El brutal asesinato de Emmett Till: Estados Unidos cierra el caso de linchamiento que sacudió la conciencia del país

  • La muerte de Emmett Till en 1955 espoleó el movimiento por los derechos civiles de los negros

  • Los acusados fueron absueltos y después admitieron el crimen en una entrevista por 4.000 dólares

  • Un libro reciente aseguraba que la mujer 'ofendida' por Till reconocía haber mentido

‘Twas down in Mississippi no so long ago,

When a young boy from Chicago town stepped through a Southern door.

Bob Dylan, “The death of Emmett Till” (1962)

El periodismo busca pretextos para recontar ciertas historias. Podríamos estar de acuerdo con la costumbre si no fuera porque la historia de Emmett Till merece ser recordada al margen de que haya sido noticia esta semana: el Departamento de Justicia de Estados Unidos da por cerrado el caso 66 años después.

El brutal asesinato o -por ajustarnos mejor al núcleo de esta historia- las imágenes del brutal asesinato de Emmett Till sacudieron la conciencia de América hasta el punto de que algunos fijan en este suceso el detonante de la larga marcha por los derechos civiles que vendría después.

El viaje sin retorno de Emmett Till

Aquel verano de 1955, el joven negro Emmett Till viajó desde Chicago al sur más profundo de Estados Unidos para conocer el pueblo de su madre: Money, Misisipi, de apenas 400 habitantes y con una fábrica de algodón en aquellos años.

Emmett tenía 14 años y se quedaba en casa de sus tíos, Mose y Elizabeth Wright. El 24 de agosto entró a comprar chicle en la tienda que regentaban Carolyn Bryant y su marido Roy. Aquel día, Carolyn, de 21 años, atendía sola al otro lado del mostrador. Roy se había ido fuera unos días.

Lo que Emmett le dijo a Carolyn

Las versiones sobre lo que sucedió no concuerdan: que si entró por un reto que le lanzaron los amigos: ¿sería capaz de pedir una cita a una chica blanca? Que si le tocó la mano al pagar, que si la agarró por la cintura… Los testigos sí coinciden en que Emmet lanzó a la mujer blanca un silbido insinuante. Sea como fuere, Carolyn fue a buscar una pistola y los chicos salieron corriendo.

El 'incidente' se esparció con rapidez por el pequeño pueblo. El joven Emmett venido de la gran ciudad del norte había traspasado una línea que no iba a quedar impune. Cuando días después llegó a oídos del marido, Roy Bryant se fue a buscar a su medio hermano, J. W. “Big” Milam – 1,87 metros y 106 kilos alimentados por un temperamento violento.

Juntos y armados con un par de pistolas Colt del 45 se fueron de madrugada en la camioneta pickup a la casa de los tíos de Emmett. El tío Mose suplicó, les ofreció dinero, trató de convencerles de que el chico era de Chicago, que desconocía los estrictos códigos del racismo en el delta del Misisipi. Fue inútil.

A Emmett lo ataron a la trasera de la pickup y se lo llevaron. Hay quien jura haber visto a dos hombres negros también subidos a la camioneta, hay quien jura que esa noche escuchó gritos en un establo, hay quien jura que oyó las secas sacudidas del hierro al golpear la carne y los huesos…

Emmett aparece flotando en el río

Tres días después de la desaparición, el cadáver de Emmett emergió por los pies desde lo profundo del río Tallahatchie. Le habían atado al cuello con alambre de espino un molino de aspas de una desmotadora de algodón. Tenía el cráneo destrozado, de una cuenca del rostro se descolgaba un globo ocular, sobre la oreja derecha era visible el agujero de un disparo. Su tío sólo le pudo reconocer por un anillo de plata con sus iniciales.

Hasta aquí la historia de Emmett no pasaba de ser uno más de los linchamientos silenciados que los blancos racistas del sur empleaban para que “los negros se quedaran en su sitio”, como solían decir. Otro crimen impune por el miedo y la ley del silencio, por un sistema político, policial y judicial que trabajaba para que los negros no levantaran cabeza. Pero no fue así.

Mamie Till muestra a su hijo destrozado

No fue así porque Mamie Till, la madre de Emmett, se negó a que enterraran a su hijo con rapidez y clandestinidad en Misisipi y pidió que se lo llevaran a Chicago. No fue así porque Mamie Till insistió en mantener abierto el ataúd.

Quería que el mundo viera cómo mataban a los ciudadanos negros en la oscura geografía del racismo de un país que presumía de ser faro de libertad y democracia, un país que incumplía su promesa originaria de igualdad: All men are created equal.

El poder de una imagen

Miles de personas hicieron cola ante el tanatorio A. A. Rayner Funeral Home de Chicago y vieron el cuerpo mutilado del chaval de 14 años. Miles de personas acompañaron días después el funeral por las calles de Chicago. El poder de la imagen y de una historia atroz hicieron el resto.

