No es que, con la ilegal invasión de Rusia contra Ucrania haya empezado la temida por todos Tercera Guerra Mundial o que esa conflagración esté a punto de empezar. Lo que ocurre es que la Primera Guerra Mundial no ha terminado o, al menos, todavía vivimos sus consecuencias. Así lo entiende el intelectual Frank Furedi (Budapest, 1947), sociólogo, profesor emérito Universidad de Kent (Reunio Unido) y prolífico autor de libros.
Furedi, que lleva años ejerciendo de comentarista en una dilatada carrera que le ha llevado publicar textos en numerosas publicaciones internacionales de prestigio como The Guardian, The Times, The Wall Street Journal, L'Espresso, Die Zeit o Die Welt, sigue siendo fiel al análisis que hiciera en su libro sobre la Primera Guerra Mundial, First World War: Still No End in Sight, algo así como “Primera Guerra Mundial: sin un final a la vista”.
A su entender, de aquella guerra, “el hecho histórico más más importante del Siglo XX”, según sus términos, procede una Guerra Fría en cuyo término, con la caída de la Unión Soviética y el comunismo, surge “la cuestión rusa”.
“Si bien la Unión Soviética colapsó y se desintegró, sigue estando ahí la pregunta de cuál es el lugar de Rusia en este mundo”, dice Furedi en esta entrevista con NIUS. Tras la caída del comunismo, “Occidente no se dio cuenta de que Rusia era en un estado débil e inseguro”, algo en lo que radica, según da a entender Furedi, el hostil y actual comportamiento internacional del país de Vladimir Putin.
Precisamente sobre ese comportamiento internacional ruso, la invasión de Putin contra Ucrania y, especialmente, el comportamiento de Occidente, versa el último libro de Furedi, un volumen recientemente publicado en la editorial alemana De Gruyter. Se titula The Road To Ukraine: How the West Lost its Way (Ed. De Gruyter, 2022), o “El camino a Ucrania: cómo Occidente perdió el rumbo”.
Furedi, experto en cuestiones educativas – a las que tiene dedicadas varios libros – lamenta la pérdida de influencia de “valores aristotélicos” como la valentía, el deber o la solidaridad en Occidente. También lamenta que haya tenido que ocurrir la guerra en Ucrania para que el mundo occidental descubra la “valentía”. “En el libro cito que el The New York Times dice a sus lectores: 'Ahora descubrimos que hay una cosa como la valentía en vista de lo que pasa en Ucrania'”, subraya Furedi.
P: Usted defiende en uno de sus últimos libros que, en sí, la Primera Guerra Mundial no ha terminado. Si eso es así, ¿Cómo está esa Primera Guerra Mundial relacionada con la ilegal invasión rusa contra Ucrania?
P: La Primera Guerra Mundial fue el hecho histórico más importante del Siglo XX. Llevó a la creación de un nuevo mundo que, de forma inherente, no es estable. La primera consecuencia de esa guerra fue la aparición de lo que se ha llamado la cuestión alemana. Es decir, la aparición de Alemania como el máximo poder en Europa, algo que llevó a la Segunda Guerra Mundial. Entre los expertos hay un consenso en que la Segunda Guerra Mundial es la continuación de la Primera Guerra Mundial.
Y también hay consenso en que después de la Segunda Guerra Mundial, hubo una separación en Europa entre este y oeste en la Guerra Fría. Ahora bien, mucha gente se ha equivocado pensando que, tras el final de la Guerra Fría, la historia terminó. En Europa, con el final de la Guerra Fría, sí, tal vez se resolvió la cuestión de Alemania, una vez reunificada. Pero tras el final de la Guerra Fría aparece la cuestión rusa.
P: ¿A qué se refiere?
P: A que si bien la Unión Soviética colapsó y se desintegró, sigue estando ahí la pregunta de cuál es el lugar de Rusia en este mundo. Y aquí, tras la desintegración de la Unión Soviética, el mundo occidental, en lugar de haber sido algo más generoso y haber ofrecido un lugar más integrado en Europa, los países occidentales fueron a Rusia para básicamente aprovechar la oportunidad. Era el tiempo en que las compañías occidentales fueron a hacer negocios con los oligarcas rusos. Occidente no se dio cuenta de que Rusia era en un estado débil, inseguro, porque no sólo hubo países que surgieron de la Unión Soviética, también, dentro de Rusia hay una gran cantidad de minorías étnicas y esto es un problema.
