Peleas de gallos en Venezuela: de la tradición salvaje a las apuestas millonarias
Venezuela es uno de los países del mundo donde se da más este tipo de práctica que puede mover hasta miles de dólares en una sola noche
Se estima que solo en el país sudamericano hay más de 2.000 galleras registradas, pero el número de locales clandestinos es incalculable
Las asociaciones animalistas denuncian el salvajismo de este tipo de práctica y piden su abolición
El señor Ángel tiene 72 años y dice que lleva dedicándose a criar gallos de pelea desde que era un crío de cuatro, porque en su Barcelona natal, en el estado venezolano de Anzoátegui, norte oriente del país, su familia ya criaba a destajo este tipo de aves finas para la pelea a muerte. Un gallo criollo con buen pico y espuelas puede dar unas cuentas alegrías económicas a una familia venezolana. Y eso, ahora, en un país con índices de pobreza similares a los de una guerra, es una oportunidad que no se puede dejar pasar.
Los gallos de combate son gallos de raza y pasa en este caso, como con otros animales pura sangre. Que no vale cualquiera. Los gallos más buscados son los españoles, los de Puerto Rico y los de EEUU. La gallina tampoco puede poner cualquier huevo ni venir de cualquier estirpe. La selección natural está perfectamente predestinada y no hay nada que se deje al azar. Los pedigrí son los más veloces y son los que buscan los galleros como el señor Ángel. Ser más rápido es matar antes y sobrevivir como ganador de batallas.
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Ángel Guaicurva se mudó a Caracas siendo todavía un niño y hasta aquí trajo su familia la afición por los gallos de pelea. Es una pasión para los que los crían y cultivan todo el proceso, desde la selección del huevo y la gallina en matrimonio con el ave macho de calidad con sello y documentos. Ángel es el dueño de la Cuerda de Palo Verde, en el popular barrio de Petare. Cuerda se le llama a la gallera, el lugar, donde se tienen los animales, se les alimenta con pienso de lujo a 30 dólares la bolsa de 50 kilos, se les da vitaminas para que crezcan jubilosos y se les entrena duro para que aprendan a matar a sus congéneres por el mero hecho de hacerlo para el disfrute y el bolsillo de los aficionados y apostadores. Lo normal es que un gallo de combate esté listo entre los 12 y 15 meses desde que rompió el cascarón.
En una pelea, solo uno sobrevive. El vencedor, con las apuestas de su lado, puede levantar miles de dólares en una buena noche. 10 mil, 20 mil, 30 mil dólares. Es un negocio avícola de alta factura que se multiplica según el número de animales que galleros como Ángel sean capaces de domesticar para ese único propósito.
En su caso, tiene 50 aves en su Cuerda de Palo Verde, que se esconde remota detrás de su negocio on the record: una licorería al uso donde predominan el ron y el anís, y que ha estado cerrada casi toda la pandemia por la cuarentena estricta impuesta en Venezuela. Lo suyo con las aves es un negocio familiar, así que suma sus gallos al otro medio centenar que vigila, cría y entrena su cuñado. Juntos, participan en todas las competiciones y peleas de las que se enteran. Hay grupos de WhatsApp de galleros que se pasan la información boca a boca del dónde será la próxima. En general, las peleas bailan en el limbo de lo legal, y cuando no están autorizadas, a los policías que se pasean a echar un vistazo se les paga una buena vacuna (dinero, soborno) fruto de las apuestas millonarias. Se quedan tan contentos que incluso, según cuenta el señor Ángel, suelen pernoctar hasta el final de la noche de peleas “para velar por la seguridad del recinto”.
En Petare, el barrio de Ángel, durante la cuarentena se han celebrado peleas clandestinas. La pasión de los viejos por los gallos, inculcada con la misma rabia a las nuevas generaciones no puede parar.
“¿Cuánto dinero se puede mover una noche en una pelea de gallos?”
“Es incalculable”; responde Ángel a NIUS en las instalaciones de su cuerda de Palo Verde, rodeado de gallos jóvenes que cacarean histéricos y ansiosos cuando el dueño abre las jaulas para alborotarlos a propósito. “Porque las apuestas se van dando a medida que va pasando la noche. Pero son miles de dólares en juego”.
Los premios para las cuerdas ganadoras no son solo económicos. También hay ganancias en especie. A Ángel, una noche, le pagaron con un toro que después vendió por 300 dólares. Los automóviles y los cochinos o cerdos también suelen formar parte del elenco de premios.
Una pelea, que comienza a las 3 de la tarde, se puede prolongar hasta la madrugada, y en cada jornada, se pueden dar decenas de batallas de 15 minutos cada una, que es el tiempo estipulado para matar al adversario o dejarle K.O. Y gana, obviamente, quien antes lo consiga. A veces, no mueren de inmediato, y hay que esperar a que el animal se desangre.
