A Pascal Bruckner (París, 1948) se le considera en Francia uno de los mejores ensayistas contemporáneos. Este filósofo y escritor de reputado prestigio lleva décadas analizando en una abundante colección libros realidades políticas de toda índole y, en muchos casos, de mucha actualidad.
Su último volumen, Un coupable presque parfait (Ed. Grasset 2020) o “Un culpable casi perfecto”, se inscribe en una titánica tarea intelectual que le ocupa desde hace casi tres décadas. A saber, “rehabilitar el mundo Occidental”, según dice el propio Bruckner en esta entrevista con NIUS.
A su entender, esa rehabilitación pasa por hacer frente a esa izquierda de la izquierda que se ha apoderado de luchas emancipatorias como el feminismo y el antiracismo para convertirlas en lo que él conviene en llamar “una religión”.
Esa “religión” la profesa una izquierda radicalizada - extrema izquierda- que atenta contra conceptos básicos de la democracia como el “pluralismo”. “No puedes tener una opinión diferente porque de hacerlo te conviertes en un hereje. Y si eres un hereje tienes que ser castigado y obligado a callar”, dice un Bruckner.
Él, lejos de callar, ha escrito Un coupable presque parfait para desmontar a esa izquierda cuyo único programa político son las minorías.
P: Usted ha dicho que, siendo joven, se mostraba “curioso” con el maoísmo y el trotskismo. ¿Cómo ha cambiado su visión sobre la izquierda de la izquierda?
Nunca he sido ni maoísta ni trotskista. Lo que pasa es que eso me divertía como el que se divierte al ver a los miembros de una capilla o de una religión. Nunca he sido un izquierdista, sobre todo teniendo en cuenta que, cuando yo era joven, la izquierda estaba ya cambiando y no comprendía nada del mundo. Esto luego se hizo más grave con la caída del Muro de Berlín y el fracaso de una socialdemocracia que no logra renovarse. Hoy asistimos a una crisis de la izquierda que, en Francia, es particularmente visible porque el Partido Socialista francés no es ni capaz de presentar a un candidato a presidente.
P: Abundan los libros recientes sobre la extrema derecha, el populismo de derechas, la ultraderecha o fenómenos como Donald Trump. Menos a menudo aparecen libros como el suyo, centrados en el análisis de ese izquierdismo en el que también se ven peligros para la democracia. ¿Cómo explica usted este hecho?
Supuestamente, la izquierda no se puede equivocar, la izquierda siempre representa el bien, incluida la extrema izquierda, mientras que, por otro lado, sobre la derecha siempre hay una sospecha. Así, ser de derechas implica exponerse a la acusación de ser fascista. En realidad, lo que caracteriza a la izquierda es su 'buena conciencia', su incapacidad de ponerse en entredicho y, ahora, está siendo fagocitada por la extrema izquierda. La extrema izquierda es el superego de la izquierda.
P: Usted es muy crítico con la izquierda en Europa y Estados Unidos. El psicólogo social Jonathan Haidt decía a NIUS recientemente que la izquierda de la izquierda en Estados Unidos se comporta como una religión
Del wokism [algo definido como ser consciente y estar atento a los hechos importantes, especialmente en cuestiones de racismo y justicia social, ndlr.] se ha dicho, de hecho, que es una nueva forma de protestantismo. En el siglo XIX hubo en Estados Unidos un fenómeno que se llamó The Great Awakening, “El gran despestar religioso”. Lo de ahora es el The Great Awokening, con una “o” en vez de “a”. Es el “gran Despertar” de los woke, una religión con sus procedimientos para excomulgar, sus ritos, y demás.
Es una religión basada en la justicia racial y el antirracismo. Pero es un antirracismo muy discutible, porque Black Lives Matter es un movimiento que tiene formas de expresión extremas y, sobre todo, muy antisemita. Hay una visión ahí de Israel y de los judíos que se confunde con los de la extrema derecha. Pero esto no lo dice nadie porque, al ser negros, tienen razón automáticamente.
P: Usted también ha analizado el impacto de este movimiento en Francia. ¿En qué medida son exportables estas ideas estadounidenses?
En realidad, estas ideas de Estados Unidos tienen su origen en Francia. Proceden de intelectuales como Jacques Derrida, Gilles Deleuze, Michel Foucault. Derrida, por ejemplo, hablaba del falogocentrismo [para referirse a lo que Deleuze denunciaba como privilegio masculino, ndlr.]. Cuando ideas como esas llegan a los campus universitarios estadounidenses se mezclaron con la realidad estadounidense. Luego han sido re-exportadas hacia Francia a finales del siglo pasado. O sea, que los franceses les dimos el virus a los estadounidenses y éstos nos devuelven la enfermedad.
