En la frontera entre Estados Unidos y México continúan agolpándose migrantes en busca de una oportunidad para poder cruzar la valla. El fin de la norma que permitía las denominadas devoluciones en caliente, con el objetivo de evitar la expansión del coronavirus, ha provocado un nuevo efecto llamada.
El destino ha querido que su camino hacia el Dorado sea engorroso hasta el último metro, y es que las lluvias se lo están poniendo aún más difícil si cabe. Buena parte de los migrantes hacinados en Matamoros, localidad mexicana fronteriza con el gigante norteamericano, malviven en un campamento esperando su oportunidad.
Muchos de ellos son venezolanos que, como Marcos, han dejado su vida atrás y han caminado de 6 a 12 horas diarias durante al menos un mes. Han pasado hambre y todo tipo de calamidades, e incluso algunos han visto morir a los suyos durante esta terrible odisea.
Él nos cuenta que "para llegar aquí vendí mi casa". En compañía de su mujer y dos dos hijas, detalla además que fue víctima de tres robos y dos intentos de secuestro. También ha habido violaciones.
Una pesadilla de la que no se han librado ni los más indefensos. Una menor explica que "en la selva nos secuestraron. Estábamos caminando y, de repente, salieron unos señores con pistola y encapuchados", mientras que otra pequeña añade que "nos quitaron toda la plata (dinero) y los teléfonos".
Sin embargo, a cambio del fin de las devoluciones en caliente, Washington ha endurecido las condiciones de ingreso. "El esposo de ella pasó y a ella la devolvieron. ¿Por qué?", denuncia un hombre refiriéndose a una mujer con un embarazo en un estado ya muy avanzado.
Sus opciones pasan por la petición de asilo mediante un aplicación implantada por Estados Unidos. Una tarea complicada porque está colapsada, y por supuesto se vuelve imposible para quienes les robaron los móviles en el camino.