Los cambios de guardia es de lo poco que se modifica en el escenario inmutable de la capilla ardiente de la reina Isabel II. Son ya cinco días, en torno a 100 horas de ceremonia respetuosa hasta el extremo, monótona de no ser por los detalles. Y multitudinaria. Tanto es así que el Gobierno británico ha recomendado a las personas que no vayan ya a la fila.
Se calcula que pasarán 800.000 personas hasta el amanecer de este lunes a las 6:30 horas (7:30 en la España peninsular), cuando quedará clausurada a la ciudadanía. Cada persona que por allí pasa es un mundo y tiene su particular forma de decir adiós: una reverencia, una señal de la cruz o un saludo militar.
Tiempo no les ha faltado para pensarlo. Han tenido unos 8 kilómetros, 18 horas para bordear el río Támesis, subir rampas, doblar esquinas. La cola en la calle sigue tan infinita como cuando empezó. Fría, además, durante la noche, se han repartido mantas para evitar males mayores.
"Arrancar, parar, arrancar, parar...", señala Jack resoplando al tiempo que resume en dos palabras lo costosa que se la hecho a ratos la espera. Julie, de hecho, casi se rinde a la mitad. "Estoy cansada y dolorida", admite. Ha llegado por el ánimo y el consejo de su marido: "Míralo, luego vete a casa y duerme".
En la capilla ardiente de Isabel II, este domingo ha sido el día también de las autoridades. Desde un balconcillo elevado, mandatarios de todo el mundo se han despedido de ella antes de acudir este lunes al funeral de Estado. Sus orígenes dispares han puesto de relieve la influencia planetaria de la reina fallecida.