Pero no hay sólo un problema. Porque en Occidente, al mismo tiempo, se ha sido evitado hablar de los conflictos entre países. Por eso, en ámbitos académicos como las relaciones internacionales, ha habido un abandono del tema de la geopolítica y de cómo se resuelven las rivalidades entre naciones. Tras Guerra Fría, se creó una fantasía según la cual vivimos en en el final de la historia y en un mundo global en el que lo que importa es la economía y no la política ni la guerra. Esto ha pasado especialmente en el mundo anglosajón y en el norte de Europa, incluido Alemania. No hemos sido capaces de mirar de nuevo a los conflictos surgidos allá por 1914.
P: Entiendo que es por eso que usted habla de como Occidente ha perdido su rumbo en el mundo. ¿Nadie más alertó de esta evolución?
P: Hubo llamamientos de lo que se llama la escuela realista de las relaciones internacionales. Gente como John Mearsheimer o Henry Kissinger y alguna gente comprendieron que algo estaba fallando. Pero si miras lo que se ha estado produciendo en el campo de las relaciones internacionales y la diplomacia, o el modo en que los diplomáticos han sido educados y el tipo de ideas que los diplomáticos tenían, nadie desafiaba en realidad ese convencimiento de que había llegado el fin de la historia. Resulta que en esas disciplinas de las que le hablo ya no se podía hablar de geopolítica, porque eso es justamente de lo que hablaban los alemanes en los años 30 sin darse cuenta que la geopolítica es mucho más.
Tampoco se hablaba de nacionalismo, del hecho de que identificarse con un país o el patriotismo, porque eso se veía como un problema, sin darse cuenta de que no es porque uno se identifica con, por ejemplo España, que uno odia a los portugueses o a los franceses. El patriotismo o la identificación con una nación se ha visto como algo malo y por eso hacían falta todas esas instituciones internacionales que, moralmente, estaban en una posición superior a los gobiernos nacionales. Esto es un error. Pero hay otro error, según el cual el concepto de interés nacional se identificaba con egoísmo. Por eso no se podía hablar de interés nacional sino de cosas como la humanidad o la realidad global. Esto surge de disneyficar la realidad.
P: ¿Qué quiere decir con eso de “disneyficar la realidad”?
Que en Occidente se ha visto el mundo como en una película de Walt Disney en la que todo el mundo es muy bueno con todo el mundo. Porque la idea de la globalización va por ahí, cuando se dice que las naciones han dejado de contar en la realidad internacional ya que lo que importa es el modo en que las instituciones internacionales pueden resolver problemas y minimizar los conflictos. Todo esto ha sido muy influyente en las universidades, que es donde se forman los diplomáticos, por ejemplo.
P: ¿Puede explicarme, concretamente, el impacto de esas ideas de la disneyficación de la que habla?
Recuerdo, tras los atentado del 11-S, me invitaron desde el Departamento de Estado de Estados Unidos para ir a hablar a sus diplomáticos sobre yihadismo. Me encontré a todos estos diplomáticos, eran la élite de la diplomacia, y eran como niños. No hablaban otras lenguas, sólo hablaban inglés, y estaban trabajando en la oficina para el mundo árabe del Departamento de Estado. Esto sigue así. El otro día leía en el Times que, en Inglaterra, el Foreing Office se quejaba de que no tenían suficiente gente que hablara mandarín. ¡¿Cómo vas a lidiar con China sino entiendes de lo que se habla en ese país?!.
En definitiva, en Occidente ha habido un analfabetismo geopolítico que ha llevado a la gente en el poder a actuar de un modo naíf. Pero hay que lidiar con conflictos o, simplemente, con gente mala y que hay que tener claro cuáles son los problemas a los que nos enfrentamos para que no pase como pasó hace poco. A saber, que un día nos levantamos y ¡Oh, Rusia ha invadido Ucrania!.
P: ¿Y una vez que ha estallado esa guerra contra Ucrania, ha despertado Occidente?
Ahora, ha habido cambios, pero por razones incorrectas. Lo que está pasando es que hay dos guerras. Una entre Rusia y Ucrania, en la que Rusia invade a Ucrania y nosotros apoyamos a Ucrania porque tienen derecho a tener su país y a ser libres. Pero también hay una guerra en Ucrania entre Estados Unidos y Rusia. Y aquí, Occidente está actuando de forma oportunista, porque Occidente ha abandonado sus valores históricos, ahora está parasitando el heroísmo del pueblo ucraniano.
