“No le tenemos miedo a las amenazas de Trump. Venimos huyendo de nuestro país, porque a nuestro país sí le tenemos miedo, a la delincuencia, a todo lo que ocurre a diario allí. Somos inmigrantes, no somos asesinos”.
Son las palabras de un hondureño llamado Jairon, de 32 años que, en la desesperación, se ha unido a la caravana de migrantes procedente de Honduras con destino a Estados Unidos.
Una convocatoria en las redes sociales bastó para que más de 2.000 personas, en su mayoría hondureños, se hayan aventurado a un difícil camino en la búsqueda de un mejor futuro.
Comenzaron su marcha el miércoles por la noche desde San Pedro Sula, en el norte de Honduras, hacia la frontera con Guatemala, poniendo a prueba la ruta habitual de migración en tiempos de coronavirus. La caravana la forman desde familias enteras, a madres solteras con bebés, algunos cargados con una pequeña mochila o maleta con lo básico, o simplemente con lo puesto, para un recorrido de miles y miles de kilómetros en el que otros muchos migrantes anteriormente se han dejado la vida. La mayoría va a pie, muchos llevan máscaras para prevenir el contagio del Covid-19.
La caravana se puso en marcha apenas dos semanas después de que Guatemala reabriera sus fronteras cerradas por la pandemia. Llegarán a EEUU en un momento crucial, cuando faltan apenas 30 días para la celebración de las elecciones presidenciales del 3 de noviembre.
Huyen de la miseria, de la pobreza, de la violencia y la inseguridad, de la falta de trabajo… todo ello acentuado por la pandemia del Covid-19 que ha provocado en Latinoamérica la pérdida de más de 34 millones de puestos de trabajo, según indicó el miércoles la Organización Internacional del Trabajo, dependiente de Naciones Unidas.
Francisca, a sus 56 años, ha abandonado Honduras ante una situación crítica porque no tiene qué echarse a la boca: “Tengo 5 hijos, soy madre soltera, yo los estoy cuidando sola. Mataron a mi marido, me lo mataron a pedradas y a cuchilladas. Me traje al menor de mis hijos y tengo 6 nietos”, cuenta con impotencia la mujer.
“Vengo huyendo de la pobreza y la violencia que hay en Honduras. No hay trabajo. Al presidente de mi país no le importa la forma en la que vivimos y yo lo que busco es un futuro para mi familia, que tenga educación, saludo y trabajo”, explica Edgar a los periodistas.
Unas horas después de partir el miércoles por la mañana, las autoridades guatemaltecas reportaron la primera muerte de un migrante que trató de subir a un tráiler en movimiento, y que lamentablemente cayó bajo sus llantas.
El presidente de Guatemala, Alejandro Giammattei, confirmó una orden para que los aquellos que pretendían cruzar el país de manera ilegal, fueran detenidos en la frontera con Honduras y devueltos: "Se bloqueará el ingreso de estas personas que están violentando la ley, sobre todo porque están usando niños no acompañados, están haciendo escudos humanos con mujeres y ancianos, y nos están vulnerando a nosotros los guatemaltecos", afirmó en un mensaje a la nación. Pero de poco sirvió.
Cuando el jueves por la mañana la multitud llegó a la frontera El Florido, en el límite de Guatemala, los migrantes agolpados gritaban alto y claro “¡Queremos pasar, queremos pasar!”, una y otra vez.
La situación se fue tensando cada vez más, hasta que la avalancha de migrantes rompió el cerco de seguridad formado por las unidades militares y policiales guatemaltecas, logrando entre los nervios y la carrera, pasar de Honduras a Guatemala por la puerta.
Las embajadas y consulados de los países afectados no han tardado en manifestarse ante la avalancha de personas que están en movimiento.
El embajador de Honduras en Guatemala, Mario Fortín, ha señalado que además de los documentos personales – que muchos migrantes no llevan encima-, se está exigiendo las pruebas PCR o de antígeno con resultado negativo a todas las personas extranjeras que quieran cruzar la frontera.
