Ese aire fresco que iban a dar Meghan Markle y Enrique de Inglaterra a la monarquía británica sopla ahora como un huracán. La duquesa ya ha puesto tierra de por medio con su bebé, mientras su marido negocia un acuerdo con el príncipe Carlos e Isabel II.
Según algunos sondeos, la mayoría de los británicos apoya su opción de dar un paso atrás, pero quiere que renuncien a todas las asignaciones reales y que devuelvan los dos millones y medio de euros que gastaron en la reforma de su residencia en Windsor.
La institución niega que tuviera intenciones de expulsarlos de la familia, como ha apuntado un amigo de la pareja. Meghan llegó para tranquilizar al nieto díscolo de la Reina, en el pasado protagonista de escándalos y portadas disfrazado de nazi. Pero pronto ella se situó en el centro de la polémica, cuando su padre vendió fotos a los paparazzi. Una actuación que le convirtió en persona non grata en Buckingham y que dejó a Meghan en solitario hacia el altar.
Desde entonces, muchas críticas a su vida de dispendio. En un año se gastó 450.000 euros en 300 prendas y accesorios, seis veces más que su cuñada. Y en la celebración de su fiesta premamá se dejó en Nueva York medio millón de dólares. Cifras de vértigo que han roto el romance de la pareja con los británicos.