Por eso se dice que Volodimir Zelenski es nuestro héroe, por eso todo el mundo quiere ir a Kiev y sentarse a su lado. Esto que está pasando es que Occidente quiere rehabilitarse moralmente. Algo que me preocupa de esta guerra entre Estados Unidos y Rusia es que la guerra contra Ucrania se esté utilizando para otra cosa que no sea buena para los intereses de los ucranianos, pero tampoco para Occidente ni para Rusia. Porque hay que tener algo claro, esta guerra no va a acabar en mucho tiempo. Tenemos que pensar en las implicaciones de esto.
P: Sobre esto, en Washington los hay que dicen que esta guerra es útil para Estados Unidos porque puede servir para disminuir el papel de Rusia a nivel internacional. ¿Cómo ve usted a la Unión Europea ante este conflicto?
P: Con Europa pasa lo mismo que con Estados Unidos, a otro nivel, porque también están apretada, por Rusia y, por otro lado, Estados Unidos, que ha encontrado una oportunidad para rehabilitarse tras retrocesos como la salida de Afganistán. La situación de Europa es interesante, porque parece estar unida, pero se sabe que en Europa hay diferentes tensiones entre los países. Es un sucio secreto que se sabe: hay muchos países que siguen haciendo negocios con Rusia a pesar de las sanciones. Los hay que siguen comprando petróleo, otros compran diamantes, otros compran gas.
Pero, grosso modo, hay dos cosas que están pasando. Uno: la UE está tratando de rehabilitarse moralmente, porque el papel diplomático de la UE es muy pequeño, y para verlo ahí está que Josep Borrell diga que obtiene la información de los periódicos y no de sus servicios diplomáticos. Y dos: Europa está dividida. El este europeo está preocupado por una eventual Conferencia de Yalta 2.0, que implique un nuevo reparto de la región, el oeste europeo está preocupado por una eventual guerra nuclear.
P: ¿Hay algo más que debiera preocupar que pudiera surgir de este conflicto?
P: Sí, y de esto no se habla mucho. Y es que si Rusia sale derrotada de Ucrania tal y como quieren en Estados Unidos, eso sería una problema muy grande para el mundo. Porque ya se ha visto que hay tensiones y guerras que pueden resurgir al este ruso, como lo que se ha visto entre Kirguistán y Tayikistán, mientras que en Kazajistán hay inestabilidad, y luego hay países como Irán y Turquía influyendo en zonas que antes estaban bajo influencia rusa. Dan miedo las posibles consecuencias de que Rusia deje de jugar el papel que ha venido jugando. Porque ese es un papel realmente importante para el mundo.
Hay una amenaza de fragmentación en esas partes del mundo y bueno, conflictos en estas partes del mundo podrían convertir la guerra contra Ucrania en algo tranquilo. Yo no quiero que Rusia se lleve tal derrota que haya una nueva guerra mundial en el este de Rusia, implicando al mundo árabe y el mundo asiático en un tiempo en el que ya hay rivalidades económicas internacionales. Creo que pensar sobre estas posibles consecuencias debiera ser algo en lo que los diplomáticos europeos tendrían que pensar, porque pueden ser importantes, especialmente en el largo plazo.
P: Cuando habla de esa rehabilitación moral que se busca en Estados Unidos y en Europa, ¿A qué se refiere?
P: Esta es la cuestión más importante. Y lo digo en tanto que ateo. Pero ocurre que la gente, en Europa, ha dejado de utilizar un lenguaje moral. Se le dice a la gente que el uso del lenguaje moral, hablar del bien o del mal, o que hacer juicios de valor es algo anticuado. En lugar de eso, en Occidente decimos cosas como “las evidencias muestran que...” o que “las cosas deben hacerse porque los expertos lo dicen”. Hemos sustituido el lenguaje moral por un lenguaje tecnocrático y técnico. Y haciendo esto, Occidente se ha quedado moralmente desarmado. Porque tal y como se está educando a la gente, a los jóvenes, realmente, no se está educando a la gente en valores aristotélicos, como la valentía, el deber, la solidaridad.
Incluso valores como la tolerancia se están entendiendo mal en Occidente. Porque la tolerancia significa que incluso cuando tú hablas yo odio todo lo que dices, soy capaz de hablar con gusto contigo, debatir y discutir. La tolerancia no significa que todos tenemos que caernos bien. La tolerancia es un concepto muy difícil. Es muy difícil ser tolerante. En resumen, lo que quiero decir es que los valores clásicos, los valores del cristianismo, del renacimiento y de la ilustración se han convertido en algo extremadamente marginal en nuestro modo de vida. Y esto tiene implicaciones en cómo vemos el mundo.
