Los conflictos se libran sobre el terreno pero también en el exilio. A Thaw Nandar Aung también se le conoce como Han Lay y no tiene más remedio que hacer su parte desde Canadá, a 11.000 kilómetros de distancia de su hogar, Birmania. Este 1 de febrero se cumplen dos años desde que la junta militar (Tatmadaw) llevó a cabo un golpe de Estado en el país y encarceló a la presidenta electa y ganadora del Premio Nobel de la Paz en 1991, Aung San Suu Kyi, y a su gabinete. La joven modelo, a punto de cumplir 24 años, se ha convertido en uno de los rostros más visibles de la resistencia.
Hasta el 27 de marzo de 2021, las credenciales de Han Lay eran las de Miss Universo Myanmar Myawaddy 2019 y Miss Grand Myanmar 2020. Desde aquel día, su figura ha quedado íntimamente ligada al activismo lejos de las fronteras de un país lastrado por la represión. Se encontraba en Bangkok, Tailandia, sobre un escenario desde el que representaba a su nación como una de las 20 finalistas del certamen Miss Grand International. Durante esa misma jornada, los militares de la junta habían matado a más de 160 manifestantes. “Lo siento mucho por la gente que ha perdido la vida hoy en sus calles. La gente de Myanmar se está manifestando por la democracia. Yo también estoy luchando por la democracia en este escenario ahora. Por favor ayuden a Myanmar, necesitamos la ayuda internacional”. Visiblemente afectada por la situación en su país, Han Lay se ganó el aplauso del público presente y la admiración del mundo entero. No pudo regresar a Myanmar.
Aquellos dos minutos fueron suficientes para que la modelo fuera acusada de sedición por las autoridades, una pena que puede acarrear un máximo de 20 años en prisión. Acto seguido viajó a Vietnam y a su regreso a Tailandia, se le denegó la entrada. Según Human Rights Watch, la activista fue víctima de un acto político deliberado de la junta para convertirla en apátrida cuando regresó de Vietnam a Tailandia. “Todas estas educadas y diplomáticas menciones a un supuesto ‘problema’ con su pasaporte no pueden ocultar el hecho de que su pasaporte estaba en regla. No es la primera vez que dictaduras militares birmanas represivas intentan utilizar su control sobre los pasaportes de Myanmar como arma contra el derecho de su propia población a viajar al extranjero”, expresó la organización en aquel momento. “No cabe duda de que lo que ocurrió fue una trampa para intentar obligar a Han Lay a regresar a Myanmar, donde se habría enfrentado a una detención inmediata, a probables malos tratos durante su reclusión y a la cárcel. Afortunadamente, recibió el buen consejo de quedarse en el aeropuerto y esperar el tipo de protección que necesitaba. Fue una victoria para los derechos y la protección de los refugiados”.
La intención de las autoridades migratorias tailandesas era la de deportarla, pero se acabó reuniendo en el aeropuerto con representantes del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. Varios meses más tarde, Canadá le ofreció asilo y es allí desde donde intenta concienciar sobre la necesidad de que Occidente no se olvide de lo que está sucediendo en la antigua Birmania. “Canadá es un lugar seguro para mí, tendré más oportunidades para mis denuncias”, apuntó en septiembre del año pasado.
Las atrocidades continúan en Myanmar dos años después del golpe de Estado. El pasado verano cuatro activistas fueron ejecutados y los ataques contra la población son constantes. Uno de los más recientes fue el bombardeo en septiembre de un colegio. Según los militares, la resistencia usó el edificio como escondite y a los niños como escudos humanos. Según datos ofrecidos por la BBC, los ataques aéreos son parte de la nueva estrategia de control de la población y se han producido 600 ataques entre febrero de 2021 y enero de 2023. Aunque es difícil precisar el número de víctimas mortales, la estimación es que entre octubre de 2021 y septiembre de 2022, han asesinado a alrededor de 155 civiles por esta vía. Otras estimaciones hablan de alrededor de 2.940 personas asesinadas. Los desaparecidos y detenidos se cuentan por decenas de miles.
Han Lay pidió ayuda internacional en su discurso y lo hace casi a diario desde el exilio. Su última visita reportada ha sido a Londres a final del año pasado y su ángulo sigue siendo el mismo: urgir a Occidente a mirar hacia Birmania mientras dedica toda su atención a Ucrania. El camino para ello es arduo y será largo. Recientemente, un informe independiente elaborado por altos ex funcionarios de la ONU sostienen que al menos 13 países están suministrando materias primas al Ejército de Myanmar para que fabrique una amplia gama de armas que no utilizan para proteger sus fronteras, sino contra su propio pueblo. El Consejo Asesor Especial de Myanmar esgrime en su reporte que países como Estados Unidos, Japón, Francia, Alemania o India siguen vendiendo armas o propiciando la fabricación de las mismas a pesar de las sanciones impuestas tras el golpe de Estado. Además, algunas de las mayores empresas de petróleo y gas del mundo se han aprovechado de la situación, según The Guardian, y han obtenido millones de dólares de beneficio con operaciones que han contribuido a apuntalar el régimen militar.