El Consulado de México en San Pedro Sula emitió un comunicado aclarando que el país "no promueve ni permitirá el ingreso irregular de caravanas de personas migrantes". La agencia de inmigración de México, aseguró también que haría cumplir la migración de forma "segura, ordenada y legal", y que no haría nada para promover la formación de una caravana de migrantes.
Por su parte, la Embajada de Estados Unidos en Honduras advirtió que la migración a Estados Unidos era más difícil que nunca en este momento, y también más peligrosa debido al COVID-19. Sin embargo, las razones que impulsan a las personas a salir de sus países natales no sólo no han disminuido durante la pandemia, sino que las han alimentado.
Los migrantes pretenden continuar su viaje hasta México. La frontera entre EE.UU. y el país azteca se extiende a lo largo del Río Grande por casi 2.020 kilómetros, lo que corresponde a casi dos tercios de la longitud total de la frontera entre los dos países.
El ancho del también conocido como Río Bravo, no es tan temido como su profundidad en algunos tramos y los obstáculos en el cauce, que dificultan su navegación. Sin lugar a dudas, el río en el que se han jugado la vida millones de personas es especialmente traicionero.
El presidente Donald Trump presionó a México para que hiciera más esfuerzos en el flujo de migrantes y refugiados centroamericanos a su país. Las amenazas del mandatario estadounidense hacia su país vecino, con la subida de aranceles, entre otras medidas, parecen haber funcionado ya que los cruces ilegales en la frontera fueron disminuyendo.
México desplegó su Guardia Nacional para interceptarlos en las autopistas y se esforzó para impedir que se formaran las enormes caravanas vistas en los años anteriores.
Aún así, en el mes de septiembre, cerca de 34.000 personas fueron detenidas por tratar de entrar de manera ilegal en el país.
El acuerdo con el Gobierno mexicano permite que los solicitantes de asilo puedan esperar en México a que les llegue el momento de prestar declaración ante las autoridades. Desde entonces, miles de personas aguardan en ciudades de la frontera norte como Tijuana, Matamoros o Ciudad Juárez a que se resuelva su situación migratoria. Aún así, en los dos primeros meses de este año Estados Unidos ha deportado a unas 57.000 personas a través de la frontera
También la construcción del muro fronterizo ha sido motivo de polémica a lo largo de los cuatro años de legislatura el presidente Trump, después de que el líder político lo incluyera entre sus promesas electorales más importantes para poner freno a la inmigración ilegal. El proyecto sigue estancado. No obstante, a principios de 2020, un empresario empezó a construir cerca de la ciudad de Mission, levantando una valla alta de metal de casi cinco kilómetros a lo largo del Río Grande, financiada con fondos privados.
Hasta la fecha, la última caravana llegó al sur de México el pasado mes de enero, aunque sus miembros fueron detenidos en estaciones migratorias y posteriormente deportados tras tratar de cruzar la frontera.
Las caravanas de migrantes centroamericanos que ponen rumbo a los Estados Unidos comenzaron en octubre de 2018 cuando unos 1.000 hondureños partieron de la ciudad de San Pedro Sula para pedir primero asilo en México. La segunda caravana de alrededor de otro millar de personas, partió de Esquipulas, Guatemala en octubre de aquel mismo año, seguidas de otras tres caravanas conformadas por salvadoreños, que viajaron desde El Salvador en los días posteriores. La primera caravana fue criticada, desde su inicio por el gobierno estadounidense, especialmente por el presidente Donald Trump, mientras que el gobierno de México pidió apoyo a la organización de las Naciones Unidas (ONU) para atender a los migrantes.
Desde entonces, las caravanas de migrantes se han vuelto frecuentes en Centroamérica como un acto de desesperación de una población que vive ahogada entre la miseria y la violencia, y cuyo futuro se avista completamente incierto.