Por eso cito en el libro que el The New York Times dice a sus lectores: “Ahora descubrimos que hay una cosa como la valentía en vista de lo que pasa en Ucrania”. No hace falta mirar a Ucrania para saber que la valentía existe, sólo hace falta mirar a nuestras propias comunidades para apreciar ese valor. Por eso digo que estamos ahora subidos a la espalda de los ucranianos para hacer ver en Occidente que tenemos altura moral.
P: ¿Hay salida a esta evolución?
Creo que sí, pero es muy complicado. Y este es un tema sobre el que ya he escrito un libro. Es complicado por el modo en que la gente socializa y por cómo la gente se educa. Vivimos en una sociedad infantilizada en Occidente. Hay gente de cuarenta y pico años, por ejemplo, que se comporta aún como si fueran jóvenes. Se está animado a la infantilización y, por ser honestos, no creo que nos estemos tomando en serio como seres humanos. No digo que tengamos que ser todos héroes o algo así, pero todos deberíamos tener claro lo que está ben y lo que está mal. O deberíamos de poder hablar de estas cosas. No para crear una religión, sino porque es así que debe conducirse una vida civilizada.
P: ¿Cómo explica que, en Occidente, en según qué países, haya pruebas de solidaridad, pero también haya muestras de gente que se opone a enviar armas a Ucrania o que quiere el cese de las sanciones? Alemania, por ejemplo, el Gobierno apoya a Ucrania, con cautela, mientras extrema derecha y extrema izquierda movilizan a la gente en la calle para pedir el fin de las sanciones o cosas así.
Es una pregunta complicada, porque estamos ante una situación en la que se hay realismo sin políticas realistas. Alemania es el país más responsable de esta la situación, por el modo en que se ha relacionado con Rusia, haciendo como que el comercio iba a traer la democracia a Rusia y todo eso. En ninguna otra parte del planeta hay un mayor desmantelamiento moral que el que vive Alemania. Por otro lado, puedo entender de dónde vienen la extrema derecha y la extrema izquierda. Ellos piensan que están pagando el precio por políticas estúpidas. Pero es que son gente que tampoco han recibido la educación para entender que es su deber levantarse y luchar por la libertad. Porque la libertad no es un principio étnico. Y para eso basta ver la actitud que suelen tener los alemanes hacia la libertad de expresión.
P: En Estados Unidos, ya son casi la mitad de los republicanos los que dicen que su país “está haciendo demasiado” por Ucrania, según las encuestas...
Para entender esto hay que mirar a ese fenómeno de la guerra cultural, que no es sólo un fenómeno estadounidense, sino global. Esto ha hecho que el panorama se polarice. De manera que si, en Estados Unidos, los demócratas dicen “a”, los republicanos dicen “b”, y viceversa. Creo que esto es algo negativo. Lo que está pasando, gradualmente, es que la parte conservadora de la sociedad occidental ha sacado la conclusión que el apoyo a Ucrania por parte de Occidente está motivada por la expansión global de la guerra cultural. Y hay algo cierto en eso. Por ejemplo, si al inicio de la guerra leías el The New York Times, te dabas cuenta de que todo iba de cómo la comunidad LGTBI+ en Ucrania tenían problemas debido a los rusos. Frente a esto, hay una repuesta desde la derecha. Durante la Guerra Fría, había una derecha anti-rusa, y, en la izquierda, no lo eran tanto. Era lo contrario que ahora.
P: ¿Pero no es esta forma de actuar algo contraproducente, que hace que los republicanos, que han sido el partido de la libertad frente a la Unión Soviética, quieran ahora tener políticas suaves con alguien como Vladimir Putin?
Sí, pero es complicado. Porque no sólo los republicanos se está ablandando en la defensa de la libertad. También lo están siendo los demócratas. En general, en el mundo occidental, la libertad se está devaluando. En toda mi vida nunca había visto, como ahora, tanta aversión a la libertad de expresión viniendo de tantas partes distintas. Por eso pienso que la guerra cultural es la gran cuestión de nuestros días. Me recuerdan a las guerras de religión del siglo XVI y XVII, porque no había diálogo, y porque las partes reaccionaban por oposición las unas a las otras.