A finales de los años 80 se empezó a emitir en España un concurso de televisión que consistía en adivinar el precio exacto de todo tipo de productos. Algo parecido hace ahora una carnicería de Donostia, aunque, en esta ocasión, los clientes llamados ‘¡A jugar!’ no tienen que acertar el precio de ninguna de las viandas que pueblan su mostrador, sino el peso exacto de una de sus chuletas.
El premio no podía ser otro que el mismo corte de carne del lomo bajo del animal. “¿Te atreves a participar?”, desafía este carnicero, a sabiendas de que pocos vascos eludirán entrar al trapo, máxime cuando el premio es precisamente un chuletón.
Un reto, no apto para veganos, y al que, tal y como se puede ver en sus redes, ya se han animado varios de los clientes de Félix Santos Carnicería, establecimiento situado en el barrio donostiarra de Amara y especializado en chuletas vaca, buey, wagyu y burgers.
Lo cierto, es que acertar los gramos exactos de la pieza de carne parece a priori fácil, pero no lo es tanto. Por eso, en un gesto de generosidad, el artífice del desafío da un margen de 10 gramos de error a los avezados jugadores.
En sus redes, el carnicero al más puro estilo ‘Joaquín Prat’ presenta a una familia dispuesta a participar en ‘El Reto de la Chuleta’, como se llama este concurso. Se trata de Asier y Lide que sostienen en sus manos sendas chuletas calibrando el peso exacto de cada una de ellas y, tras unos segundos, Asier se aventura con un: “420 gramos” y Marta, hace lo propio con su chuleta y dice “870”.
Llega el momento de resolver y descubrir si alguno de los dos ha superado el reto. El carnicero coloca cada una de las chuletas en la báscula y ‘voilá’, mientras Lide a punto está de lograrlo, al equivocarse solo en 20 gramos, de 850 a 870 gramos, peso exacto de la chuleta, Asier patina estrepitosamente: su chuleta lejos de los 420 gramos pesa en realidad más de medio kilo más, 935 gr.
A pesar del fracaso, este carnicero donostiarra y precursor del ‘Reto de la chuleta’ no duda en conceder al perdedor un premio de consolación, de lo más apetitoso: un collar de txistorra. La misma joya embutida se lleva Etxau, un cliente habitual de este establecimiento, que falla en sus tres intentos por adivinar el peso exacto y eso que “lo que queremos es regalar un chuletón”, insiste el carnicero. Pues no queda otra: ¡A jugar!
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