P: ¿Y qué papel juega la izquierda francesa en la importación de esas ideas?
Esas ideas son exportadas porque la izquierda no tiene nada más que ofrecer a la población. Así, la izquierda adopta sin espíritu crítico las ideas de raza, género e identidad que hoy son tan populares en las universidades.
P: ¿Tiene algo que ver todo esto con que Xavier Gorce, dibujante del diario Le Monde
Absolutamente. El diario Le Monde es la quintaesencia del conformismo en Francia. Es un gran periódico que tiene tanto miedo de no gustar a los nuevos revolucionarios que camina sobre una fina capa de hielo. En el caso de Xavier Gorce lo que ocurre es que los periodistas jóvenes de la redacción son los que han insistido para censurarlo. Ahí ocurre una desconexión generacional en las redacciones.
Los periodistas jóvenes son muy woke y muy radicales y los periodistas más veteranos son gente de izquierdas de la vieja escuela. Es decir, los veteranos aceptan que se expresen sus adversarios en un debate. Resulta muy chocante ver que los jóvenes son intransigentes e intolerantes y que la generación que tiene cincuenta años, sesenta años y más allá, es más abierta. Esto da mucho miedo. Porque ser de izquierdas hoy significa no aceptar la discusión con los adversarios. Por eso vuelve la censura.
P: ¿Cómo ha podido pasar que, según dice usted, “ideas de emancipación” como el feminismo y el antiracismo se han convertido en “ideas de persecución”?
La izquierda piensa estar en posesión de la verdad. En el marxismo, el que se oponía era un enemigo de clase y tenía que ser excluido de la humanidad. Ahora lo que vemos es la creación de un macartismo de izquierdas. Esto viene de los Estados Unidos. El macartismo es un movimiento de la derecha estadounidense que ahora ha pasado a ser de la extrema izquierda porque niega que se la pueda contradecir. Toda contradicción es una traición y merece la exclusión, por eso se busca que quienes contradigan salgan, por ejemplo, del periodismo y de las universidades.
Este movimiento se está acentuando porque las generaciones más jóvenes piensan que están en posesión de la verdad y el que se oponga a ellas es un enemigo de la verdad. Esta juventud que quiere acabar con el viejo mundo, en realidad, está cayendo en comportamientos arcaicos. De una cierta manera, esta juventud es medieval. Practica el linchamiento en las redes sociales, el poner en la picota o la muerte social. Todo esto no son signos propios del progreso, al contrario, en mi opinión, son una regresión.
P: Y todo esto, dice usted, por la falta de agenda política de los socialdemócratas y el fracaso del comunismo.
Así es. Todo esto se inscribe en el mito de la izquierda, que hace suyos los problemas de las minorías y del racismo y del feminismo de una forma totalmente dogmática. De esta forma, la izquierda se olvida de su mensaje universalista para hacerse la defensora de las minorías. Así se llega a que las minorías siempre tengan razón contra las mayorías y a que, a cualquier precio, siempre habrá que defender a las minorías, independientemente de lo barrocas que sean sus reivindicaciones.
P: ¿A qué se refiere?
A que las minorías piden hoy leyes para ellas solas. No quieren obedecer a las leyes de la sociedad en su conjunto, sobre todo cuando hay una situación que atenta contra sus convicciones o emociones.
P: ¿Vivimos una época en la que las emociones se sitúan por encima de la razón?
Sí, la emoción es lo primero, porque dice la verdad del ser humano y los individuos deben ser desprovistos de todo lo que les pueda humillar, ya sea el humor o la ironía. El nuevo movimiento en la izquierda se caracteriza por pensar así.
P:Pero en Francia, ¿Ha llegado la situación a ser tan extrema como en Estados Unidos en cuyas universidades ya hay palabras que no se pueden ni pronunciar?
En Francia tenemos una cosa que es la escritura inclusiva, que es algo totalmente grotesco e incomprensible. Aquí también, la gente prefiere autocensurarse a que lo juzguen socialmente. Para no ser víctima en las redes sociales. Porque todo esto ha surgido en las redes sociales, que se han convertido en un quinto poder en la sociedad.
P:Este fenómeno en la izquierda al que usted dedica su libro tiene su homólogo en la derecha, ¿no es cierto?