La noticia saltó de la prensa negra a la general. Las fotos impactaron a todo el mundo y el brutal asesinato de Emmett Till tuvo una repercusión inesperada. Elevó a una nueva fase la lucha por los derechos civiles. Después vendrían Rosa Parks y Martin Luther King, vendrían los Freedom Rides y vendría la marcha sobre Washington, vendría el puente de Selma y vendría un presidente blanco y del sur, Lyndon B. Johnson, invocando en el Capitolio de la nación el más famoso himno de la lucha por los derechos civiles: We shall overcome.

El público iba armado, los miembros del jurado bebían alcohol y el sheriff Strider saludaba con el insultante “hello niggers”, a los asistentes negros que volvían de comer.

El juicio por la muerte de Emmett Till

A Mose Wright, el tío de Emmet, no le intimidaron con las amenazas de muerte. Como se mostró dispuesto a declarar, hubo juicio; algo ya de por sí inusual en aquellos años en Misisipi. La vista fue la farsa que cabía esperar de un jurado formado exclusivamente por hombres blancos en el condado de Tallahatchie, no lejos de Oxford, Misisipi, donde William Faulkner escribió alguna de las mejores páginas de la literatura de siglo XX.

Sólo duró cinco días, pero su impacto se dejó sentir muy lejos gracias a la atención que suscitó en la prensa y las televisiones nacionales e internacionales. Los periodistas enviados desde el norte no daban crédito a lo que veían en aquella abarrotada y calurosa sala de vistas.

El público iba armado, los miembros del jurado bebían alcohol y el sheriff Strider saludaba con el insultante “hello niggers” a los asistentes negros cuando volvían de comer. Al enterarse de que la acusación pretendía que testificaran dos empleados negros de los acusados, el sheriff les mandó encerrar en la prisión de Charleston. “Era un circo”, diría tiempo después la activista Ruby Hurley. “Los acusados estaban allí tomándose helados y jugando con sus niños como si estuvieran en un picnic”.

Roy Bryant y “Big” Milam fueron declarados no culpables. El veredicto reverberó en todo el mundo: “Escándalo”, tituló el diario francés Le Figaró, “La vida de un negro en Misisipi no vale un silbido”, escribió el Das Frei Volk de Düsseldorf. Bob Dylan le dedicó una balada y, desde entonces, el caso ha generado una amplia gama de material literario, periodístico y audiovisual.

Si esto nos suena como una película que ya hemos visto, es porque ya la hemos visto. No porque la muerte de Emmett Till haya dejado una gran obra cinematográfica, sino porque reúne todos los ingredientes paradigmáticos de tantos clásicos, desde Matar a un ruiseñor a Arde Misisipi. El aire denso e irrespirable del Deep South, de Jim Crow, de la segregación, del racismo instituido como tradición y seña de identidad.

Bryant y Milam admiten el asesinato

Amparados en el principio legal que impide juzgar a una persona dos veces por un mismo crimen, un año después del juicio Bryant y Milam le relataron a un reportero de la revista Look cómo mataron a Emmet Till. Cuentan que les pagaron 4.000 dólares por la entrevista. No salieron del todo impunes de la revelación, si no en los tribunales, al menos en la calle. Sus vecinos les dieron la espalda, tuvieron que irse a vivir a otro estado y ambos tuvieron una mala vida y peor final.

La versión de Carolyn

Quien aún vive es la mujer a la que Emmett supuestamente ofendió, Carolyn Bryant, de 87 años. En 2017, se publicó en un libro -The blood of Emmett Till - en el que la anciana se arrepentía de su funesta y falsa acusación. Emmet nunca le dirigió ni una palabra ni un silbido insinuante. Pero cuando el Departamento de Justicia se puso a investigar, Carolyn Bryant no se desdijo de su versión inicial. El oportunista autor del libro ha sido incapaz de presentar ninguna prueba: no grabó la entrevista, sólo tomó notas, dice. Caso cerrado. Y eso es lo que ha comunicado esta semana el Departamento de Justicia.

El reverendo Wheeler Parker Jr., el primo de Emmett que estaba con él en la misma casa la noche que fue secuestrado, ha declarado al New York Times que esto marca el fin de 66 años de "sufrimiento por su pérdida". Cuenta el periódico que otros parientes no han quedado satisfechos con el cierre de la investigación.

Recuerdos vandalizados

Queda el recuerdo del caso, pero también la inquina que se ceba con su memoria. Desde 2006 se han erigido postes con señales explicativas en lugares vinculados al linchamiento. No todos se han mantenido incólumes.

Al primer recordatorio de carretera le pintaron encima las siglas del Ku Klux Klan. Otra placa que marca donde se encontró su cuerpo ha tenido que renovarse tres veces. Alguien arrancó la primera señal y, previsiblemente, la lanzó al río. La segunda acumuló cien agujeros de bala a lo largo de varios años. En junio de 2018 colocaron la tercera. Un mes después también apareció acribillada a balazos.

66 años después, la intolerancia flota en el aire que Emmett Till respiró por última vez una noche de agosto de 1955. Siguen vigentes los versos que daban fin a la balada de Bob Dylan en el 62.

This song is just a reminder to remind your fellow man

That this kind of thing still lives today in that ghost-robed Ku Klux Klan.

But if all of us folks that thinks alike, if we gave all we could give,

We could make this great land of ours a greater place to live.