Los equipos de rescate trabajan al límite en Turquía y Siria en busca de supervivientes del terremoto. Es ya el quinto día en las zonas afectadas y las probabilidades de encontrar a los desaparecidos con vida están cada vez más abocadas al milagro. Pasadas las 72 horas clave para la supervivencia, son conscientes de que se agotan las opciones de encontrar un final feliz y esperanzador tras todo su esfuerzo. Por eso, todos estos días de trabajo, junto a la terrible dureza de lo que están viviendo, también hace mella en ellos, que no pueden evitar el llanto, derrumbándose, disculpándose y hasta maldiciéndose por no haber podido llegar a otra persona más; por no haber salvado otra vida frente a la muerte dejada por el seísmo.
Ya son más de 21.000 los fallecidos por la catástrofe y las cifras no dejan de aumentar. De hecho, los propios rescatistas son los primeros en ser conscientes de que estas cifras se van a disparar todavía más en las próximas horas. Lo explicaba en Informativos Telecinco uno de los efectivos españoles desplazados en la zona, Moisés Belloch, presidente de la ONG ‘Intervención, Ayuda y Emergencias’ (IAE).
“Es un trabajo muy difícil porque cada minuto que pasa se reducen las posibilidades”. “Son muchas aún las personas desaparecidas y según pasan las horas irá aumentando notablemente el número de fallecidos porque el tiempo va en contra de ellos, cualquier lesión que tengan se agravará con el tiempo y eso termina con el fallecimiento”, señalaba durante la entrevista.
En esta línea, incluso la ONU teme que la cifra de víctimas mortales pueda hasta triplicarse en la que ya muchos consideran como la catástrofe más letal en un siglo.
En esta situación, desarrollando su labor en un escenario completamente desolador, entre montañas de escombros, miles de muertos y heridos, los rescatistas, sobre los que se deposita la única esperanza que se puede encontrar en medio de tan terrible tragedia, –encontrar supervivientes–, están también sobrepasados. Sobrepasados por la magnitud de la destrucción causada por el terremoto; sobrepasados por el volumen de trabajo en la zona; sobrepasados por la peligrosidad que entraña acceder a estructuras tan inestables; por la cantidad de personas que permanecen desaparecidas y la cantidad de mensajes y voces que claman auxilio; por el cansancio; por la oleada de muertes; y por la presión que también se ponen a sí mismos por hallar vida, por encontrar consuelo en medio de condiciones sumamente complejas.
Con todo ello, y sin que pueda ser de otro modo, ellos tampoco pueden contener las lágrimas, la tristeza, el dolor y la desolación. Trabajando de lleno entre la destrucción y la devastación provocada por el terremoto, algunos no pueden evitar el colapso, como un rescatista que lloraba desesperado por no haber podido salvar con vida a unas víctimas de la catástrofe, disculpándose.
Su trabajo, como el de tantos otros que lo están dando todo en la zona, no obstante, está siendo crucial y ya han conseguido salvar a miles de personas. Nasser, Hayat o Nour, entre muchos otros rescatados por ellos, son hoy el símbolo de la lucha y la esperanza tras la tragedia.
Tras el seísmo, más de 6.000 edificios quedaron completamente destruidos. A él le siguieron más de un centenar de réplicas que no han hecho sino acrecentar el miedo y el pánico de la población a que la tragedia se extienda. Entre Turquía y Siria se contabilizan más de 21.000 fallecidos y más de 75.000 heridos.
Desde territorio turco, el presidente Recep Tayyip Erdogan ha prometido que las labores de rescate no finalizarán "hasta que no quede nadie bajo los escombros", al tiempo en que ha declarado tres meses de estado de emergencia.
Mientras, en Siria claman por recibir ayuda internacional. Los efectivos sanitarios y de emergencias trabajan a la “máxima capacidad” y faltan recursos.