Estados Unidos se pregunta por qué el autor de la masacre de la escuela de Uvalde, Salvador Ramos, estuvo cerca de una hora disparando a sus víctimas antes de ser abatido. Fuera, la policía frenaba a los padres de los alumnos, que querían acceder al recinto al no saber qué estaba pasando con sus pequeños. Las autoridades tuvieron que contenerles por la fuerza en esos casi 60 minutos interminables, con el asesino dentro del colegio y con los familiares en el exterior sabiendo ya que había disparado a dos agentes antes de entrar.
Fueron momentos de furia y de desesperación. Salvador Ramos, de apenas 18 años recién cumplidos, se había encerrado en un aula, donde mató a 19 niños y dos profesoras. Fue un guardia de fronteras fuera de servicio el que logró abatirlo.
El propio abuelo del asesino confirma que era un chico violento: “Quizás si hubiera estado ahí a lo mejor me mata a mí también”, ha dicho, antes de expresar su dolor y sus condolencias a todas las familias de las víctimas.
“Lo siento mucho. Tengo dolor para todos porque muchos de los niños son nietos de amigos míos”, cuenta.
Alejandra, Xavier, Eliana, Carmelo… son solo algunos de los nombres de las víctimas: todos niños de 9 y 10 años, asesinados en las circunstancias más terribles; en una matanza que sume en el dolor a los que se quedan, quebrados por la tragedia.
Mientras, el eterno debate sobre la Segunda Enmienda de la sacrosanta Constitución norteamericana continúa, con múltiples voces clamando indignadas por la restricción y el control al derecho y la tenencia de armas.
Con todo, y pese a ello, tras la enésima masacre de este tipo, en EEUU muchos están comprando mochilas antibalas para que los niños las tengan en las escuelas. También está subiendo la venta de armas, paradójicamente, porque la gente tiene miedo.
Entre tanto, estudiantes de todo el país han salido a las calles erigiéndose en protesta, con actos de impacto similares a los ya vistos en otras matanzas como la de Parkland, en Florida.