El terremoto del lunes no solo ha afectado a Turquía, que ha recibido una oleada de solidaridad, sino que también lo ha hecho en buena medida a Siria, donde de momento se han contabilizado más de 3 500 muertos y 5 000 heridos. La situación para los afectados por el seísmo en este país es especialmente dramática. Los habitantes de la zona no controlada por el Gobierno sufren la falta de ayuda y de equipos internacionales que colaboren en los rescates. En las últimas horas por fin ha podido llegar a las zonas controladas por los rebeldes un convoy de Naciones Unidas con ayuda humanitaria.
El jefe de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom, visita Alepo. Lleva con él 37 toneladas de material humanitario y la promesa de que es solo el principio. Irak ultima el envío también hacia allí de un importante cargamento. Son pequeños síntomas de que la ayuda a Siria está en marcha. Eso sí, a ritmo muy por debajo de la emergencia que vive el país.
“Estamos hablando de gente que estaba desplazada, y que estaba alojada en un hogar provisional. y que ahora ese hogar se le ha caído y tiene que volver a una tienda y tiene que volver a beber agua sucia”, explica Aitor Zabalgogeazkoa, de la Unidad de Emergencias de Médicos sin Fronteras.
En Siria, el terremoto ha sido lo que faltaba tras doce años de guerra civil. En una situación humanitaria ya de por sí insostenible, la división política ha complicado la imprescindible llegada de ayuda exterior por el único acceso operativo desde Turquía.
“Tanto China como Rusia han amenazado, ya te digo, con petar la apertura de ese único paso para de esta manera estrangular a los grupos opositores y acelerar el fin de la guerra”, señala Ignacio Álvarez Ossorio.
La estrategia del régimen de Assad retrasó días la llegada de los primeros convoyes de auxilio al territorio controlado por sus opositores. Y así la situación que era límite, ha llegado incluso más allá. El terremoto, que no hace distinciones se ha cobrado casi 3700 vidas en territorios del Gobierno y de los llamados rebeldes.