El horror de la guerra de Ucrania se ceba con los más débiles. Médicos y enfermeras se ven obligados a improvisar un búnker en el sótano de su hospital para proteger a una docena de recién nacidos de las bombas que el ejército ruso arroja sobre las ciudades. Algunos bebés incluso necesitan respiración asistida. No tienen alternativa: la lluvia de misiles sobre sus cabezas es incesante y salir de ahí no es una opción. Más bien una suerte, pues muchos no tienen un refugio donde aguardarse.
En el primer día de la invasión, las autoridades ucranianas pedía a la población calma y quedarse en casa. Hoy, en la segunda jornada, se les pide que salgan a la calle, que se armen, que no se dobleguen y que hagan frente para doblegar al enemigo para defender a Ucrania.
En Kiev, se viven momentos de desesperación. Miles de personas abarrotan las estaciones de trenes. Con las tropas rusas en la capital, buscan un escape. Todos quieren subirse a un tren y huir.
Los que se queda siguen llegando a las estaciones bajo tierra convertidas en auténticos búnkeres. Andenes de metro para pasar la tercera noche donde es difícil dar un paso, por la cantidad de gente que se refugia en ellos, y donde también hay momentos, en medio del horror que viven, para cantar a la paz.