No suelen ser habituales las historias de personas que sobreviven al ataque de un tiburón, pero no es el caso de este submarinista. Todo se remonta a 1968, mientras Frank Logan estaba buscando caracoles de mar junto a sus amigos en Bodega Rock, en California, cuando un tiburón blanco le mordió el torso y comenzó a sacudirlo.
"Sentí que algo descendía sobre mis piernas y después sentí un dolor aplastante en la espalda y el pecho", afirmó Logan. El temible depredador mordió el costado de Frank y comenzó a sacudirlo violentamente. Cualquiera en el lugar de Logan estaría nervioso y horrorizado, pero este submarinista tomo la mejor decisión de su vida. Frank se hizo el muerto y sin más, el tiburón lo soltó y se alejo nadando.
Al instante los amigos de Logan lo sacaron del agua y lo llevaron a un hospital cercano donde recibió más de 200 puntos para reparar sus heridas abiertas. En total se le quedaron clavados 18 enormes dientes de tiburón. Los expertos, al observar las mordeduras dedujeron que el tiburón media aproximadamente unos 4 metros de largo.
William McKeever, experto en tiburones, dijo que el acontecimiento de Frank fue una prueba que los tiburones no están interesados en la carne humana como comida. "Si el hambre fuera la motivación principal del tiburón para el ataque, Logan habría sido una presa fácil".
En su libro Emperors of the Deep de 2020, McKeever dice que el sonido del movimiento que producen los bañistas o en este caso los buceadores es lo que atrae a ciertos tiburones a curiosear y acercarse a los humanos. "Es muy probable que los tiburones se dirijan a los sonidos de baja frecuencia, como el movimiento de un pez que a los sonidos de mayor frecuencia como el movimiento de un ser humano nadando. En el caso de los surfistas, suele ser por la sombra que proyecta la tabla de surf".
George Burgess, profesor de ictiología y biología marina en la Universidad de Florida en Gainesville, ha elaborado una base de datos que recoge los ataques de tiburón en todo el mundo que se remontan a más de cuatro siglos. Bajo la dirección de Burgess, los investigadores de la ISAF (International Shark Attack File) registran una gran cantidad de información sobre cada ataque y afirman que rara vez los tiburones se alimentan de sus victimas.