Marcelino Pardal, más conocido como Xelo, fue un destacado jugador del Racing de Ferrol (entre 1934 y 1937) republicano y hermano de un hombre asesinado por el franquismo, que huyó a Francia tras la Guerra Civil. Allí fue capturado por los nazis y encerrado en Mauthausen durante cinco largos años, donde se entretendría con otros presos jugando al fútbol con un balón de trapo, haciendo las delicias de sus captores, quienes, impresionados por su juego, le iban perdonando la vida.
Esta historia tan terrible como emotiva, digna del guión de una película de éxito en taquilla, tiene final agridulce: Marcelino falleció a la edad de 92 años en la ciudad francesa de Bèziers, donde vivía con su familia desde su liberación de Mauthasen, pero nunca pudo disfrutar de las fiestas de su barrio gallego, que este año le rendirán un merecido homenaje en la ‘Parrocheira’, que se celebran del 6 al 8 de septiembre.
Su familia cuenta que Xelo era tan bueno como central en el campo de fútbol “que los nazis alucinaron cuando lo vieron jugar”.
Partido a partido, en Mauthasen, jugando con una pelota de trapos y cuerdas hecha por él y otros compañeros españoles, “fue salvando su vida”.
En el campo de concentración, los presos jugaban entre ellos o contra los propios nazis. Xelo Pardal, que llevaba tatuado el número 5101, le contó a su familia de Galicia por carta “que lo salvó el fútbol ya que los nazis se entretenían con su juego”.
Su prima Loli conserva toda la correspondencia enviada desde Francia, en la que Xelo promete regresar a su tierra en dos o tres meses, “pero nunca volvió”, ya que, según explica en una de sus misivas, “están los mismos perros con collares distintos”, en relación a las figuras del franquismo.
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