Una semana, siete días, 168 horas, 10.080 minutos. Ni más ni menos, ese es el tiempo que han pasado sin teléfono móvil los 15 participantes del proyecto ‘No phone challenge’, en el municipio guipuzcoano de Ordizia. Un desafío, no apto para nomofóbicos (personas con miedo irracional a estar sin teléfono móvil), que sí han aceptado y superado, nueve alumnos de 16 años y seis profesores de 4º de Secundaria del Instituto Oianguren.

Con el debate sobre la necesidad de controlar el uso del móvil entre los estudiantes más en auge que nunca y con cada vez más centros educativos alineados en la prohibición de estos dispositivos en las aulas, este instituto vasco ha dado un paso más al incluir al profesorado en un experimento que constata que la dependencia del móvil no entiende de edades.

Durante el reto, los participantes han dejado sus teléfonos móviles guardados en una caja. Algunos lo recogieron el pasado viernes y otros han alargado la experiencia de desconexión hasta este mismo lunes. Todos han sobrevivido sin mandar ni recibir WhatsApp; sin mirar vídeos en la pantalla de sus smartphones, consultar sus redes sociales o sin prescindibles conversaciones telefónicas durante todos esos días. Sí, los han echado de menos, pero estos siete días sin móvil les han permitido ser conscientes de la cantidad de tiempo que pasan al día conectados y del uso que hacen de sus teléfonos. Para el seguimiento de este proceso, cada participante ha plasmado, por escrito, sus vivencias durante la privación del móvil.

Esta iniciativa, en el marco del Plan de Adicciones del III Congreso de Ordizia, contó con la formación previa de dos expertos, como son, Maitane Ormazabal y Telmo Lazkano sobre ‘La cuestión del móvil’. Un dispositivo que ha llegado a nuestras vidas para quedarse, pero que requiere de un uso saludable: "La clave está en el uso, cuándo y cómo los utilizamos, y eso, en principio, depende de nosotros”, puntualiza Telmo Lazkano.

Basta con tomarse un café en una terraza, hacer un breve trayecto en metro, sentarse en un parque o esperar al autobús en una marquesina para comprobar como, prácticamente todo el mundo permanece ensimismado con la mirada fija en la pantalla de su teléfono móvil. En las familias y los centros escolares, los adultos tienen un importante papel a la hora de dar buen ejemplo, acompañar, ser conscientes de cuánto tiempo nos conectamos y para qué lo hacemos.

De ahí, la importancia de que ser conscientes de que la adicción a los smarthphones no se limita a los adolescentes y que, en general, todos hacemos un mal uso de estos dispositivos. Hay cuatro indicadores, según Pantallas Amigas, que deberían hacer saltar nuestras alarmas. El primero, que “cada vez necesitemos más tiempo de pantalla”, el segundo sería el síndrome de abstinencia, es decir, que “cuando nos privan de su uso nos sentimos insatisfechos e incluso se desencadenan reacciones violentas”; el tercero, que interfiera en la vida diaria y nos haga, por ejemplo, perder relación con otras personas; y, por último, la pérdida de control, o lo que es lo mismo, “que a pesar de notar que tenemos un problema somos incapaces de buscar soluciones”.

Y los peligros son muchos. Hay estudios que establecen una relación directa entre el uso precoz del smartphone y los usos inadecuados de las redes sociales con el desarrollo de trastornos posturales e hiperactividad, trastorno de los comportamientos alimentarios y en general, con el aumento de las enfermedades mentales, especialmente la depresión y la ansiedad. Desde el Ayuntamiento no descartan ampliar la iniciativa a otros centros en el futuro. 

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