¿Puede una humilde baldosa convertirse en símbolo de toda una ciudad? La respuesta es rotundamente, sí. Ha ocurrido en Bilbao, donde desde hace décadas el característico diseño del pavimento que recubre el suelo de las calles y plazas de la Villa es, en realidad, toda una insignia de la ciudad y motivo de orgullo para sus vecinos.
Lo cierto, es que el éxito de la baldosa de Bilbao es tal, que, hoy en día, se puede encontrar ‘hasta en la sopa’. Lo mismo sirve de logotipo para los más diversos negocios, que estampa los pañuelos festivos de la Aste Nagusia, inspira a los reposteros para elaborar tartas, o se vende como souvenir en forma de taza, pulseras, camisetas o en cualquier variopinto soporte.
Pero centrémonos en la baldosa genuina, es que tiene cuerpo de cemento, forma de flor, alma catalana y un espíritu más práctico que estético: así es la mítica baldosa que alfombra la capital vizcaína. Hay quien apunta a que son más de 66.000 baldosas grises de 30x30 las que aguantan el ir y venir de vecinos y visitantes por las aceras de toda la ciudad, si bien en los últimos años la baldosa tradicional ha empezado a compartir espacio con losas de otros materiales, tamaños y diseños, lo cierto es que su protagonismo en la vía pública en ‘el botxo’ es rotundo.
La baldosa de Bilbao puede presumir de muchas cosas, salvo de ser ‘de Bilbao de toda la vida’, ya que la característica flor con cuatro pétalos nació a más de 600 kilómetros de la ría del Nervión. En concreto en Barcelona. Fue, en realidad, idea del arquitecto catalán Josep Puig i Cadafalch. A principios del siglo XX, sirvió para pavimentar el patio de carruajes de la casa Amatler, y de ahí, la ‘panot de flor’ o ‘flor de Barcelona’ acabó extendiéndose por buena parte de Barcelona. Años más tarde, el Ayuntamiento de Bilbao decidió que aquella baldosa, con algunos cambios, cubriría las aceras de la Villa.
En la reconversión de la ‘flor de Barcelona’ en ‘la flor de Bilbao’, se le añadió al diseño de la baldosa cuatro canales rectilíneos para evitar la acumulación del agua de una, por entonces, muy lluviosa Bilbao.
Cuando a mediados de 1900, Bilbao comenzó a cubrir el suelo de la ciudad con esta baldosa, nadie podía imaginar que cuatro décadas más tarde, aquella baldosa sería motivo de orgullo y seña de identidad de la ciudad. En plena Aste Nagusia, la imagen del adoquín cubre el cuello de muchos bilbaínos y visitantes que disfrutan de las fiestas con el pañuelo inspirado en la baldosa en tonos blancos y azules. Sin duda, mucho más que una baldosa.
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