Profumo pasó desapercibida durante un tiempo. Los acontecimientos se precipitaron en septiembre de 1962, cuando Keeler se lio con un temperamental promotor de jazz que se llamaba Johnny Edgecombe. Él fue el detonante de todo. Keeler le contó que Lucky Gordon, un exnovio cantante de jazz y buscavidas, la había asaltado cuando ella lo dejó antes de conocerle a él y que la había secuestrado durante dos días. Edgecombe, en un ataque de rabia y celos, fue a buscar a Gordon al club donde actuaba y le rajó la cara con un cuchillo. Necesitó diecisiete puntos de sutura.
Entonces Edgecombe pidió a Keeler que le ayudara a encontrar un abogado antes de entregarse a la policía. Keeler, furiosa por su acto violento, dijo que testificaría contra él. Él se fue a buscarla a la casa de Ward, donde vivía. Ella no quiso salir y él empezó a disparar contra la casa. A raíz de este incidente y el juicio posterior, la prensa sacó a la luz la relación adúltera de Profumo con Keeler un año antes.
Trascendió que los servicios secretos británicos del MI-5 sospechaban que Profumo estaba involucrado en espionaje. Ward también había presentado a Keeler al capitán Yevgeny Ivanov, agregado naval de la embajada soviética en Londres y que era un espía soviético. Sospechaban que Profumo podía pasar información a Ivanov a través de Keeler. Era el momento álgido de la Guerra Fría. El escándalo estalló en octubre de 1962 cuando Estados Unidos descubrió que la Unión Soviética había instalado misiles secretos en Cuba y los dos países estuvieron a punto de iniciar la Tercera Guerra Mundial.
Profumo negó su relación con Keeler en el parlamento. También le prometió al primer ministro, a Macmillan, que eran mentira los rumores y éste lo defendió públicamente y lo mantuvo en el cargo. El escándalo adquirió más notoriedad aún cuando Keeler se negó a testificar en el juicio contra Edgecombe por disparar contra su casa y se marchó unos meses a España. Edgecombe fue condenado a siete años de cárcel.
En medio de todo el alboroto mediático, Keeler vendió su historia a la prensa y el fotógrafo Lewis Morley realizó una sesión de fotos de Keeler desnuda sentada a horcajadas en una silla para promover una película sobre ella que no llegó a estrenarse elevando todavía más la temperatura. Profumo no tuvo más remedio que admitir que había mentido en el parlamento y dimitió en junio de 1963. El fuego siguió creciendo hasta alcanzar al primer ministro, que cuatro meses más tarde también dimitió alegando problemas de salud y hundiendo a los conservadores en una crisis que acabó con la llegada al poder de los laboristas en 1964.
A partir de los rumores de participación de políticos y aristócratas en orgías con prostitutas, la policía inició una investigación y acusó a Stephen Ward de ser el proxeneta de chicas como Keeler y de haberse “enriquecido inmoralmente”, exonerando a Profumo y a toda la clase política. Fue llevado a juicio. Ward se suicidó dos días antes de escuchar la sentencia de cárcel con una sobredosis de barbitúricos.
Keeler llevó a juicio a Gordon por asalto y secuestro. Gordon fue condenado a tres años de cárcel. En el mismo juicio Keeler fue acusada de perjurio por haber dicho, en una primera declaración, bajo juramento, que dos personas habían sido testigos de la agresión y luego se descubrió que esas personas no existieron. Aunque la sentencia recoge que fue agredida. Keeler fue condenada a nueve meses de cárcel por este hecho.
Ahora, cincuenta y siete años después, con Keeler ya muerta, Platt quiere cumplir el último deseo de su madre y reabrir el caso. La abogada Felicity Gerry explicó que la condena de Keeler por perjurio había sido “extraña” porque con el juez admitía que “había sido sometida a un asalto violento y que mintió sobre quién estaba presente, no sobre la agresión”. “[Keeler] se llevó el oprobio moral público por su conducta y la caída de hombres privilegiados”, dijo en una entrevista a ‘The Times’. Y añadió que los fiscales modernos son más considerados con las mujeres que son víctimas de violencia de género y que hoy una condena por “perjurio requiere la prueba de una mentira material”.
Keeler, Gordon y Edgecombe terminaron entre rejas. Ward se suicidó antes de ser enviado a la cárcel. Los únicos que salieron ilesos de aquel escándalo fueron los ricos y aristócratas que participaron en aquellas fiestas. En 1963 el gobierno ordenó una investigación liderada por el juez Lord Denning que concluyó que Profumo no filtró información secreta y señaló a Stephen Ward como el único culpable.
Se cree que fue un blanqueo de reputaciones. Se ha intentado acceder a los documentos y entrevistas de aquella investigación pero fueron bloqueado por el gobierno hasta 2048. O sea, que la abogada Gerry no tendrá acceso a ellos. En 2013, una investigación particular de otro abogado, Geoffrey Robertson, concluyó que Stephen Ward era inocente y que Christine Keeler no era una prostituta sino una joven bien conectada.
Platt quiere conseguir el perdón póstumo de la Reina de Inglaterra a su madre como hizo con Alan Turing en 2013. Turing fue el genio matemático que descifró el código de la máquina Enigma de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, considerado como el factor decisivo para la victoria final de los aliados. Después de la guerra fue encarcelado por “indecencia”, por ser homosexual, y se acabó suicidando.
Platt considera que su madre fue víctima de una discriminación por ser mujer y que no habría sido condenada si hubiera sido juzgada hoy, como sucedió con Turing. “Tenemos unos argumentos suficientemente fuertes como para construir una petición de perdón para ella. Podemos demostrar que ella nunca debió ir a la cárcel”, explicó. Y añadió: “Haremos todo lo que sea para que se conozca la verdad”.