La crisis se convierte en norma en el laberinto franco-marroquí
Marruecos ve la mano de Macron en la resolución del Parlamento Europeo del pasado 19 de enero en favor de la libertad de prensa en el país norteafricano
La posición francesa en el conflicto del Sáhara Occidental, considerada tibia, así como el acercamiento de París a Argel son percibidas como una traición en Rabat
La prometida visita del presidente francés, Emmanuel Macron, a Marruecos, país que no visita desde 2018, sigue sin fecha
Hubo un tiempo en que los presidentes franceses actuaban como consejeros y confidentes del rey de Marruecos. Mandatarios como Jacques Chirac, el ‘amigo de Marruecos’, o Nicolas Sarkozy entablaron relaciones de amistad con Mohamed VI y gracias a sus estrechos vínculos con el poder marroquí las empresas francesas gozaron de una posición preponderante en el país norteafricano durante décadas. La élite política y económica del reino alauita ha sido, desde la independencia, francófona y francófila y las empresas francesas siguen, a día de hoy, siendo las primeras inversoras en Marruecos.
Pero nada es inmutable en las relaciones internacionales, menos en tiempos convulsos y cambiantes como los que Europa, también el Magreb, viven y lo cierto es que las relaciones franco-marroquíes se han instalado en la crisis y el recelo coincidiendo con los años de Emmanuel Macron en la presidencia de la República. Aunque lo cierto es que los desencuentros se remontan, al menos, a 2014, cuando Rabat suspendió la cooperación policial con París a raíz de que el director general de la Seguridad Nacional marroquí recibiera estando en Francia una notificación de un juez de instrucción para declarar por una acusación de torturas. Un caso que enfureció a las autoridades marroquíes.
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Transcurridos dos meses desde la visita de la jefa de la diplomacia francesa, Catherine Colonna, a Rabat, los hechos han demostrado que, si bien entonces la ministra de Exteriores gala y su homólogo Nasser Bourita escenificaban el fin de la crisis de los visados –en septiembre de 2021 las autoridades galas decidían reducir a la mitad el número de visados concedidos a ciudadanos marroquíes y argelinos en respuesta a la falta de cooperación en materia de repatriaciones de nacionales de los dos países del Magreb-, el desencuentro está lejos de haberse superado.
La frialdad de Macron hacia Marruecos
La realidad es que el presidente francés, Emmanuel Macron, no ha vuelto a pisar Marruecos desde el 15 de noviembre de 2018. Lejos, muy lejos, queda la fotografía del rey Mohamed VI y el mandatario galo en la inauguración de la primera línea de alta velocidad ferroviaria de Marruecos, fruto en gran parte de la participación de empresas francesas, descendiendo de un vagón en la moderna estación de Agdal, en Rabat. De regreso de su “histórico” viaje a Argelia a finales de agosto pasado –el acercamiento con Argel es observado con profundo desagrado desde Rabat-, el mandatario galo prometió hacer lo propio con Marruecos en octubre.
Pero no fue el caso, y la visita de Macron, que ha demostrado que Marruecos no es una de sus prioridades, sigue sin tener fecha. Entretanto, en julio de 2021 medios franceses, entre ellos Le Monde, informaban de que el teléfono del propio Macron había sido infectado por el programa informático de espionaje Pegasus. Y que la operación llevaba la impronta de los servicios de inteligencia marroquíes.
Una parte del poder, los medios oficiales y cercanos al establishment en Marruecos rechaza cada vez más abiertamente el tradicional tutelaje e injerencia franceses, que se tildan a menudo de “neoimperialistas” y “supremacistas”. A raíz de sus éxitos diplomáticos recientes en la cuestión del Sáhara –que comenzaron con el reconocimiento estadounidense de su soberanía sobre la ex colonia española-, Rabat se siente fuerte y, por ende, libre de los viejos patrones en sus relaciones con Francia o España, antiguos poderes coloniales. Desde el Marruecos oficial se insiste en la madurez de Marruecos, “no somos ya el mismo país de hace unos años”, y se evidencia la apuesta por la diversificación de alianzas: Marruecos presume de llevarse bien, a la vez, con la UE, Estados Unidos, Israel, Rusia o China.
En la cuestión del Sáhara, auténtica piedra de toque de la política exterior marroquí, a Rabat no le gustan las reticencias francesas, que las autoridades marroquíes vinculan a los equilibrios de la diplomacia gala en el Magreb y a la necesidad de no importunar a Argel (en agosto pasado, Macron se comprometió con una visita calificada de “histórica” a Argelia a refundar las relaciones bilaterales). No sólo Francia no asume la soberanía marroquí sobre la ex colonia española como hizo Estados Unidos, sino que no llega siquiera, lamentan desde Marruecos, hasta donde el presidente español Pedro Sánchez: para París, el plan de autonomía que Rabat promete al Sáhara es una “base seria y creíble” para la resolución del diferendo, no más.
