El debate sobre la reducción de los horarios nocturnos en bares y restaurantes en España lo abrió hace unos días Yolanda Díaz, la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social. El sector se mostró ampliamente en contra, sin embargo, cada vez son más los bares que en Euskadi cambian sus hábitos de trabajo para que los hosteleros puedan conciliar su vida familiar y laboral, algo complicado en cualquier profesión pero que para quienes trabajan en este mundillo es una quimera.
En la hostelería “no hay vida”, es una frase muy repetida por quienes trabajan en este sector. Profesionales autónomos, obligados a trabajar una media de 12 horas diarias, que ha hecho que durante generaciones muchos de ellos apenas hayan podido ver crecer a sus hijos o disfrutar de sus parejas o su ocio. Sin embargo, tras la pandemia se percibe un cambio de tendencia. “Nos hemos vuelto más prácticos”, dice Mikel Larrea, propietario del bar Biok Deusto, en Bilbao.
Este “cocinero, camarero, humorista y psicólogo”, como el mismo se define, es además aita. Por eso, trata de exprimir el día para poder compaginar su trabajo en el Biok Deusto con su papel como padre. Antes, su local abría los fines de semana, pero ahora “para poder ver al txiki” decidió cerrar sábados y domingos, además de por las tardes los días laborables.
Para poder hacerlo, se levanta a las cuatro de la mañana y durante dos horas se encierra en la cocina para preparar “toda la barra de pintxos, de lado a lado”. Después, sale a la barra y comienzo a despachar los primeros cafés del día a sus clientes. Mikel hace de todo en el Biok Deusto, desde recoger pedidos, a cocinar, servir y todo con una sonrisa en los labios. Hasta las cinco de la tarde, a esa hora baja la persiana. “Meto entre 12 y 13 horas diarias, pero las tardes las tengo libres para estar con el txiki”, explica.
“Me gustaría tener abierto el bar hasta más tarde y también los fines de semana”, admite, pero para eso tendría que contratar personal “y entonces los números no me darían”. Difícil poder asumir tantos gastos cuanto el producto ha subido entre un 30 y 40 por ciento.
En la balanza de Mikel, el equilibrio lo ha logrado reduciendo las horas en las que su establecimiento está abierto a cambio de lograr tiempo para estar con su familia. Muchos otros han seguido sus pasos porque “es una tontería, estar abierto cuatro o cinco horas más para recaudar una facturación de risa, es mejor cerrar y disfrutarlo”.
Hay quienes como en el bar Dikeseko de Santurtzi también han optado por bajar la persiana algunos días, curiosamente, han renunciado a abrir los sábados y los domingos a pesar de que eran días en los que muchos clientes acudían a degustar sus famosas rabas.
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