También puede pasar que la lucha quede en tablas, pero eso no pasa casi nunca. Visto desde fuera es objetivamente una salvajada. Un maltrato animal sin paliativos, pero en Venezuela es una tradición criolla que levanta euforias incuestionables y nadie se plantea, ni pueblo ni gobierno, el hecho de que no deberían existir.
Nilson Álvarez, que es un entrenador de gallos de 25 años y que lleva dedicándose a esto desde que tenía 13, responde a este diario cuando se le plantea el cuestionamiento ético sobre el maltrato animal.
“Yo no creo que sea maltrato, porque esos gallos han nacido para eso. Son gallos de combate”, defiende. “La primera vez que uno de mis gallos murió en una pelea, lloré. Pero ya no porque sé que están aquí para eso. Es su destino”.
Nilson trabaja en una de las galleras más famosas de Caracas. La gallera de El Silencio, en pleno centro de la capital. Se trata de un lugar inhóspito y escondido en una de las transversales frente a la famosa urbanización del arquitecto Carlos Raúl Villanueva. Hay que llegar con entendidos para no pasarse la pequeña puerta con ventanilla y un vigilante que hace la preguntas necesarias y justas.
Todos los lunes hay combates, menos ahora, que hay coronavirus. Aún así, Nilson sigue ganando 50 dólares semanales por entrenar los gallos de la Cuerda del Doctor José Alejandro Moreno, una de las más famosas de Venezuela. Además, en cada jornada de pelea en El Silencio, Nilson gana por lo menos otros doscientos del tirón. Solo por estar allí y organizar el sarao.
“¿Cómo se entrena a un gallo de pelea?”
Cada país tiene su estilo. En Venezuela son creyentes, lo primero, de una buena alimentación gourmet acompañada de suplementos vitamínicos. Los entrenamientos se hacen en jornadas individuales intensas cada ocho días. Se les saca de la jaula y se les lanza al ruedo, al careo, a morder o picar un muñeco que da vueltas incesantes de la mano del entrenador. Ese día los animales no comen pienso, solo frutas, se les inyectan vitaminas especiales y poco a poco van cogiendo el peso y la fuerza. Este procedimiento se repite durante varios meses, hasta que el gallo cumple, al menos, un año de vida.
“En Venezuela, para el entrenamiento y las peleas, les cortamos la cresta y la barba y les quitamos el plumaje”, explica Nilson. “Sin las plumas pesan menos y son más rápidos. Al quitarles la cresta y la barba corren menos riesgo de que los otros gallos les hagan heridas graves con las espuelas”.
Nilson y el señor Ángel entrenan a sus gallos de la misma manera y lo cuentan con orgullo y pasión. Ángel dice que son “sus niños consentidos”, y Nilson explica que para se entrenador de gallos de combate hay que ser “sensible” y “niñero”, porque crían a los animales desde que rompen el cascaron. Literalmente.
Las espuelas son los apéndices punzantes que de manera natural un gallo de combate tiene en sus patas. Son sus armas para las peleas entre machos. En los encuentros como los de la gallera de El Silencio o en cualquier otro de apuestas legales o no en el país sudamericano, las espuelas de los animales se tapan con esparadrapo en un proceso que se llama “La Monta”. Se tapan las originales con la cinta y se montan otras encima de material acrílico que pueden medir entre 45 y 60 mm dependiendo del tipo de gallo. En general, las espuelas pasan por un laboratorio improvisado allí mismo antes de salir a la plaza (o “la valla”, como se denomina el escenario de la lucha en el argot gallístico), porque es habitual que algunos galleros las infecten con venenos o químicos que les aventajen respecto a sus adversarios.
En Venezuela, según Manuel Urbano, presidente de la Asociación Gallera de Venezuela, hay en torno a 2.000 galleras registradas, pero la realidad es que es imposible saber cuántas hay a ciencia cierta, porque son incontables las peleas de las que no queda ningún registro en ningún lugar.
El ambiente de una noche de pelea de gallos pasa por las horas candentes de humo, adrenalina, dinero y alcohol. El sudor a borbotones también es parte del encanto e incuestionable en un clima caribe permanente. Lo normal, según las costumbres venezolanas, es que los gallos combatan con otros de su mismo peso y nivel, y que vengan afeitados pero recubiertos de ron o aguardiente. De esta manera, la piel sin plumaje se colorea de rojo ardor y no aparecen pálidos frente a su adversario. Un gallo de color blancuzco no es estéticamente temeroso.
En algunas galleras también hay ambiente (más) chungo. Colectivos armados que las custodian, líderes de territorios en disputa pendientes de no dormir para no morir. Las peleas son el entretenimiento preferido de los barrios populares de Caracas, de las zonas rurales de Venezuela y de los cerros más delincuenciales de la capital.
“Allí no vamos”, dice el señor Ángel. “Porque no queremos problemas. Jugamos nuestros gallos con la gente de bien. Uno no quiere rollos por una apuesta mal entendida y que te maten por unos ceros de más, o de menos”.