La situación en Turquía es cada día que pasa más complicada. Ya son de 21.000 las personas muertas por los terremotos. Muchos de estos cadáveres se acumulan en las calles o se amontonan en las morgues, desbordadas y donde muchas veces nadie los reclama.
Otras los cadáveres, incluso identificados en las morgues y con un familiar al lado, no se pueden enterrar porque no hay capacidad para hacerlo. Es el caso de un hombre, que después de tres días esperando a que el Estado se hiciera cargo de su familiar muerto decide llevárselo en su propio coche.
La gente tiene que sortear a los muertos por la calle. Y es que no hay Estado en apenas ningún rincón.
La gente busca sola entre los escombros los recuerdos de sus familiares fallecidos. Tratan de guardar los recuerdos de los que se han ido con el temblor. Excavan con lo que tienen a mano para recuperar los recuerdos de una vida pasada.
Mientras, la ayuda que llega a cuenta gotas y se ven los primeros enfrentamientos para hacerse con ella, incluso con ropa de abrigo porque la mayoría de la gente está en mitad de la calle, sin refugio, en un invierno gélido.
El terremoto de Turquía fue solo el comienzo de un grito continuo y mudo de dolor del que es imposible dejar escapar.
Entre tanta tragedia hay lugar para la esperanza. La que dejan 16 bebés –a los que nadie ha reclamado- que sacan del horror, rumbo a la capital en el avión presidencial. Calentitos, arropados y ajenos a todo lo que les rodea.