En la misma semana, hay motivos fundados para hablar de los corresponsales de guerra, esa gente que te deja mudo por su valentía o por su temeridad, por su osadía, por su determinación, por sus ganas de ser los ojos y las bocas del mundo. Por sus muertes. Por sus vidas, aunque a veces la pierdan.
La periodista Laura de Chiclana (Sevilla, 1994) vive para contar su experiencia en Ucrania, la guerra a la que se fue hace un año a pulmón, sin chaleco, sin casco, porque no aguantaba estar sentada en casa viendo cómo sufría la invasión rusa aquel país. El periodista Ramón Lobo (Lagunillas, Venezuela, 1955) murió esta semana en Madrid después de relatar conflictos bélicos por todo el mundo. La guerra de los Balcanes, Chechenia, Irak, innumerables episodios sangrientos en África, Asia. Una experiencia inabarcable que le convirtió en uno de los decanos de la “Tribu”.
Ramón Lobo tenía 68 años cuando se apagaron sus ojos azules el pasado miércoles. Laura de Chiclana tiene 29. Les separa una vida. Les une un mismo gen: estar ahí y contarlo. Por esa tarea, tan simple en su enunciado, Laura de Chiclana acaba de ser premiada como la mejor corresponsal española del último año por el Club Internacional de Prensa. Esta asociación tiene entre sus cargos directivos y miembros no solo a los más distinguidos periodistas españoles especializados en información internacional, sino prácticamente a todos los corresponsales extranjeros que trabajan en nuestro país. Hace solo unos meses, Laura también recibió el premio a la mejor periodista joven de 2022, otorgado por la Asociación de la Prensa de Madrid.
Laura de Chiclana comenzó a trabajar como ‘freelance’ hace siete años, con 22. Se pasó dos años en Tailandia, durante toda la pandemia. Había ido allí para tres semanas. Si les parece una edad demasiado tierna, piensen en Robert Capa y Gerda Taro, la pareja inmortal que plasmó con sus fotografías la Guerra Civil Española. Ambos llegaron a Madrid en 1936, con 23 y 26 años, respectivamente. Taro murió un año después en Brunete, aplastada accidentalmente por un taque republicano. Capa falleció en 1954 en la guerra de Indochina, destrozado por una mina.
El miedo a la muerte y la necesidad de dar voz a quienes carecen de ella ha conducido hacia el abismo de la guerra a distintas generaciones de reporteros. Ramón Lobo terminó sus días esta semana, doblegado por varios cánceres. Se libró de la parca en el frente. Laura de Chiclana se mueve ágilmente entre las líneas ucranianas, sana como un roble, embutida como un sarmiento en su chaleco antibalas. “Su chaleco”, porque le ha costado 1300 euros y pesa diez kilos. Desde que se lo compró, no se lo quita.
Pero lo que no se quita de la cabeza es la responsabilidad de contar, de volver. “Mis padres me van a matar”, dice con un reflejo adolescente cuando le pregunto si va a regresar pronto a Ucrania. Tiene pensado hacerlo en cuanto pase el verano. Y allí, en el frente, volverá a obsesionarse con no perderse ni un detalle de lo que está ocurriendo. “Por eso no me tomo ni una pastilla para dormir, no puedo soportar la idea de quedarme dormida más de lo que necesito y perderme algo importante”, cuenta en conversación con Miguel Ángel Oliver, en el videopodcasat de Nius ‘A ver si me he enterado’.
No dormirse, no morir. “Más que por mí, por mis padres, por quienes me quieren, que son los que lo sufrirían. Pero es verdad que a veces he comenzado cartas dirigidas a ellos, por si algo ocurría. No terminé ninguna. No quería que el miedo me dominase y desviara mi atención de lo que realmente importa, la guerra, los que sufren”. Las ideas tan claras dan una medida de su personalidad, que sin embargo se quiebra cuando dice de sí misma que es cobarde por no querer hablar cara a cara con sus padres de este tema. “¿Cobarde, tú?”, le preguntamos sorprendidos. “Es que yo no hablo nunca de valentía. Yo hablo de tener corazón, de ser tolerante, una auténtica esponja, de ser humilde”.
Para ella, estas son las condiciones necesarias para ser corresponsal de guerra, una profesión que le ha llevado a perder dinero en todas sus coberturas internacionales, salvo en esta. “Tengo que buscarme la vida, no tengo contrato con nadie. Es una tarea muy complicada y más si eres joven y mujer. He sido carnaza para lobos y tiburones, otros medios que me veían como una niña. Pero la cosa ha ido cambiando. Ahora me tratan de tú a tú, de igual a igual”
Nos lo cuenta todo relajada por primera vez en muchos meses, desde su casa en Sevilla y sus esperanzas puestas en su playa favorita, la playa de La Antilla, en Huelva. ¡Ojo con la niña! Antes de que llegue el otoño es muy probable que volvamos a verla en conexión con los programas informativos y de actualidad de Telecinco y Cuatro con el casco, el chaleco y las botas puestas. Su corazón bombea la misma sangre universal que Ramón Lobo. Por eso es una lección hablar con Laura de Chiclana, corresponsal de guerra, la misma semana en que se silenció la voz de Ramón. Una voz que se calla, otra que coge el testigo y mantiene la llama. Dos miembros de la “Tribu”, protagonistas de esta semana. Por vivir y por morir.