En la extrema derecha hay mucha conspiranoia. Pero lo que yo constato es que los dos extremos se confunden. Es decir, que la extrema derecha y la extrema izquierda se confunden cada vez más, aún creyendo ellas que se están dando la batalla. Por ejemplo, los antifa están empleando las mismas técnicas que los grupúsculos de la extrema derecha. El black block, guerrilleros urbanos vestidos de negro, se parecen mucho a los seguidores de Mussolini de los años 20.
En la extrema izquierda y en la extrema derecha hay un mismo odio al Estado, a la burguesía, a la policía, las instituciones, la ley y la democracia. Aún detestándose mucho, se parecen mucho por sus hábitos y sus odios. Ese odio a la democracia es parecido al que se experimentó en los años 30 en Alemania.
P: ¿Entonces los woke son antidemócratas?
Ellos están atacando el concepto mismo del pluralismo. La idea misma de que otra persona pueda tener otra opinión diferente es, para ellos, una idea insoportable. Para ellos, no puedes tener una opinión diferente porque de hacerlo te conviertes en un hereje. Y si eres un hereje tienes que ser castigado y obligado a callar.
P: Pese a las muchas cosas negativas que pone usted de manifiesto en su último libro, en él también hay un canto al mundo Occidental.
Así es. Hay que rehabilitar al mundo Occidental porque somos la conciencia del mundo. Desde que escribí Le Sanglot de l'homme blanc (Ed. Seuil, 1983) – “El sollozo del hombre blanco” – yo estoy revistando el mundo Occidental. Éste asume sus crímenes al contrario que otras civilizaciones. Probablemente seamos la única civilización que asume sus errores y sus barbaridades, poniéndose a distancia de esos crímenes. Otras, culturas, sin embargo, rechazan incluso hacer eso.
P: ¿Podría dar un ejemplo de esto?
El caso de la esclavitud. No fue un invento de Occidente, pero Occidente inventó su abolición. Fue en el mundo Occidental que existieron los primeros abolicionistas. El primero en abolirla fue Portugal en 1761. Luego siguieron Dinamarca, Inglaterra y, en definitiva, esa abolición no ocurrió en África ni en Estados Unidos. Algo parecido pasa con el racismo, fue teorizado primero en Occidente, pero aquí también se creó el antiracismo. Lo interesante de todo esto es que se atribuye el mal a aquel que reconoce haberlo cometido.
Los alemanes han reconocido el genocidio de los judíos y los gitanos. Pero los turcos siguen negando ante el genocidio de los armenios, los rusos se niegan a reconocer los crímenes de Stalin y China los de Mao. Se nos acusa a los occidentales de todos los males del planeta pero a nadie se le ocurre de hablar del esclavismo arabo-musulmán que existió y que todavía existe, porque ahora sabemos que en Libia hay mercados de esclavos todavía, y que el Estado Islámico volvió a establecer la esclavitud en Irak y Siria desde que tomaron el poder. Nadie pide cuentas a los países del Magreb por la ocupación de España, una ocupación que duró siglos.
P: Esto tiene mucho que ver con el “culpable casi perfecto” de su libro.
Sí, porque ser occidental significa darle la razón a sus enemigos. Es decir, practicar la autocrítica. La capacidad de análisis nació en Grecia. Luego el cristianismo la retomó en el examen de conciencia y esto, al final, se ha convertido en el motor de la democracia, un régimen que vive de su autocrítica permanente.
Sin embargo, esa capacidad de autocrítica ha terminado convirtiéndose en una especie de masoquismo moralizador en el que los occidentales se atribuyen todas las culpas del mundo porque se cree que Occidente escribe la historia todavía. Pero el mundo lleva ya tiempo que no está dirigido por los occidentales. Tampoco tenemos el monopolio de la barbarie. Los chinos, los indios, los árabes y los africanos también son capaces de barbaridades y han de ser capaces de reconocerlas.
P: Para reivindicar Occidente, ¿Qué tipo de figura política hace falta?¿Qué le parecen figuras surgidas del centrismo como el presidente francés Emmanuel Macron o el presidente estadounidense Joe Biden, que se ha dado la tarea de reconciliar su país?
Creo que Macron es lo que hacía falta. Porque para todos los huérfanos de la izquierda y los insatisfechos de la derecha, no es que sea la mejor solución, sino la menos mala. Biden, por parte, es un producto salido de la Administración Obama. Pero después de los excesos del trumpismo y de la izquierda universitaria se puede esperar que le tiente la moderación. Yo creo que Biden puede atenuar los ardores de los universitarios estadounidenses y de lo políticamente correcto, pudiendo reunir a los moderados de los dos campos.