El teléfono interrumpe la tranquilidad en la furgoneta de Atilano en una pequeña aldea gallega, uno de esos lugares de la montaña ourensana que, por unas horas, volverá a "revitalizarse", un oasis para estas zonas que cada año se ven acuciadas por el fenómeno de la despoblación.
El propietario de una pequeña explotación ganadera situada en Vilariño de Conso, en la provincia de Ourense, les ha pedido que le esquilen las ovejas que tiene en su explotación. Es la señal de inicio de una nueva y frenética jornada que llevará a estos profesionales, los esquiladores, por toda la Galicia rural.
Después de varios kilómetros por sinuosas carreteras, los esquiladores llegan a su primera parada. Incluso el GPS tiene dificultades para llevarles a estos recónditos lugares, pero acaban dando con ellos. En la granja suenan los acordes de Kortatu en una suerte de aviso para los vecinos de la zona. Comienza el esquilado, una estudiada rutina en la que no falta la música. Esquilan mientras suena punk, reggae y ska.
Siguen el método neozelandés, según explica a EFE Adriano Borrás, más conocido como Atilano, un experimentado esquilador. La técnica llegó a España en los años 80 y consiste en rapar a las ovejas "en suelto", esto es, la retirada del vellón de una sola pieza, una vez inmovilizado el animal de forma similar "al judo" para así estresarlo menos.
Con más de tres décadas a sus espaldas, Atilano conoce a la perfección los entresijos del oficio. Los ganaderos quedan encantados y demandan sus servicios año tras año. Estos rapadores de montaña crean un emotivo vínculo con los propietarios de las ovejas. Atrás quedan los años en los que llegaban esquiladores polacos que no acababan de convencer a los ganaderos por cómo trataban a los animales.
De fondo suena 'No hay miedo', de Rock de Palo; 'Sarri Sarri', de Kortatu o 'River', de Marcus Gad & Tamal. Coinciden los trabajadores en que la música heavy relaja a las ovejas y a ellos les facilita la rapa.
"En Nueva Zelanda les ponen heavy a saco y las ovejas, que se ve que son muy locas porque están todo el año sueltas, viven en el monte y solo las bajan para quitarles los corderos y raparlas. Con la música, se quedan más tranquilas y no se centran tanto en que vas a raparlas. Con los años, ya saben que es el día de la rapa", explica Atilano.
Una de las especificidades de estos grupos es que se desplazan en cuadrillas. Como mínimo, acuden dos personas: el rapador, que se encarga de esquilar las ovejas, y quien se ocupa de inmovilizarlas. En explotaciones más grandes, y con un importante número de animales, pueden llegar a acudir diez personas.
Para atender toda la demanda se distribuyen por zonas, a fin de reducir al máximo los desplazamientos del personal, fácilmente reconocibles por sus singulares "crestas", las furgonetas y sus rostros atezados, fruto de sus largas jornadas al aire libre.
Trabajo no les falta. "Es como ir al peluquero. Mientras haya ovejas, habrá trabajo. Siempre habrá que raparlas"; señala Atilano. Pueden llegar a rapar más de 200 ovejas en un solo día, en torno a 20 o 30 por hora. Desde marzo o abril -en función del frío-, los rapadores -en conjunto- raparán a unas 75.000 ovejas, no solo en Galicia sino también en otras comunidades como Asturias y Castilla y León.
A Atilano le acompaña Kevin Daniel Wuttke Durán, de 32 años. "Fui un mes con él a cogerle las ovejas y el trabajo me apasionó. Desde entonces, ya no paré. Me puse a estudiar, a ver vídeos de posturas para saber cómo agarrar al animal. Está todo estudiado", sostiene.
Para los que quieren continuar con la tarea una vez finalizada la campaña la opción pasa por viajar a otros países. Francia, Escocia o Nueva Zelanda son solo algunas de las opciones para encontrar trabajo. "Cuando aquí llega el invierno, en Nueva Zelanda es verano", precisan.
Pese a no ser un oficio reconocido -no hay estudios para aprender a esquilar ni muchos trabajadores especializados en Galicia- coinciden en que tiene algo especial. "Prefiero estar trabajando en el campo que en cualquier bar de la ciudad", asiente María García, quien, a sus 29 años, también forma parte de la cuadrilla.
El problema para los ganaderos pasa ahora por qué hacer con la lana extraída. En los buenos tiempos llegó a pagarse por ella hasta un euro por la resultante de cada animal, pero, en la actualidad, no encuentran a quién vendérsela.
El resultado: kilos de lana en almacenes a la espera de poder darles una segunda vida. Pese a que en el pasado era un complemento para la economía de los ganaderos, actualmente se ha convertido en residuo y piden soluciones, incluso quemarla.
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