“Francia no puede ya emplear el pretexto de su supuesto apoyo a Marruecos en el Sáhara Occidental para obtener privilegios económicos de Marruecos. París está ahora obligado a clarificar su posición: o con Marruecos o con Argelia”, escribía recientemente el analista político marroquí Samir Bennis en el digital Médias 24. “Los cambios geopolíticos que el apoyo de Estados Unidos a Marruecos causarán en los próximos años y décadas explican la hostilidad francesa hacia Marruecos, ya sea a través de las restricciones en los visados, sus maquinaciones en el Parlamento Europeo o la demonización de Marruecos en los medios franceses”, prosigue el consejero diplomático marroquí radicado en Washington.
Marruecos ve a Macron tras la resolución de la Eurocámara
Desde Marruecos, la resolución aprobada por el Parlamento Europeo el pasado 19 de enero confirma sus peores augurios sobre Francia. La mano de Macron –a través de los diputados de Renacimiento- está, a juicio de la élite marroquí, detrás de la resolución de la cámara en la que se insta a Rabat a proteger la libertad de información y liberar a los periodistas que permanecen en la cárcel y de otras iniciativas vinculadas con la derivada marroquí del Qatargate en la sede parlamentaria europea. El día en que se aprueba la citada resolución, 19 de enero –no casualmente, como se encarga de destacar la prensa marroquí en las últimas horas-, Rabat daba oficialmente por concluida la labor como embajador en París del banquero y político Mohammed Benchaaboun, que acaba de ser nombrado como director del Fondo Mohammed VI para las inversiones en Marruecos. El reino alauita no tiene, por tanto, a día de hoy representante diplomático en Francia.
En respuesta a la resolución, el pasado 23 de enero el Parlamento marroquí decidía someter a reconsideración las relaciones con la cámara comunitaria. Desde el lado galo se guarda silencio. Sólo su nuevo embajador en Rabat, Christophe Lecourtier –figura de perfil económico y buen conocedor de Marruecos-, salía al paso en una reciente y extensa entrevista con el semanario TelQuel y lo hacía para desmarcarse de la resolución del Parlamento Europeo asegurando que “no compromete de ninguna manera a Francia”.
Por otra parte, y a pesar de la no tan evidente conexión entre el asunto y la crisis política, desde el Marruecos mediático no se ha dudado en vincular a las autoridades francesas en la maniobra de la destitución del periodista francés de origen marroquí Rachid M’barki de la cadena BFM TV, perteneciente al grupo Altice Média. Según medios franceses –que citan una fuente interna en el medio-, desde BFM TV se sospecha “injerencia exterior” en el proceder del periodista. Entretanto desde Rabat se denuncia que el único delito de M’barki ha sido pronunciar ante las cámaras la expresión “Sáhara marroquí”.
‘Old habits die hard’
Con todo, las viejas inercias en las relaciones franco-marroquíes persistirán y necesariamente convivirán con el escenario de desconfianza en que se hallan instaladas hoy. La situación de Francia no es tan privilegiada en Marruecos como antes, pero el entramado de intereses y lazos humanos, políticos y económicos entre franceses y marroquíes es sólido. Como muestra, un botón: la pasada semana en Rabat, el think tank Conseil du Développement et de la Solidarité (CDS) organizaba, con una importante presencia de presidentes regionales, ex ministros y organizaciones empresariales, un foro dedicado a estimular las inversiones privadas en todo Marruecos. A pesar de que el evento contó mayoritariamente con asistentes marroquíes y que el país magrebí insiste en animar a capitales de todo el mundo a aprovechar las ventajas competitivas de su economía para invertir la única lengua de trabajo de la jornada fue el francés. Ni el árabe ni el inglés.
Un ejemplo, pues, de la importancia que sigue teniendo, más allá de las turbulencias políticas, el vínculo franco-marroquí. No en vano, aunque desbancada por España en 2012, Francia es el segundo socio comercial de Marruecos –esta misma semana trascendía el dato del incremento del comercio bilateral en un 24% en 2022- y el primer inversor. En el capítulo específico del armamento, Marruecos sigue siendo el primer cliente de Francia en África. Los grandes proyectos que anuncia el Estado marroquí por valor de 45.000 millones de euros para los próximos años aguardan la inversión extranjera. Ver qué empresas -y de qué países- se llevan el gato al agua será un buen termómetro del estado de las relaciones de dos socios cuya relación no atraviesa hoy sus mejores horas.